Por Carol Murillo Ruiz – cmurilloruiz@yahoo.es
No deja de asombrar que en la cruzada de demonización que han articulado los sectores políticos opositores- contra todos los gobiernos progresistas de América Latina-, la fustigación moral sea el recurso escogido para llenar de repugnancia a las clases medias y quizá a las masas.
La creación de opinión pública, que cumple un camino desde las vísceras de los políticos hasta las salas informativas de los medios, ha renovado la vieja costumbre de fabricar telenovelas con el argumento siempre fácil de ricos y pobres. Si en los culebrones de las últimas décadas el drama tuvo como eje la vieja disputa del amor romántico entre protagonistas pobres y ricos y una que otra veleidad de clase social en ascenso, hoy el melodrama político se forja a partir de las acciones acaso corruptas de algunos dirigentes de izquierda.
Lo sucedido recién con Ignacio Lula da Silva en Brasil contiene más elementos de vulgar telenovela que de denuncia política y judicial. La escenificación de su captura para que rinda declaraciones -sin ninguna sentencia que lo declare culpable de algo- tuvo los ribetes del más vil de los linchamientos mediáticos que ha conocido Brasil. Así, las cadenas informativas impresas, visuales y virtuales, no dudaron en divulgar la imagen del ‘reo’ para provocar la duda y el desprecio político en las audiencias y ¡para escarnio del propio Lula!
Lula es un veterano dirigente de luchas sindicales que alcanzó la presidencia del Brasil después de varios intentos electorales. Sus dos gobiernos tuvieron la legitimidad suficiente para aplicar políticas que cambiaron decididamente la situación de exclusión de los sectores más vulnerables, y concebir con justicia el nuevo papel del Estado en la vida social brasileña. Además, en esa misma década Brasil empezó a promover iniciativas de integración, tanto en lo político como en lo económico. Por ejemplo, su presencia en el Brics muestra que las economías emergentes, en un mundo globalizado pero multipolar, es un imperativo que supera la asociación regional -de cualquier tipo y vecindad- y potencia estrategias de bloques en la economía mundial. Por lo tanto, también eso innovó la perspectiva geopolítica de América Latina e inspiró otros alcances de integración en entidades como Celac y Unasur.
En todos estos procesos Lula ha estado presente, y no solo presente. Ha afinado la idea de que una región tan vapuleada en la historia del mundo, la nuestra, hoy demanda esfuerzos comunes para incidir realmente en las decisiones globales. Pues ha sido y es uno de los líderes -de la izquierda latinoamericana- que dejó de tenerle miedo a la política y enfrentó al monstruo del nuevo orden mundial parido a finales del siglo XX, sin agazaparse en el vacío ideológico de que nada es posible en la selva dineraria.
No es fortuita esta cruzada que intenta arruinar a Lula. Es la misma empresa de desprestigio contra otros gobernantes y países que han estado o están ad portas de elecciones. Defender la integridad política de Lula es frenar la devastación de una tendencia que ha podido, al margen de perversos pronósticos, conducir con talento la gran fuerza social de la región. (O)