El precandidato presidencial de los Estados Unidos que defiende la soberanía de los países hermanos y critica el intervencionismo, deja su aporte aun si no gana las primarias (o las elecciones).
Cuando Bernie Sanders ingresó en la disputa presidencial, había pocas expectativas de que pudiera tener visibilidad mediática o pudiera ganar las primarias. Bernie se declara socialista-demócrata, siempre militó como independiente –al margen de los polos demócrata y republicano–, era poco conocido nacionalmente y tenía escaso apoyo del establishment. ¿Cómo podría ser una amenaza para Hillary Clinton? La competidora, que cuenta con el apoyo de las grandes empresas y de Wall Street, es conocida en todo el país y además tiene como soporte la imagen del carismático ex–presidente Bill Clinton.
Inesperadamente, lo previsible no sucedió y Bernie Sanders se convirtió en un precandidato fuerte que ganó gran repercusión en la prensa nacional e internacional, tornándose un obstáculo en la supuestamente “fácil” llegada de Hillary a la presidencia.
La mayor fuerza de Bernie contra Hillary reside justamente en lo que se creía su mayor debilidad: un discurso político tan insólito que rompió la previsibilidad de la campaña presidencial. Sanders, de pasado marxista inclusive con militancia en América Latina, está a favor del impuesto a las grandes fortunas, es contrario a los tratados de libre comercio basados en las políticas del FMI y el Banco Mundial, se niega a ser financiado por grandes corporaciones y por Wall Street y defiende los derechos de los inmigrantes, ya sean legales o no. También se posiciona contra la política intervencionista de los Estados Unidos en otros países, con declaraciones fuertes: no exime a los Estados Unidos de la responsabilidad de crear ISIS (Estado Islámico) y critica la intervención en países latinos.
Bernie viene ganando visibilidad mundial por su discurso antiimperialista y, en América Latina, por defender una política de respeto a la soberanía de los países hermanos. En varios episodios de su pasado político, Bernie visitó países latinos y volvió a los Estados Unidos con un relato distinto del oficial.
En 1985, mientras era intendente de la ciudad de Burlington (Vermont), Sanders viajó a Nicaragua cuando los Estados Unidos realizaban una intervención paramilitar para derribar al gobierno sandinista. A su regreso grabó una entrevista relatando que estuvo en las calles y preguntó a varios nicaragüenses si estaban de acuerdo con las intervenciones estadounidenses. La respuesta de la mayoría fue que no. Inclusive aquellos que no estaban de acuerdo con el gobierno, creían que era un momento para que los nicaragüenses construyeran su historia sin intervención extranjera.
En 1989 Bernie viajó a Cuba para conocer mejor la realidad de la isla y encontrarse con Fidel Castro. No tuvo éxito en el encuentro con Fidel, sin embargo regresó una vez más con un discurso distinto del oficial: dijo que vio Cuba como un país con muchas dificultades pero con un enorme progreso, que mejoró la vida de los trabajadores y los pobres. Destacó también que no vio niños que pasaran hambre ni gente viviendo en la calle y elogió el programa de salud cubano. En los actuales debates presidenciales, critica el hecho de que no haya democracia en Cuba, pero reitera los elogios a los gobiernos cubanos de las últimas décadas.
En 2006 Sanders, por entonces senador por el Estado de Vermont, cerró un acuerdo comercial con Hugo Chávez. Compró a Venezuela gas natural más barato para abastecer a la población de bajos recursos del Estado, con un descuento del 40%. Además aceptó la donación de Chávez de 108.000 galones, que serían usados para calefaccionar los refugios de gente sin hogar.
En 2007 fue a Costa Rica: aquel año se realizaría un referendum para que la población decidiera si el país aceptaría o no unirse al CAFTA (tratado de libre comercio entre América Central y Estados Unidos). Los Estados Unidos presionaban argumentando que si Costa Rica no se integrara, retiraría los beneficios comerciales entre los dos países. Bernie viajó al país para mostrar que esa amenaza era inconstitucional y que no sería procedente con las leyes americanas (además de mostrar su apoyo a los trabajadores costarriqueños).
Hay un episodio reciente que ilustra con maestría el respeto de Bernie por América Latina: en los debates políticos entre Sanders y Hillary surge con frecuencia el tema de dos niñas hondureñas que fueron deportadas (a instancias de Hillary). Sanders destaca la obligación de los Estados Unidos de dar asilo a las niñas y además critica entre líneas a Hillary por ser una de las responsables de la situación que vive Honduras: ella apoyó a los políticos de la oposición que derrocaron al presidente Manual Zelaya –legítimamente elegido–, en un golpe de estado que meses después fue reconocido por el embajador estadounidense en Honduras como ilegal e inconstitucional.
Si la postura de Bernie viene conquistando a los países del Hemisferio Sur, para los latinos que viven en Estados Unidos no es relevante. Muchos de ellos votan según las demandas del Partido Demócrata y apoyan a Hillary. El número de electores latinos de Bernie es pequeño, concentrado especialmente en la juventud y apoyan más su política de inmigración y de un estado socialista-demócrata, que el empoderamiento de América Latina.
De cierta forma, Bernie expone una narrativa sobre América Latina silenciada por el gobierno, los grandes medios y la vida cotidiana del estadounidense. El candidato pone a los latinos –que irrespetuosamente son vistos como indocumentados o gente que vive en países pobres– en posición de protagonistas para criticar a los Estados Unidos. En la voz de Bernie, los de América Latina no son países que simplemente están en el mismo continente y cuya migración hacia Estados Unidos es masiva, sino países que se manifiestan contra la presencia estadounidense en su política.
En caso de que este relato sea comprendido por parte de los norteamericanos, sin duda proporcionará una comprensión mejor de lo que significa la inmigración latina (y a lo mejor hace que los ciudadanos reflexionen sobre los efectos negativos del intervencionismo norteamericano en el subcontinente).
Además del posible impacto en los corazones y las mentes de los electores norteamericanos, el discurso de Bernie también gana relevancia al llevar al Partido Demócrata hacia la izquierda, y eso es parte de su plan político. En caso de no ganar las primarias, ya consiguió polarizar el debate entre derecha e izquierda, rompiendo la dinámica de derecha y centro.
Vencer a Hillary no es la mayor apuesta de Bernie. Su mayor rival es la dinámica del establishment y él ha logrado resultar exitoso en algunos sentidos, especialmente en haber puesto en discusión temas y debates silenciados por mucho tiempo en los Estados Unidos.
Bernie es, sin duda alguna, el mejor candidato para construir una nueva política internacional con relación a América Latina, con más diálogo y menos violencia. Todavía no es posible saber si tiene posibilidades, primero, de superar a Hillary entre los demócratas y después de ganarle a Donald Trump a pesar de que sus chances hayan mejorado en las últimas semanas. Algunas encuestas de opinión dicen que Sanders tiene más posibilidades que Hillary de superar al precandidato republicano. Las elecciones serán el 8 de noviembre.
Si Bernie fuera electo, habrá cambios significativos. Pero no seamos ingenuos. En definitiva, él será un presidente bien intencionado y con un pasado militante, frente a un congreso entero habituado a las guerras y las intervenciones. Si no fuera electo, quedará la opción de apoyar para que el eco de su discurso sea lo suficientemente fuerte y promueva un cambio gradual en esa mentalidad tan imperialista que rige la vida en “América”.