Los jerarcas de la iglesia católica romana y ortodoxa rusa, el papa Francisco y el patriarca Kiril, tuvieron un encuentro en el aeropuerto de La Habana este viernes, haciendo el primero coincidir la ruta de su viaje misional a México para encontrarse con el segundo, también en gira por Latinoamérica donde, además de Cuba, visitará Paraguay y Brasil.
Lo que muchos medios calificaron de “histórico encuentro”, transcurrió en el lapso de dos horas, acaso cediendo a las premuras y las velocidades de la época. A pesar del tono conciliador y el documento conjunto suscrito, en las declaraciones de cada uno, puede leerse con claridad el matiz distintivo con el que abordan la relación mutua. Mientras el jesuita de origen argentino expresó «Hablamos de nuestras iglesias y coincidimos en que la unidad se hace caminando», el patriarca ruso afirmó que “…las dos iglesias pueden trabajar conjuntamente de manera activa protegiendo a los cristianos por todo el mundo y trabajar juntas con toda la responsabilidad para que no haya guerras, para que en todas partes se respete la vida humana», realzando la separación eclesiástica existente entre ambas.[1]
Y es que precisamente el origen de la división entre ambas iglesias se remonta al año 1054, cuando un cardenal enviado por Roma a Bizancio y el patriarca de Constantinopla se excomulgaron mutuamente, sellando con ello el cisma entre la iglesia occidental y la de oriente. El acontecimiento, coyunturalmente nimio, pero de importancia en el reacomodamiento interno del mundo cristiano, no fue sino la culminación de un proceso de varios siglos. En ese tiempo, la primacía de Roma en el mundo había ido declinando (y con ello la pretensión del papa romano de ejercer potestad absoluta) mientras Bizancio – a cuya ciudad principal trasladó el emperador Constantino la capital del imperio – experimentaba el crecimiento de su influencia. Hacia el año 1000, el número de habitantes de Roma había descendido – del millón de las épocas gloriosas del imperio mil años antes – a apenas 50.000. La población de Constantinopla, aunque bastante menor que algunos siglos antes, sumaba entonces alrededor de seis veces más que la capital del imperio de occidente.[2]
Por otra parte, la posición del patriarca de esa ciudad se había fortalecido, convirtiéndose en el principal baluarte cristiano en la zona oriental a causa de la caída de los otros patriarcados (Antioquía, Alejandría y Jerusalem) bajo influencia islámica. El término “ecuménico”, que comenzó a agregar a su título por entonces el patriarca principal (un “primus inter paris” según la organización de las iglesias griegas), significaba en el lenguaje imperial de la época, el gobierno sobre la totalidad del pueblo cristiano en sus territorios. Tal pretensión no podía sino ser considerada una afrenta por el poder central de la iglesia en Roma.
Mientras la promoción mediática busca resaltar el espíritu de acercamiento interreligioso logrado en la reunión, cabe preguntarse, desde una lectura menos inocente, qué objetivos podrían estar amalgamando los intereses de instituciones enfrentadas por el poder eclesial desde hace centurias.
Una cruzada contra los enemigos comunes
Una breve observación de la situación actual ayuda a echar luz sobre el asunto.
Siguiendo patrones de linealidad en base a proyecciones demográficas, un estudio realizado por el Pew Research Center revela que la fe islámica es la que más rápidamente crecerá en los próximos decenios. También aumentará la proporción de musulmanes viviendo en países de mayoría cristiana. El mismo informe destaca que la cristiandad perderá por efecto de las conversiones entre las distintas confesiones, el ateísmo y la desafiliación religiosa, entre comienzos y mediados de siglo un número de alrededor de 66 millones de personas.
A ese panorama general de decaimiento, se suma el declive de las vocaciones eclesiásticas – reflejadas por la propia agencia del Vaticano FIDES – cuando en su última estadística refiere que “el número de seminaristas mayores, diocesanos y religiosos, ha disminuido este año (2013) globalmente en 1.800 unidades, alcanzando el número de 118.251”, disminuyendo en todos los continentes, al tiempo que “el número total de seminaristas menores, diocesanos y religiosos, ha disminuido en 775 unidades, alcanzando el número de 101.928. Ha aumentado en América, Asia y Oceanía, mientras ha disminuido en África y Europa.”
