Por Giselle Valenzuela
No, no soy feminista. Me declaro humanista y me hago parte de las causas de quienes son asfixiados por aquellos que ostentan el poder, y no sólo de grupos específicos de trabajadores, jubilados, mujeres, estudiantes, homosexuales, indígenas o extranjeros.
Somos muchos los que debemos luchar por levantar la bota del poderoso de nuestra cabeza, sea una bota manejada por el poder de una moral impuesta, del poder político o del poder del dinero (que es decir lo mismo).
No, no soy feminista. Agradezco y honro a aquellas mujeres que lucharon para que yo hoy pueda ser un poco más libre, pero repudio a las que disfrazan, con un discurso de igualdad, su anhelo de tomar ese mismo poder que las ha aplastado por siglos. Considero nefasta la forma que ha tomado el feminismo actual porque, a mi modo de ver como mujer no adentrada en estos temas, se ha convertido en una masa contradictoria de ideas banales. Podrán mis amigas y conocidas que participan de esa lucha ilustrar al respecto si quieren, pero desde mi perspectiva veo que en la búsqueda de la igualdad las mujeres estamos logrando ser igual de brutas que los hombres brutos, usando una de las herramientas más características del macho: la competencia, es decir, la diferenciación. El presentarnos a nosotras mismas como “mejores” en comparaciones que en nada ayudan a construir una sociedad igualitaria (“más capaces”, “más sensibles”, “más intuitivas”, “psicológicamente más fuertes”) es en definitiva reafirmarnos como diferentes. A mí me parece bueno que seamos diferentes, pero no de esa forma. Yo prefiero la complementariedad, no necesito un 8 de marzo, y brindo porque algún día no lo necesite nadie.
No, no soy feminista, no me parece más grave el asesinato de 5 mujeres en la semana del 8 de marzo que el asesinato de cientos de otros seres humanos en esa misma semana y en las anteriores. Pero lo de ayer en La Moneda me parece asquerosamente inaceptable y burdo.
“Lo de ayer en La Moneda” fue la aplicación más grosera de la violencia contra un grupo de mujeres que se manifestaron contra (y aquí viene lo irónico) la violencia de género. Yo no estaba ahí, porque no soy feminista ni participo en grupos con temáticas de género. Pero estaban las mujeres que consideran necesaria esa lucha, en su mayoría con sus vestidos de verano y sus sandalias, varias con carteles pintados a mano, algunas con sus aretes, sus anillos y sus pulseras, ninguna con armas, palos o piedras, todas con una indignación legítima por donde se mire: han asesinado a una de las nuestras cada día en lo que va de semana.
En Chile, país gobernado por una mujer, frente a un Palacio de Gobierno enclavado en una comuna de alcaldía femenina, 50 mujeres que protestaban contra la violencia de género fueron arrastradas, tironeadas y apaleadas por un contingente de Fuerzas Especiales de Carabineros, y cerca de una decena de ellas tomadas detenidas y encerradas durante horas sin leerles sus derechos. A esa misma hora la Presidenta tocaba una campanita para dar inicio a un nuevo año administrativo después de un discurso de balance en el que el tema de la igualdad de género se hizo presente como uno de sus caballitos de batalla.
Ya en comisaría no se les informó ni sugirió que constataran lesiones. Tuvieron que exigir ese derecho insistentemente. Cuando se les concedió hacerlo, se les ordenó hacerlo una por una, a lo que se negaron. El tira y afloja por intentar convencerlas terminó cuando Carabineros entendió el porqué de su determinación: A plena luz del día, con al menos 50 personas más presentes y totalmente desarmadas, se les apaleó y se les encerró sin cargo alguno y sin hacerles saber sus derechos. En ese contexto no confiaban en el actuar de Carabineros si las sacaban de allí una por una a constatar lesiones.
Carabineros accede y las suben a un furgón a todas juntas, pero lejos de llevarlas al centro de asistencia más cercano, lejos de dar aviso previo y solicitar cupo en un hospital o posta específico, el furgón comienza a “buscar” durante horas un SAPU al que llevarlas hasta finalizar el recorrido en Renca. En Santiago se registran 32 grados centígrados y al interior del furgón casi herméticamente cerrado una decena de mujeres comienza a asfixiarse. Llegan al Servicio de Asistencia Pública de Urgencia de Renca con una de ellas desmayada por el calor y la falta de oxígeno y nuevamente se las conmina a bajar una por una, o en su defecto, de a tres. A su negativa, la amenaza es quedarse al interior del furgón.
Finalmente las bajan a todas y a todas se les constatan lesiones. Terminado el trámite, Carabineros les entrega un documento que deben firmar, conforme se les han leído sus derechos los cuales han sido respetados en todo momento por los funcionarios. Nuevamente se niegan a firmar y la explicación que reciben es que los funcionarios de la Comisaria no se hacen responsables por los tratos vejatorios de los funcionarios que las llevaron hasta allí. Sólo después de mucho insistir, Carabineros redacta un nuevo documento haciendo explícitas esas “salvedades”.
Ahora los medios de prensa dirán que se trataba de un grupo subversivo o extremista, de incitación a la violencia, que agredió a personal de Carabineros y que protagonizó desmanes y destrucción de señalética y alumbrado público, entre otros. Dirán que el actuar de Carabineros fue ejemplar e impecable y que los ciudadanos gozan y seguirán gozando de libertad de expresión, reunión y manifestación. Mostrarán a la Presidenta de Chile y la Alcaldesa de Santiago (mujeres orgullosas de haber alcanzado el poder que antes ostentaban sólo los hombres) lamentándose por el recurso a la violencia por parte de estas organizaciones que defienden causas legítimas pero cuyo reclamo consideran inaceptable y hasta puede que hablen de un montaje de la oposición para perjudicar al Gobierno.
Todo eso dirán, pero hasta los que no somos feministas, sabremos que no es cierto.