Lo decía Kissinger, secretario de Estado de EEUU: «¿A quién tengo que llamar si quiero llamar a Europa?»

Ahora mismo, en la cuestión migratoria, los líderes comunican y hasta Angela Merkel ha perdido su ascendente

Primero los empobrecimos, luego obviamos las compensaciones, sus guerras y ahora que vienen nos molestan. La política de inmigración de los países desarrollados se ha basado en intentar que la miseria del otro lado del mundo no les dé mucho la lata. Demasiado tarde.

Ya no se puede obviar que la UE va desbocada y sin líder en política migratoria y de refugiados. Lo decía Kissinger, secretario de Estado de EEUU: «¿A quién tengo que llamar si quiero llamar a Europa?» Ahora mismo los líderes comunican y hasta Angela Merkel ha perdido su ascendente. Ella, tan presente y dirigente en las decisiones de la UE, no puede con las intenciones proteccionistas de los estados miembro.

Podemos fingir que los países tienen un plan más allá de resolver la papeleta en el momento. El problema es que son planes contradictorios, incompatibles entre sí y agravan la situación de los inmigrantes y refugiados. Han convertido Europa en una ratonera de vasos comunicantes que abren y cierran sin más estrategia que empujar a la gente a otra frontera. La que sea.

Hasta la próspera y humanista Escandinavia da síntomas de fiebre y convulsión. Este año, el Parlamento danés ha aprobado confiscar los bienes de los refugiados cuando lleguen al país si superan los 1.340 euros. Los refugiados ya no son tan bienvenidos.

Mientras, Líbano -país 87 en PIB per cápita- acoge en su campo de refugiados el equivalente a la cuarta ciudad más poblada del país. Aún no hemos escuchado que cierre sus fronteras tras abrazar a más de un millón de sirios. Bofetón solidario a los países ricos.

Austria negocia por su cuenta sin contar con Grecia y Alemania, el país del que salen y adonde van los refugiados, y ha aplicado las cuotas sin consultar a ningún vecino. La justicia francesa ampara que se desmonte el principal campamento de inmigrantes que quieren pasar a Reino Unido. Que se vayan a otro sitio.

Polonia se declara «para los polacos». Hungría rocía gases lacrimógenos y organiza referendos con la esperanza de que salga «no» a los refugiados y la ciudadanía refrende lo que ya se ha hecho de facto. España disimula silbando al cielo, mientras el ministro de Interior, más católico que cristiano, da lecciones solidarias a la UE ahora que el problema no es suyo. Para su fortuna los sirios no quieren venir aquí (la de los sirios), porque la política de este gobierno con los inmigrantes es la de Ceuta y Melilla: cuchillas y empujones en caliente.

Mientras, Líbano, país número 87 en PIB per cápita, acoge en su campo de refugiados el equivalente a la cuarta ciudad más poblada del país y ha abrazado ya a más de un millón de sirios. Bofetón solidario a los países ricos.

Podemos seguir disimulando, abrir y cerrar compuertas, presionando hasta el hastío y la miseria a inmigrantes y refugiados, pero somos 7.000 millones y casi todos deseamos vivir en la misma parte del mundo. Se llama supervivencia y bienestar y es una pulsión humana que ninguna ley ni cupo va a desactivar.

 

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