No hay dudas que estas tendencias van de la mano con el presente estilo de vida laico en las sociedades occidentales, que no inhibe una creciente apertura a una espiritualidad de nuevo cuño, pero ciertamente aleja a las personas de dogmas cerrados e inmóviles en un mundo de veloces transformaciones y desestructuración creciente.
Por otra parte, el catolicismo y la iglesia ortodoxa, además de la contienda con el islamismo y el laicismo, enfrentan a otro gran enemigo, el avance de corrientes neoprotestantes de fuerte corte conservador pero con una impronta muy dinámica de reclutamiento.
América Latina alberga aproximadamente un 40% de los fieles católicos a nivel mundial, pero dicha fidelidad – indica el informe citado anteriormente – está siendo puesta a prueba. Mientras en los años 60’, alrededor de un 90% de la población regional declaraba su pertenencia a esa iglesia, en la actualidad sólo un 69% se considera a sí mismo católico. Al mismo tiempo, se ha incrementado la proporción de adherentes a alguna variante del enjambre de agrupaciones pentecostales desplegadas en todos los rincones de América Latina y el Caribe, alcanzando aproximadamente un 19% (según encuestas en 18 países). También ha aumentado a un 8% del total, el caudal de aquellos que se declaran prescindentes de afiliación a grupo religioso alguno.
Significativo es observar que – según la misma fuente – el principal motivo de los entrevistados para abandonar la iglesia católica es la “búsqueda de una relación más personal con Dios”.
Por supuesto que todo esto es una gran preocupación para la cúpula vaticana y no cabe duda alguna que el panorama descrito ha incidido decisivamente para que la última elección papal recaiga por primera vez en un latinoamericano, el ex arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. La misión que se le ha encomendado es clara e implica batallar en territorio propio para no perder terreno frente al activismo evangelista, presente sobre todo en las periferias, áreas empobrecidas y zonas rurales. Al mismo tiempo, buscar alianzas para ofrecer cierto contrapeso al aumento de poder del Islam en África y Asia y su penetración creciente en Europa y los Estados Unidos.
Desde la perspectiva mencionada en primer término, se comprende el recorrido llevado hasta ahora en sus viajes pastorales, cuatro de ellos dirigidos hacia distintos países de la región latinoamericano caribeña, con el objetivo de levantar los ánimos (y la obediencia) en una hueste últimamente alicaída y algo díscola.
La estrategia elegida comenzó con la elección del nombre de Francisco de Asís – con los respectivos atributos de pobreza y austeridad – para este papado y continuó con las promesas de regeneración moral en el ámbito de la iglesia, ante la difusión de extendidas prácticas de pederastía en sus filas. Al mismo tiempo era necesario, en un mundo de construcción de imágenes públicas a través del marketing, que el sucesor del renunciante Josef Ratzinger, se mostrara como la contracara “progresista” de su conservador antecesor, criticando al capitalismo e intentando un acercamiento con pueblos originarios y movimientos sociales.
Hay cosas que nunca cambian, hasta que cambian
Todo esto es fácilmente comprensible desde un esquema histórico mayor, en el cual la pretensión de poder universal concentrado en una doctrina, un lugar y una persona, ha generado en esa confesión – que amplió su influencia al alero del águila imperial -, permanentes cismas y sectarismos divergentes.
Uno de ellos, fue la escisión protestante, que surgió a partir de las reformas propuestas por Lutero en la segunda década del siglo XVI. Esta corriente, que denunciaba la decadencia moral eclesiástica, se extendió rápidamente, por Europa. La reacción no se haría esperar y el naciente jesuitismo será precisamente una de las espadas del poder papal para intentar contrarrestar esta rebelión. Al mismo tiempo, se desatan sangrientas guerras por el control religioso en territorio europeo. Dicho período nefasto llegaría a una pacificación provisoria algo más de cien años después con la Paz de Westfalia (1648), considerado como el tratado que inaugura la estructura geopolítica postmedieval en Occidente.
Sin embargo, el enfrentamiento entre las grandes sectas cristianas se continúa y EEUU, colonizado en sus orígenes por puritanos de marcada intolerancia moralista, – y pese a su creciente diversidad étnica – es hoy el sucesor de la retrógrada intransigencia protestante, enfrentada al poder clerical romano, igualmente intransigente y conservador.
