ANRed. Por Cristina Chiquín para Pikara Magazine.
Las mujeres que dan su testimonio en el juicio del caso Sepur Zarco, rompen con el silencio y con el estigma sobre la violencia sexual en la guerra interna. Con su lucha, dejan en evidencia a un Estado racista y patriarcal que las señaló como mujeres violables y utilizables.
«La violación sexual como expresión de racismo misógino, es decir de odio a las mujeres, pues el racismo escoge a sus víctimas, no solo por ser víctimas del conflicto sino porque tienen cuerpos femeninos. No se viola mayoritariamente a los hombres, se viola a las mujeres y a las niñas y niños. Y es porque las mujeres tenemos cuerpos que reproducen vida pero además porque esos cuerpos se consideran cumplidores de servicios domésticos y de servicios sexuales». Yolanda Aguilar
Sepur Zarco es una comunidad situada en la finca del mismo nombre, en el municipio de El Estor, Izabal en Guatemala. En este lugar fue instalado un destacamento militar que sirvió entre los años 1982 y 1986, durante la guerra interna en el país, como un centro de recreación y descanso para los elementos del ejército. Fue ahí que mujeres mayas q’eqch´is fueron víctimas de violencia y esclavitud sexual a manos del Ejército de Guatemala. Los militares desaparecieron y asesinaron a sus esposos y destruyeron sus bienes, siendo posteriormente desplazadas para convertirlas en esclavas domésticas y sexuales durante meses y hasta años.
Después de 34 años, once mujeres q´eqch´ is ven materializada su lucha por la verdad y la justicia al lograr llevar a juicio a Esteelmer Francisco Reyes Girón, teniente Coronel del Ejército de Guatemala, por los delitos de asesinato, delitos contra los deberes de humanidad en su forma esclavitud sexual, esclavitud doméstica y violencia sexual y a Heriberto Valdez Asij, comisionado militar, por los delitos de desaparición forzada, delitos contra los deberes de humanidad en su forma de violencia sexual. Estos delitos fueron cometidos en las comunidades de Sepur Zarco, El Estor, Izabal y Semochoch, Alta Verapaz.
El Ejército de Guatemala se instaló en la comunidad de Sepur Zarco obligando a la población a trabajar para él: a los hombres les hicieron trabajar en la construcción del destacamento; a las mujeres las esclavizaron mediante tareas domésticas y las violaron reiteradamente. Los soldados detuvieron ilegalmente y desparecieron a los hombres de la comunidad que estaban organizándose para legalizar sus tierras. El ejército actúo contra la población como una estrategia contrainsurgente que concluyó en violaciones, tortura, desparición forzada, detenciones ilegales y abusos sexuales, entre otros.
La violación sexual fue utilizada por el Estado como parte de una política contrainsurgente. Fue un instrumento de guerra y una herramienta para generar terror en la población que tuvo impacto en el cuerpo y vida de las mujeres y de toda la comunidad. La Comisión para el Esclarecimiento Histórico registró 1465 hechos de violación sexual, de los cuales pudo documentar 285 casos. Este tipo de violencia estuvo dirigida en un 99% contra mujeres, siendo indígenas la gran mayoría de ellas (el 80%).
El 1 de febrero de 2016, en Ciudad de Guatemala, el Tribunal de Mayor Riesgo “A” dio apertura al juicio del caso Sepur Zarco, materializando el largo camino de lucha de las mujeres por la justicia. Durante estas dos semanas, el Tribunal ha escuchado testimonios, peritajes, y ha revisado pruebas sobre lo sucedido.
Durante las audiencias, las mujeres mayas q´eqch´is a han estado presentes con los rostros cubiertos debido al temor que aún existe por las violaciones vividas y por el estigma social. Petrona Choc, durante su testimonio, dijo: “Muchas veces fui violada. Una de mis hijas también fue violada… ¿Qué es lo que va a decir la ley con esto que nos sucedió? ¿Se va a quedar así o va a haber justicia, sobre todo este daño que nos han hecho? Por eso he venido yo aquí hoy”.
Las violaciones sexuales que ella y las otras mujeres vivieron en el destacamento militar están aún presentes en el dolor que denotaban sus voces. Las personas que rompieron el silencio con su testimonio transmitían emoción y, sin duda, una incansable búsqueda de justicia. Recordar todo estos hechos representa para las víctimas una lucha contra el miedo y contra el racismo, la discriminación que la sociedad aún ejerce sobre los pueblos indígenas.
Las mujeres que hoy dan su voz no solo rompen con el silencio sino también con el estigma de la inmovilización que provoca la violencia sexual en sus cuerpos. Por otro lado, rompe con el imaginario instalado de mujeres mayas débiles, de cuerpos violables y usables, que ha impuesto una visión occidental y patriarcal. Con este proceso, las mujeres muestra la resistencia y lucha que se ha llevado, dejando en evidencia al sistema y al Estado en cómo usa la violencia sexual y las violaciones a los derechos humanos para seguir sometiendo a las poblaciones.
Este proceso marca nuevamente la memoria colectiva de una sociedad a la que se le ha incitado a olvidar lo sucedido pero que hoy debe escuchar la voces de quienes rompen con las vendas y las mordazas que han tratado de imponer sobre los pueblos.