Por Patricio Guevara
“Según datos periodísticos, existen más de 700 activos de la policía nacional a las afueras de los colegios, 868 botones de seguridad en planteles, 300 locales clausurados cerca de colegios, 1109 inspecciones realizadas en los colegios en el pasado año 2015 por parte de la DINAPEN y Antinarcóticos”
El problema del microtráfico de drogas dentro de los planteles educativos tiene varias aristas, no solo consiste en las personas detrás de todas estas redes, las autoridades que planifican erradicar este problema, los policías antinarcóticos, las leyes preventivas o incluso las drogas como tal, no, también está la arista más importante de todas y por la que se desenvuelve todo el aparataje legal, los niños, niñas y adolescentes que como último fin, son simples engranajes en una maquinaria que utiliza a estos menores de edad por su vulnerabilidad e inocencia y que raramente es entendida en su totalidad por los niños, niñas y adolescentes.
Y esta fue la premisa de esta crónica, convivir con estos niños, niñas y adolescentes y conocer su versión de los hechos, ver su experiencia de cerca, su forma de ordenar la realidad y contestar preguntas: ¿Qué hay detrás de cada niño, niña, adolescente consumidor? ¿Qué no se ha contado detrás de cada sanción? ¿Se ha dado la importancia que merece el asunto de las drogas en los colegios?
A mediados de febrero de 2016, me disponía a comenzar mi trabajo de campo en un colegio de Quito; mi objetivo era acercarme a jóvenes que han estado expuestos a las drogas y que han consumido. Es difícil tratar de acercarte a un grupo social tan intervenido ideológicamente como son los jóvenes, más aún que te cuenten sus experiencias con las drogas (un tema tabú).
Mi trabajo por las siguientes tres semanas sería de convivencia, exploración, análisis, en un campo en el que a diario es bombardeado por las dudas; nos inundan a diario con las medidas correctivas que se hacen para evitar estos “vicios” en instituciones educativas, pero nunca nos cuentan qué hay detrás de cada niño, niña y adolescente que ha probado drogas. Y por este corto periodo de tiempo conviví con estos chicos para evidenciar estas historias que existen detrás de cada niño, niña y adolescente y contarlas aquí, cada uno juzgará.
Semana 1: Posiblemente la más dura. Se escucha por los pasillos del colegio dudas constantes sobre mi presencia y el motivo de mi visita a la institución, supongo que no fue raro que lleguen al punto de suponer que era un profesor nuevo. La primera semana tan solo sería de reconocimiento, observación y planificación, que al principio tal vez dudaría de qué, pero que con el tiempo fue tomando forma. Una cosa estaba clara, ciertas autoridades requerían hablar conmigo para tal vez ser su “topo”, qué idea tan alejada de la realidad poseían de mi accionar ¿Acaso pensaban que cuando consiga la confianza de estos niños, niñas y adolescentes, la traicionaría acusando de sus actividades? Con el pasar de los días esta sospecha se solidificó, pues 3 autoridades de alto rango serían enfáticas sobre un informe al concluir mi labor.
Con luz verde y libertad de movilidad por todo el colegio (cortesía brindada por las autoridades), emprendí la búsqueda. Rondas por los cursos, tal vez una breve presentación y de inmediato las primeras lecciones llegaban. Con el tiempo fui definiendo la situación dentro del colegio con respecto a las drogas, en parte también apoyado por ciertos docentes consientes del motivo de mi presencia, querían que esté al tanto de la mayor información posible y así poder tener una perspectiva mejor.
Conversaba con estos docentes (que no tardaron sino un par de días en ponerme al tanto) y notaba algo preocupante “estamos atados de brazos y piernas frente a esta situación de las drogas con nuestros educandos” es la frase que escuchaba horrorizado de uno de estos docentes; me contaba sobre que muchos profesores eran conscientes de la situación (que por cierto siempre ha existido) que tal vez en años pasados era mucho más evidente pero ahora los casos eran mucho más difíciles de identificar. Un factor creciente que limita a los docentes dentro de la institución, es el miedo de intervenir en estas situaciones y perder su empleo.
