Por Rossana Ayabaca
Una experiencia gratificante se vivió el pasado fin de semana en el Museo de la Ciudad, que recibir a la Comunidad Musulmana en sus instalaciones. La propuesta de informar y romper mitos acerca de una religión que actualmente se encuentra en la mira de los medios, fue un éxito.
Escribir tu nombre en árabe, probar el delicioso humus con salsa picante y arroz, recibir copias traducidas del Corán, observarlos orar cinco veces en el día porque el Islam es sumisión a dios y el musulmán es su siervo. Nos encontramos con gente de diversas partes de Latinoamérica y, para nuestra sorpresa, nos comentaron que solo el 20% de musulmanes en el mundo, es de Medio Oriente.
Pero el espacio que más nos interesa conocer, a propósito de que llegamos al mes de marzo, es el de las mujeres musulmanas, quienes con mucho agrado comparten sus experiencias dentro de la comunidad. Al principio nos resulta un poco extraño acercarnos y nos damos cuenta que la razón es que tenemos la imagen que los medios han grabado en nuestro cerebro: mujeres maltratadas, sin derechos, obligadas a seguir esta religión, a cubrirse por completo, a tener puesto secundario y a veces casi inexistente en su sociedad.
Todo depende del cristal con el que se lo mire. Para nosotros puede ser escandaloso que se prioricen los roles tradicionales: hombre proveedor y mujer ama de casa. Las mujeres musulmanas nos explican que hay un trasfondo en esto y que no es una regla inflexible.
Entre sus códigos de convivencia se encuentra que todo hombre que quiera tener una relación seria con una mujer, debe plantearse el matrimonio como fin; si él tiene todas las posibilidades económicas, es su deber procurar el bienestar de su esposa. En el caso de que ella desee trabajar, lo puede hacer sin problema y será su decisión colaborar en los gastos. Si una mujer decide quedarse en casa, su tarea principal es formar a los hijos dentro de sus costumbres y su religión, asegurarse de que tengan una buena educación. Contrariamente a lo que pensamos (y en muchos casos a lo que nos sometemos por cuenta propia), no están obligadas a realizar tareas domésticas. Si la mujer lo desea lo hará; de lo contrario, el hombre contratará un servicio para estos menesteres.
Respecto al uso del hiyab (velo), también es una cuestión de decisión propia. Nos comentan que así como la barba en los hombres representa protección, el hiyab representa el compromiso que la mujer adquiere con su dios en el momento en que ella se siente preparada para ello. Por otro lado está la decisión de no querer ser vistas por cualquier persona, indistintamente de su género. Quienes deciden usar el hiyab desean que solo los miembros de su familia las vean tal y como son, porque afuera están expuestas a los ojos indiscretos o a las críticas maliciosas. Aclaran que la mujer musulmana tiene todo el derecho de conservar su vanidad y que hay infinidad de productos y esencias para su cuidado personal.
Recalcan que en un matrimonio, el hombre y la mujer, no pueden levantarse la voz ni agredirse, verbal o físicamente; el Corán les dicta que ninguna manifestación de violencia es justificable, solo en el caso de que tu vida y la de tus seres queridos se encuentre en riesgo. Por esa razón condenan los actos de aquellos que violentan a las mujeres y restringen sus derechos porque su dios deja claro en el Corán que, el tener una hija es una ganancia igual a la de tener un hijo. También condenan los actos de ciertos líderes y grupos que utilizan las enseñanzas del profeta para atacar, arrasar y hundir en el temor a muchos pueblos.
Nos encontramos entonces con una versión distinta, una versión que reconoce y respeta los derechos de la mujer musulmana. Nos encontramos con que en todas las sociedades hay quien quiere pasar por encima de ellos e ignorar los principios básicos del respeto al ser humano.
Todas las mujeres en el mundo tenemos la misma lucha contra la imposición que significan el patriarcado y el machismo. No se trata del credo ni de la ideología, se trata de transformar la cultura y avanzar hacia sociedades respetuosas, no discriminadoras, equitativas. Y todas estamos juntas en esto.