Miles de turcos y de kurdos han casado de forma ilegal a otras miles de niñas y mujeres refugiadas sirias desde el inicio de la guerra de Siria en 2011. La República de Turquía prohibió en 1926 la poliginia (el derecho de los hombres a tener múltiples esposas) y también el matrimonio con niñas; sin embargo, se ha mantenido el mismo sistema milenario de mercado que codifica a la mujer y le asigna un estatus de subgénero. Sólo el año pasado, alrededor de 270 mujeres fueron asesinadas por violencia de género.
Según las feministas turcas, la poliginia masculina se ha disparado en las regiones próximas a la frontera turco-siria en los últimos cinco años. Mientras que en la Turquía moderna, esta práctica había caído en decadencia y ninguna mujer de las zonas urbanas quería ser Kuma (co-esposa); en el campo, los señores ricos que quieren presumir de su potencial sexual y de su fortuna, suelen exhibir sus cuatro o cinco esposas y una tropa de hijos para reírse de la ley.
Asimismo, algunos dirigentes —del mismo partido gobernante— de la Justicia y del Desarrollo son aficionados a tener, al menos, dos esclavas sexuales en casa. Por lo tanto, lo de autorizar a los imanes turcos para declarar ‘halal’ a la unión sexual entre un hombre e infinitas mujeres a espaldas de las leyes del país, ¿formaría parte de su estrategia, nada sutil, de implantar la versión fundamentalista del Islam en Turquía?
Guerra sobre el cuerpo de la mujer refugiada
Si antes de la guerra las mujeres sirias estaban en manos de dios, a partir de ahora el demonio de la guerra y sus consecuencias no las dejará en paz. Las supervivientes del conflicto seguirán siendo un ‘botín de guerra’ para los vigilantes de los refugios, para otros refugiados, y también para algunos señores anfitriones. En la desconocida y desconcertante tierra de acogida, niñas huérfanas, viudas con hijos, mujeres solas o acompañadas por un tutor varón familiar… seguirán sufriendo las mil y una formas de humillación, acoso sexual o violación que sufrieron durante su huida. Chicas universitarias, empleadas, amas de casa o estudiantes se han convertido en simples refugiadas, término con una tremenda carga negativa que además les borra la identidad y el estatus social que ostentaban. En Turquía, uno de los principales responsables de su tragedia, los sirios tampoco son bienvenidos. Nadie quiere a los pobres.
De casi 2 millones de refugiados sirios en Turquía, sólo unos 220.000 están alojados en los campos de refugio, recibiendo alguna ayuda. El resto se han tenido que buscar la vida alquilando chozas, graneros y pisos patera por precios que se han disparado y estrangulan la economía personal de los refugiados. Es aquí donde los mercaderes de ‘carne fresca de mujer’ aparecen: ofrecen alojamiento gratuito a las cabezas de familia a cambio de sexo o piden una hija a los padres insolventes como pago por adelantado del alquiler de un año. Que estos hombres no sepan árabe para comunicarse con estas mujeres no es ningún problema: nadie pide a un violador que sepa idiomas.
Kuma significa co-esposa
El tradicional oficio femenino de ‘casamentera’ en Turquía hoy es cosa de hombres en la frontera con Siria. A cambio de una comisión, ponen en contacto a los solicitantes con las solicitadas. Los ‘novios’ de 50 o 60 años, que juran ser ricos, solteros o viudos sin hijos, buscan hijas de familias pobres y numerosas, madres abandonadas o viudas cuya edad no supere los 22-23 años. Los ‘tutores’ cobrarán unos 1.000 euros por entregarlas en matrimonio. Siendo tan baratas, hay hombre que ya tienen hasta tres esposas sirias hacinadas en la misma vivienda. Sus bodas religiosas también serán una farsa, ya que ellas, que huyeron con lo puesto, carecen de carné de identidad y ellos, por seguir casados, no pueden registrar la unión de forma legal. Por lo que las segundas ‘esposas’ carecerán de todos los derechos legales de la cónyuge. Una vez en el nido de amor forzado, las novias se encontrarán sin fortuna, con la existencia de otra mujer y media docena de hijos. ¿Y ahora qué? Unas se resignan, otras piden el divorcio y las más valientes se quedan con las joyas que la tradición manda regalar a la muchacha y se escapan.