Como en toda institución educativa, existen diversos tipos de docentes. Aquellos que eran conscientes de estas situaciones con drogas que involucraba a varios alumnos y actuaban en lo que sus límites les permitían para poder disminuir esto. Por otro lado, estaban los que poco o nada les importaban estos asuntos, pues solo querían cumplir su trabajo, pero también habían otros, parecidos al primer grupo, conscientes de la situación, que se quedaban impávidos y temerosos, pues temían -como mencioné antes- represalias legales, perder su empleo o incluso temer por su vida.
Ahora era más fácil tal vez ubicarme en el ambiente del colegio. Los días pasaban, y yo seguía en mis visitas por los cursos junto con los aprendizajes de los últimos días, como obviar mi presentación ante los estudiantes, pues eso los alarmaba o acercarme lo más discreto posible y con una excusa clara; fui ubicando, desde 8vos. a 3ros. de bachillerato, algunos candidatos. Por el camino encontré reacciones distintas como miedo, asombro, sorpresa, confianza, desahogo, desconfianza, entre otras. En algunos cursos fue más sencillo conseguir cercanía con estas personas, tal vez por mi edad o porque no tengo una presencia autoritaria que infunda miedo, o porque mi actitud era de confianza y cercanía.
Semana 2: Con el tiempo descubrí, que los casos confirmados de personas cercanas a las drogas solo existían de 3er curso de básica a 3ro. de bachillerato, los primeros y segundos cursos parecían “limpios”. Es posible que existan casos de segundos cursos hasta primaria, pero son más difíciles de identificar. Descubrí que este problema social de las drogas, se adaptaba con facilidad, y que bombardeaba constantemente a los niños, niñas y adolescentes; testimonios de chicos de primer curso hablaban de presencia de drogas a las afueras de los colegios, dentro de los colegios, en familia, fiestas, etc. Es decir, estos niños y niñas están constantemente presionados, posiblemente es necesario generar procesos para que aprendan a enfrentar la presión social, a decir “no!”, aunque a veces su curiosidad les juegue en contra.
Los testimonios fueron emergiendo. Karen, la niña que se cambió de colegio, tuvo un problema de drogas en la que estaban también varias de sus amigas, su conexión con las drogas había sido por medio de un familiar cercano mayor a ella. Actualmente ella tiene 14 años y sabe que estuvo mal, ya no consume, sabe que no lo necesita y aprendió de su experiencia, no desarrolló una adicción.
Gustavo, el niño que desde muy temprano probó marihuana por influencia de amigos. Actualmente tiene 14 años, tiene una deuda con distribuidores de droga en Carcelén que le suministraron un “bloque” de droga y lo perdió. Está intentando dejar de consumir marihuana, comenta que ya no lo hace.
Carolina, cuando era tan solo una niña, su familia pasó por una crisis económica muy fuerte, su barrio no ayudaba, era una zona muy riesgosa. Comenta que tal vez por su inocencia o desesperación, quería trabajar y empezó a vender droga en su barrio, junto con su amiga, así ayudaría a su familia, dice que el asunto se pondría “pesado” cuando su amiga (tan solo otra niña) empezaría a prostituirse, ahí conoció sus límites. Consumiría hasta los 11 años, algunos tipos de drogas. Actualmente tiene 14 años, trata de dejarlo, recuerda amargamente ese pasado.
Javier, un chico que habla de lo peligroso que era su barrio, era cuestión de tiempo para que cayera en las drogas, ha probado algunos tipos de droga, y prueba varias veces a la semana un poco de marihuana, pasa constantemente enfermo con gripe por esta adicción. Actualmente tiene la garganta destrozada –se lo dijo el médico-, con una enfermedad que les da a los fumadores a los 40 o 50 años, él tiene 15.
Andrés, tuvo acercamiento con las drogas en su pueblo natal por medio de las fiestas, prueba marihuana de vez en cuando pero no desarrolla una adicción. Actualmente trata de dejarlo, tiene 16 años. Como Andrés, existe una gran mayoría de estudiantes, que tuvo acercamiento a las drogas en fiestas, con amigos mayores, amigos de sus hermanos o primos mayores, familiares cercanos. Existe gran cantidad de casos en los que por la presión social o su entorno social prueban drogas.