Y es desde ese lugar de predominio anglosajón, de donde proviene el apoyo financiero inicial y sostenido para la cruzada evangelista en América Latina. Por ello es que Estados Unidos es para Bergoglio, junto al Islam, uno de sus principales adversarios.
De allí que la declaración conjunta firmada por el papa y el patriarca ruso expresa: “Es inaceptable el uso de medios incorrectos para obligar a los fieles a pasar de una Iglesia a otra, dejando de lado su libertad religiosa y sus propias tradiciones.”[3]
Haber elegido a Cuba como lugar de encuentro abona esta significación, ya que es un símbolo de la resistencia popular a la injerencia norteamericana y en buena medida, precisamente gracias a la ayuda soviética.
La declaración dedica también algunos párrafos al denostar el aumento de la secularización, particularmente extendida en Europa.
“En particular, vemos que la transformación de algunos países en las sociedades secularizadas, ajenas de cualquier memoria de Dios y su verdad, implica una grave amenaza para la libertad religiosa.”
Es menester señalar cómo la separación de iglesia y estado, preconizada y puesta en práctica a partir de la Revolución Francesa, inició un proceso de pérdida creciente de potestad absoluta y financiamiento de la actividad de la iglesia en base a impuestos al pueblo, absurdo que sin embargo aún hoy continúa vigente en varios lugares.
Y no podía faltar la referencia eufórica a la caída de los gobiernos comunistas en los países del Este europeo y Rusia: “Hoy en día, las cadenas del ateísmo militante cayeron, y en muchos lugares los cristianos son libres de profesar su fe.”
Junto a exhortos por la paz en Medio Oriente y el diálogo interreligioso, se critica – sin mencionarlo explícitamente – al fundamentalismo islámico, diciendo: “Los intentos de justificar actos criminales por consignas religiosas son absolutamente inaceptables.”
La justeza de esta apreciación es innegable, por lo que si este precepto hubiera sido aplicado por la misma iglesia, millones de vidas se hubieran salvado en América Latina y Europa. La memoria de los habitantes originarios masacrados y victimizados en sus propias creencias, de miles de mujeres perseguidas por supuesta “brujería” y de otros tantos humanistas torturados por buscar una inspiración espiritual diferente, exige verdad y reparación histórica.
El texto firmado denuncia la desigualdad, el consumo desenfrenado de recursos y alude a la situación desesperada de los migrantes. Sin embargo, la fachada “progresista” no resiste al recorrer otras afirmaciones del documento emitido:
“La familia es fundada sobre el matrimonio que es un acto libre y fiel de amor entre un hombre y una mujer. Lamentamos que otras formas de convivencia se equiparan ahora con esta unión, y la visión de la paternidad y la maternidad como de especial vocación del hombre y de la mujer en el matrimonio, santificada por la tradición bíblica, se expulsa de la conciencia pública.”
En referencia al aborto, se señala: “La sangre de los niños no nacidos pide a gritos a Dios que haga justicia.”, al tiempo que se rechaza – como ha sido habitual en la historia – todo intento de romper las limitaciones y condicionamientos impuestos a la existencia humana: “Expresamos nuestra preocupación por el uso cada vez más extendido de las tecnologías biomédicas de reproducción, porque la manipulación de la vida humana es un ataque contra los fundamentos del ser de la persona creada a imagen de Dios.”
Problemas de una época ganadera
En definitiva, el encuentro entre los prelados, en un mundo en redefinición, se encuadra en el intento de dar pelea conjuntamente a quienes osen oponerse o ignorar la voluntad de sus respectivas iglesias.
Porque según ordena el algo violento pasaje bíblico en Zacarías 11:17:
“¡Ay del mal pastor que abandona el rebaño! ¡Que un puñal hiera su brazo, y su ojo derecho! ¡Que se le paralice el brazo, que se le ciegue el ojo derecho!”
Y es sabido que, sin ovejas, no son necesarios los pastores.
[1] Extraído del portal ruso Russia Today
[3] Declaración conjunta del Papa Francisco y del Patriarca Kiril de Moscú y Toda Rusia, la Habana, 12/02/2016