Cientos de niñas refugiadas sirias de entre 12-13 años ya son madres. Desde el 2011 se ha registrado el nacimiento de unos 70.000 bebés de esta nacionalidad en Turquía. Tenebroso panorama para las niñas-madres y sus hijos. Otras compatriotas alquilan su cuerpo por las calles turcas por unos 5 euros, o recurren a la mendicidad cuando cae la noche y pueden ocultar su rostro de vergüenza para dar de comer a sus hijos o sus nietos. ¿Existe algún instrumento para medir el dolor?
Las mujeres turcas y kurdas ‘legales’ también son víctimas de esta guerra: humilladas por sus maridos que han traído una mujer a casa, siempre más bella y más joven, amenazan con suicidarse o caen en depresión, sin tener a donde ir. El hogar de la poligamia es un infierno: cuenta la Biblia cómo Abraham —el patriarca de los judíos y los musulmanes— harto de las peleas y discusiones en el hogar entre sus dos mujeres, decidió abandonar a su segunda esposa Hagar y a su hijo en el desierto, para dejarles morir de sed y de hambre. ¡Y se le sigue respetando como profeta!
El hecho de que ninguna comunidad pueda soportar tanta tensión e inestabilidad constante, es el principal motivo por el que la mayoría de los hombres musulmanes optan por la monogamia.
Islam y ‘cónyuges múltiples’
“Un buen musulmán debe proteger a las mujeres desamparadas”, afirman aquellos que justifican la poligamia masculina como obra benéfica. Pero, ¿por qué hay que meterse literalmente en el lecho de una persona para ayudarla?
El Corán menciona la poliginia sólo en un versículo: “Si teméis no ser equitativos con los huérfanos, entonces, casaos con las mujeres que os gusten: dos, tres o cuatro. Pero si teméis no obrar con justicia, entonces con una sola o con vuestras esclavas. Así, evitaréis mejor el obrar mal” (4:3).
Los defensores de este dictamen cuentan que dicha práctica surgió para paliar el desequilibrio demográfico y una supuesta superioridad numérica de las mujeres frente a los hombres, que morían en las guerras o eran objeto de comercio de esclavos. Pero, ¿permitirían las autoridades religiosas que en Xinjiang —región de mayoría musulmana china donde el número de hombres es mayor que las mujeres—, una musulmana tenga varios esposos?
Por otro lado, es cierto que la primera esposa, humillada, tiene derecho a solicitar el divorcio —en teoría—, pero no suele hacerlo, ya que de forma automática y según manda la Sharia, será separada de sus hijos, ya que siempre pertenecerán al padre. Además, ¿cómo podrá volver a organizar su vida sin trabajo y sin una formación mínima demandada por el mercado? Parece que todo está organizado a milímetro para que nada se escape del control absoluto del hombre.
Las feministas islámicas juran que el Corán, al condicionar al hombre para tener un trato equitativo con ellas, imposibilita el ejercicio de la poliginia, puesto que él siempre tendrá una ‘favorita’. Pero, ¿por qué dios no prohibió abiertamente este tipo de uniones como lo ha hecho con el adulterio o la poliandria y ahorrar así tanta confusión y tanto sufrimiento a sus criaturas?
Las fuerzas progresistas musulmanas en vez de justificar estas normas pertenecientes a siglos y a sociedades y territorios determinados, deberían apostar por la separación de la religión del Estado, así como adaptar sus preceptos a los nuevos tiempos. Saben que, en este caso, el texto sagrado limita el número de esposas a cuatro: la lengua árabe de entonces carecía de signos gramaticales y para no alargar la frase, dejó la cifra en cuatro. La prueba de ello es que el propio profeta Mahoma tuvo al menos once esposas reconocidas simultáneamente.
La poliginia no es una cultura, es el fruto del arcaico sistema patriarcal, el injusto reparto de los recursos, el poder económico y legal del hombre, del apartheid sexual contra la mujer, de las crueles guerras que las lanzan al agujero negro de la desesperación y las fuerzan a buscar un techo y un trozo de pan.
El drama descrito aquí, forma parte de los daños colaterales de otra guerra imperialista.
Para Publico.es