El colegio posee un circuito cerrado de cámaras de video, existen rondas constantes de los profesores, medidas para contrarrestar cualquier inconveniente; lo que se ha logrado es que, por lo menos, dentro de la institución no haya consumo de droga.
Un factor importante que observé fue que la mayoría de estas personas cercanas a las drogas en este colegio eran consumidores y en menores cantidades, vendedores; las ventas se realizan a menor escala, y no eran tan presente como en otros colegios. Es decir, en su mayoría no había distribuidores, la mayoría solo eran consumidores, pues dado que el colegio es una institución privada, los estudiantes tienen los recursos para consumir estas drogas; sin embargo, no podemos afirmar que este factor sea una constante.
Semana 3: En esos días también encontré que la presencia de drogas en los 3ros de bachillerato era muy fuerte, esto influenciado por generaciones pasadas y más aún con su reciente “paseo de fin de año” que es tan tradicional en los colegios de Quito y que se realizan como una actividad excluida de cualquier responsabilidad del colegio o autoridad paterna. Fue común escuchar los casos de uso de drogas en ese reciente paseo. Era muy alto el número de personas que estaba en contacto con las drogas, parejas de novios consumidores entre estudiantes de 3ro de bachillerato y cursos inferiores también sucedía. En última instancia, faltarían tan solo meses para que los 3ros de bachillerato abandonen el colegio o más aún ya sean mayores de edad, lo cual tiene otras implicaciones.
¿Qué hacer al respecto?
La atención podría estar enfocada en los cursos inferiores, pues es una cadena que va de generación en generación, los unos son influencia de otros, el ejemplo no promete educación. El proceso a seguir estaría más con los cursos inferiores pues aún son vulnerables, muchos de ellos (como todos) piensan que nadie nunca les enseñó cómo afrontar un divorcio, el toqueteo íntimo de un chico o una chica, los maltratos intrafamiliares o incluso afrontar cualquier problema; pero lo cierto es, que nadie nace aprendiendo a manejar problemas, pero generar la necesidad de apoyarse en drogas para afrontarlos no parece ser la solución. En algunos casos es un escape momentáneo de sus problemas, un efecto placebo a un espejismo cercano a la solución de sus problemas.
La mayoría de casos que encontré dentro de este colegio variaban de la siguiente manera: De cada 10 casos de drogas, 4 eran por motivos familiares, historias de estrato social, problemas económicos o demás. Los otros 6 casos existirían por influencias de mayores, presión social, es decir, no tiene una problemática tan difícil de tratar como los del primer grupo.
En el tiempo que estuve en la institución educativa encontré testimonios, y también temor y verdades a medias. Mentían acerca de su experiencia con las drogas, negándola, tal vez por desconfianza o por miedo a represalias.
Los testimonios expresados aquí son solo algunos de los cientos y talvez miles que hay sobre personas cercanas a las drogas. Fue difícil recabar estas historias, pero más difícil aún fue escuchar una por una. Es difícil no salir consternado de todas estas historias que rodean a personas que no cruzan ni los 16 años, pero son realidades que están frente a nosotros, alrededor de nosotros y ocurren a diario. No podemos ignorar que suceden.
Entonces después de mirar estos cortos testimonios surge la pregunta ¿acaso algo estamos haciendo mal? Tal vez todo esto va más allá de crear leyes, sanciones, repartir más activos para patrullar los colegios, crear DECEs, dar charlas o incluso reubicar a los denominados “infractores”. ¿Qué hacemos para escucharlos, para que puedan expresarse con libertad, para que sean comprendidos desde el afecto?
Posiblemente no necesitan que les digamos lo que ya saben, ni reprimendas, castigos, sanciones, etc. Talvez lo que necesitan de nosotros –adultos- exige modificar nuestro rol, establecer relaciones horizontales de cercanía, confianza y afecto, intentando ponernos en su lugar, en sus frustraciones, necesidades y aspiraciones.
Probablemente debemos explorar “nuestra” propia responsabilidad en toda esta situación, por cierto, ¿ya se ha preguntado qué estamos haciendo hoy por ellos?