Siempre he estado segura de que los seres extraordinarios se marchan en días aciagos, de cielos encapotados llorando cántaros de lluvia. Don Eduardo Galeano se ha ido en un día así, hoy amaneció sollozando la niebla de la primavera estadounidense, despidiéndolo desde las primeras horas de la madrugada.
Nosotros los parias, los impronunciables, los de los lomos partidos durante siglos de explotación, nosotros los iletrados, los jornaleros. Nosotros obreros, campesinos y eternos proletarios nos hemos quedado huérfanos con la partida de don Eduardo.
En un total desamparo, sumidos en la densa oscuridad del desconsuelo, se fue el hombre que se atrevió a vernos a los ojos, que se atrevió a darnos un nombre, a caminar con nosotros y a cargar sobre sus hombros nuestra tribulación de clase social explotada por los tiranos.
Se ha ido un intelectual que siempre se sintió un peón de a pie y esa grandeza humana es la que lo hace inmortal, él transcendió los linderos de las clases sociales y de los cartones de universidad.
A don Eduardo lo lloran en estos momentos los intelectuales, los luchadores sociales, los seres justos y consecuentes, lo llora el exclusivo mundo de las editoriales, lo llora la poesía y la buena literatura.
Pero también lo lloramos los invisibles, los calvarios anclados en los pies de los jornaleros, lo lloran las manos de las niñas que pisan granos de café en las fincas ajenas, lo llora el vientre materno que lleva en sus entrañas el fruto de una violación, lo llora el adolescente encarcelado por el único delito de ser de arrabal. Lo llora la chusma de periferia, lo lloramos los indocumentados, nosotros los del desarraigo. Las putas, los homosexuales, los drogadictos, los fétidos revolucionarios de todos los tiempos.
Nosotros los necesitados de su luz, de su consecuencia y de su lealtad. De su pulso certero, de su palabra justa y de su dignidad. Nosotros los de la piocha y el machete, los de la mazorca y el costal. Nosotros los apaleados, los engañados, los braceros, los que vivimos en los basureros, los que no tenemos permitido soñar. Nosotros los nadies.
Nosotros los de las venas rojas y fecundas, los del buen lomo para cargar. Nosotros los del agobio, los de la servidumbre. Los apátridas, los pestilentes a sencillez. La masa labradora, los agrestes y su caudal. Nos hemos quedado sin El Bastión, sin el ser que nos dignificó.
¿Cómo llenar ese enorme vacío? ¿Cómo sobrevivir a tanta soledad? ¿Al infortunio a la esterilidad?
En la quimera nos queda el paradigma de un ser inmortal, la grata escuela, su fecundidad. Nos deja su semilla, su poesía y su libertad. Nos deja las ilusiones para continuar, nos deja su prosperidad.
Nos deja el elixir de la locura, y la alegría de soñar. Nos deja la consecuencia de un ser cabal. Una vereda para continuar. Nos deja la flor de cordillera, el canto de las chicharras, la trova y la oda, nos deja a las musas de los acantilados, nos lo deja sin punto y final. Nos deja la vena abierta para no presagiar. Nos deja la puerta abierta y su claridad. Nos deja el amor profundo de la hermandad, el sentido de la solidaridad, nos deja en la eterna lucha de la equidad. Nos deja su sinceridad, su hermosura su fidelidad.
Se va y lo despedimos desde los cerros, las barriadas, las grandes urbes, desde las maquilas, los campos de cultivos, desde las casitas de adobe, desde la calle de tierra. Desde los salones de universidad.
Buen viaje maestro, se le va a extrañar.