Desesperado, frustrado y sin perspectivas de futuro, el 17 de diciembre de 2010 el tunecino Mohamed Bouazizi se echó encima un bidón de gasolina y se prendió fuego. Así estalló la revuelta popular que derribaría la dictadura en su país de Zine el Abidine Ben Ali, en el poder desde 1987, y crearía un efecto dominó en otros países de Oriente Próximo y del norte de África.
Sucedió en la pequeña ciudad de Sidi Bouzid pero podría haber sido en cualquier otro lugar del mundo golpeado por el alto precio de productos tan básicos como el pan. Paradójicamente, Mohamed era vendedor de frutas y su sueño era comprar una camioneta con la que ampliar el negocio.
La crisis global de los precios de los alimentos en 2008 coincidió con revueltas en más de 40 países y con la caída de varios gobiernos como los de Egipto y Libia, poniendo de relieve el vínculo entre seguridad alimentaria e inestabilidad política. Las protestas en Túnez y otros países fueron inicialmente manifestaciones contra los altos precios de los alimentos.
No fue esta la única causa sino más bien el detonante de una indignación pública con raíces más profundas, pero con un denominador común.
En 2011 un alza similar de los precios de los alimentos volvió a provocar nuevos conflictos internos o exacerbar los existentes en numerosos países, tal y como puede apreciarse claramente en el gráfico que acompaña este artículo: cuando la curva de los precios de los productos alimentarios se eleva a picos extremos el impacto en la inestabilidad política y social es bien evidente.
La falta de alimentos o, para ser más precisos en el argumento, de la capacidad de adquirirlos –es decir, la pobreza– es una de las amenazas a la seguridad y a la vida de las personas que más rápidamente prende la mecha del enfrentamiento y más alarga los conflictos.
No puede haber paz sin seguridad alimentaria, ni seguridad alimentaria sin paz. Son dos conceptos que se refuerzan mutuamente.
Cuando la FAO se creó en 1945 el mundo resurgía de la Segunda Guerra Mundial y sus fundadores sabían que la Organización debía desempeñar un papel vital en la búsqueda de la paz. Por eso, ya entonces, señalaron en el preámbulo de la Constitución que “La Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) nace de la necesidad de paz y de la necesidad de librar al mundo de la miseria. Las dos son interdependientes. Eliminar la miseria es esencial para una paz duradera”.
Setenta años después de la creación de la FAO, la comunidad internacional ha reforzado esa idea con la adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, basada en la premisa de que no puede haber desarrollo sostenible sin paz, ni paz sin desarrollo sostenible.
El vínculo entre la alimentación y la paz fue también la base de la concesión del Premio Nobel de la Paz 1949 a Lord Boyd Orr, el primer director general de la FAO. Al aceptarlo, afirmó con clarividencia: “El hambre está en el centro de todos los problemas del mundo. A menos que las personas tengan qué comer, los tratados se quedarán en nada”.
Por eso la seguridad alimentaria es un prerrequisito para la paz y para la seguridad mundial y el hambre debe ser considerada una cuestión de seguridad mundial.
Más si cabe en un mundo globalizado, en el que todo lo que pasa en un lugar del mundo afecta al resto.
Y también por eso las medidas de estabilización de precios de los alimentos y las redes de protección social son instrumentos fundamentales para la prevención de conflictos violentos.
Gráfico con la evolución del índice de precios de los alimentos de la FAO en algunos países. Crédito: FAO
Es por todo ello que el director general de la FAO, José Graziano da Silva, ha lanzado una clara señal a la comunidad internacional de la imperiosa necesidad de afrontar el tema de la inseguridad alimentaria en el sentido más amplio del término al dirigirse el pasado mes de marzo al Consejo de Seguridad de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) y poner de relieve la relación de interdependencia entre hambre y conflicto así como de su influencia en la desestabilización de las sociedades y el agravamiento de la inestabilidad política.
A raíz de dicha intervención, el Consejo de Seguridad ha solicitado a la FAO que mantenga regularmente informados a sus miembros de la situación alimentaria en los países más críticos.
Es por todo ello que erradicar el hambre es, no solo una obligación moral, sino una necesidad crucial para garantizar un futuro para todos. Mejorar la seguridad alimentaria puede ayudar a construir una paz sostenible, e incluso a prevenir posibles conflictos. Sabemos que las acciones para promover la seguridad alimentaria pueden ayudar a prevenir las crisis, mitigar su impacto y promover la recuperación posterior. Y está claro que la prevención exige abordar las causas más profundas de los conflictos, entre ellas el hambre y la inseguridad alimentaria.
Los conflictos son un factor clave en las crisis de seguridad alimentaria prolongadas y el círculo vicioso se repite una y otra vez. Durante los mismos, hay tres veces más probabilidades de padecer hambre que en el resto del mundo en desarrollo, mientras que los países con niveles más altos de inseguridad alimentaria son también los más afectados por los conflictos. Así lo confirman casos que van desde Siria y Yemen a Sudán del Sur o Somalia.
El postconflicto de Angola y Nicaragua, la situación de Ruanda después del genocidio y la de Timor Oriental posterior a la independencia, son otros casos que nos muestran que la paz y la seguridad alimentaria se refuerzan mutuamente. De lo contrario, la situación desemboca en un recrudecimiento de la violencia.
El fracaso para impulsar la seguridad alimentaria puede poner en peligro los procesos de estabilización, un riesgo al que se enfrentan actualmente Yemen y también la República Centroafricana, donde la mitad de la población sufre inseguridad alimentaria.
Ese fue precisamente el tema central de una reunión celebrada a finales de abril entre el director general de la FAO y el nuevo presidente de República Centroafricana, Faustin-Archange Touadera, que pidió a la FAO su apoyo para lograr con éxito la estrategia de desarme y reinserción de los grupos armados del país redoblando los esfuerzos en el sector agrícola para que la población pueda satisfacer sus necesidades básicas.
Promover el desarrollo rural puede también facilitar los esfuerzos de construcción de paz. Un ejemplo muy concreto y actual es el trabajo conjunto de la FAO con el gobierno de Colombia para implementar proyectos de ejecución rápida para mejorar la seguridad alimentaria y el desarrollo rural en un esfuerzo por consolidar el acuerdo de paz que, previsiblemente, se alcanzará pronto.
Los esfuerzos internacionales en favor de la paz serán más efectivos si incluyen medidas para impulsar la resiliencia de las familias y las comunidades rurales, ya que son ellos y sus medios de vida los que sufren la mayor parte de los daños en los conflictos.
Pero para todo ello el hambre, en el centro de multitud de conflictos, debe ser considerada una cuestión de seguridad mundial.
Revisado por Estrella Gutiérrez