Detrás del cambio de gobierno en Argentina, se esconde un rechazo visceral de las capas más pudientes de la sociedad hacia los peyorativamente llamados «cabecitas negras».
Hace poco volví de Argentina, donde tuve oportunidad de vivir las primeras semanas de Macri como presidente del país. Debo advertir que siempre he pensado que la presidencia de Macri sería funesta para Argentina, así que no es sorprendente que diga que las primeras medidas me parecieron, casi todas, muy negativas.
No obstante, me sorprendió la velocidad y virulencia de algunas acciones, que me hicieron recordar aquellos hechos ocurridos en 1955, cuando un golpe de Estado echó a Perón del gobierno. En ese momento, los militares golpistas pretendieron hacer olvidar los 10 años de gobierno peronista, como si éstos nunca hubieran existido. No se trataba de cambiar el rumbo político del país, se trataba de deshacer todo lo hecho por Perón (y Evita). El caso más prototípico fue el Hospital de Niños que se había comenzado a construir en Buenos Aires, y que iba a ser el más grande de América Latina. El gobierno golpista paralizó las obras, dejando el edificio “en los huesos”, como mudo testigo de lo que pudo ser y no fue. Durante décadas, este edificio se transformó en el Albergue Warnes, donde se mudaron a vivir familias que lo preferían a las villas miseria que campaban por la ciudad y sus alrededores. El edificio no contaba con agua ni desagües ni electricidad, y los propios ocupantes se ocuparon de tapar los huecos para las ventanas y puertas.
En las pocas semanas que lleva Macri en la presidencia, parece que el objetivo fuera similar. En primer lugar, despidiendo a todos los funcionarios públicos que hubieran entrado a trabajar en algún organismo en los últimos años, sin importar el empleo que ocupaban ni su idoneidad para el puesto. En segundo, desmontar los organismos creados por el último gobierno, sin tampoco evaluar su utilidad. Primero echó a las personas y cerró los organismos, y luego ya veremos como sigue. Ejemplo de este último caso es el Centro Cultural Néstor Kirchner, el centro de estas características más grande de Latinoamérica, inaugurado hacía poco, del cual había oído bastantes elogios. Macri echó a todos los empleados apresuradamente (sí, todos, no sólo los directivos) y como consecuencia el CC estaba cerrado y no pude visitarlo. Puedo entender que el gobierno actual quiera cambiar a los directivos, y que incluso quiera cambiarle el nombre y la orientación ideológica, pero me parece algo enfermizo que se lo cierre así, sin más. Es como si Miterrand, al llegar a la presidencia de Francia, una de las primeras cosas que hubiera hecho hubiera sido cerrar el Centro Georges Pompidou.
Con todo esto no puedo más que leer entre líneas una cierta revancha que va mucho más allá de las diferencias económicas o políticas, como si durante los 12 años del gobierno de los Kirchner los pobres hubieran adquirido demasiada visibilidad, demasiados derechos, como si se hubieran atrevido a pisar los mismos espacios que los ricos, y esto resulta una afrenta para estos últimos.
Claro que Macri no ganó únicamente con el voto de los ricos, pero fueron éstos quienes lo encumbraron en primer lugar, siendo además parte de su entorno inmediato, y sin duda su gobierno los representa antes que a nadie.
Después de los despidos y cierres, le ha seguido el infame y chapucero encarcelamiento de Milagro Sala (al respecto, ver el excelente artículo del ex juez Zaffaroni). Muy pocos días después de asumir la presidencia, Macri pidió sanciones para Venezuela desde el Mercosur, por tener presos políticos. Pocas semanas después, Macri ya tiene su primer presa política. Es difícil encontrar tanta incoherencia en tan poco tiempo.