El Memorial de la Shoah de París conmemora la liberación de Auschwitz con una exposición sobre el destino de los escapados y supervivientes del holocausto.
Por Rafael Poch para La Vanguardia
“La primera patrulla rusa avistó el campo hacía mediodía”, narra Primo Levi en su Trilogía de Auschwitz (Si esto es un hombre / La tregua /Los hundidos y los salvados), uno de los libros más importantes del Siglo XX. Los alemanes se habían ido precipitadamente y en el campo habían quedado ochocientos enfermos, de los que quinientos fallecieron en los días que precedieron a la llegada de los rusos. Levi y su compañero Charles estaban transportando el cadáver de un colega de habitación a la fosa común entre nieve sucia, cuando vieron a cuatro soldados jóvenes que avanzaban a caballo con la ametralladora presta. Intercambiaban palabras breves y tímidas, y lanzaban miradas llenas de extraño embarazo a los cadáveres descompuestos y a los pocos vivos que deambulaban como fantasmas entre los barracones destruidos: “Cuatro hombres armados, pero no armados contra nosotros”, enfatiza.
Levi y el puñado de supervivientes de Auschwitz inician entonces un largo y serpenteante periplo ferroviario por Rumanía, Ucrania y Rusia, que finalmente se detiene unos meses en Bielorrusia. El narrador rendiría ahí homenaje a “aquella tierra sin límites de horizontes intactos y primigenios que había presenciado la batalla a la que debíamos nuestra liberación”. Bajo las desaliñadas y anárquicas apariencias, distingue en los “rostros rudos y abiertos” de aquellos soldados soviéticos, “a los hombres valientes de la Rusia antigua y nueva, mansos en la paz y atroces en la guerra, fuertes por una disciplina interior nacida de su concordia, amor mutuo y amor a la patria”. Una disciplina, dice, “mucho más fuerte, precisamente porque era interior, que la disciplina mecánica y servil de los alemanes”. “Viviendo entre ellos era fácil comprender”, concluye, “por qué era aquella y no ésta la que había prevalecido”.
Este miércoles se cumplió el 71 aniversario de aquella liberación. Convertida hoy en “Jornada internacional en memoria de las víctimas del holocausto y de la prevención de crímenes contra la humanidad”, el día en el que Levi inicia la segunda parte de su relato ha justificado la inauguración, en el memorial de la Shoa de París, de la exposición “Después de la Shoa; escapados, refugiados, supervivientes”. La jerarquía en la numeración no es arbitraria. Los supervivientes al final, porque fueron los menos: unos 60.000 en total, de los que una tercera parte desapareció, o murió poco después de las secuelas del martirio.
Restadas las 6 millones de víctimas del holocausto a los diez u once millones de judíos que había en Europa antes de la guerra, aún quedan cinco millones. El destino de esos cinco millones, más los escasos y frágiles supervivientes, entre 1944 y 1947, es el objeto de esta exposición, un drama hasta cierto punto disuelto en otro más general: el caos de la posguerra.
Tras la gran carnicería y destrucción, 30 millones de desplazados se movían por Europa, algo que da mucho que pensar en la actual y vergonzante crisis de los refugiados de la Unión Europea. La mayoría de ellos, 13 millones, eran expulsados alemanes, de los que más de dos millones murieron en la operación, sancionada por las potencias aliadas en Potsdam. El nuevo nacionalismo alemán postreunificación reivindica un holocausto alemán que incluye capítulos tan horrorosos como la operación revancha indiscriminada y colectiva que aniquiló al 8% de los sudetes (250.000 muertos), una población muy hostil al estado checo y entusiasta de los nazis. “En determinados respetables ámbitos se sugiere e insinúa a los judíos que no fueron las únicas víctimas, ¿es este recuerdo público una señal de salud política, o sería a veces más prudente olvidar?”, se preguntaba escéptico el historiador Tony Judt en su libro sobre la Europa de posguerra.
En cualquier caso, más allá de los nuevos revisionismos (alemán, polaco, báltico y ahora ucraniano) es un hecho que, “los judíos eran una minoría en aquel apabullante mar de desplazados”, explica Henry Rousso, comisario de la exposición parisina, que desmiente rotundamente que en la inmediata posguerra no hubiera, hasta el proceso de Eichmann en Jerusalén de 1961, conciencia o información sobre lo que había sido la Shoa. Se sabía, pero la especificidad de aquello quedaba, de alguna forma, disuelta en el catastrófico contexto general: 55 o 60 millones de víctimas de la guerra, 29 millones de muertos soviéticos, 3,3 millones de presos soviéticos aniquilados, de los 3,5 millones de soldados alemanes, austriacos, rumanos y húngaros apresados por los soviéticos, de los que pocos regresaron con vida, y otras enormidades. Eso explica que del libro de Levi, publicado en 1947, apenas se vendieran 2000 ejemplares y pasara desapercibido hasta 1963.
La exposición se centra en tres países; Polonia, Alemania y Francia. En Francia se repatría a 1,7 millones de personas. En Alemania muchos judíos que han sobrevivido escondidos o disimulados, destruyendo documentos de identidad que les condenaban a muerte, deben ahora demostrar documentalmente que son judíos para beneficiarse de ayudas, “una situación alucinante”, dice Rousso. Aparecen los submarinos, personas como Marie Simon, que se esconde de la Gestapo en Berlín cambiando 19 veces de apartamento.
En Polonia solo 400.000 sobre los más de tres millones de judíos escapan a la muerte (240.000 huyendo a la URSS). Al regresar se enfrentan a las violencias que desata contra ellos una violencia antisemita post-genocidio, fenómeno que se vive también en Hungría y Rumanía, y que en Polonia da lugar a casos como el pogrom de Kielce de julio de 1946, y un total de 1500 o 2000 muertos, según los últimos estudios: “No nos perdonarán nunca lo que nos hicieron”, dice una sutil sentencia judía.
En medio de este dramatismo, el periodo del gran desplazamiento de posguerra es una época de búsqueda de seres queridos, de vidas rotas que quieren reconstruírse, de emigración -a Estados Unidos, a Israel- de solidaridad (de las organizaciones judías de Estados Unidos) y también de recuerdo: “Durante mucho tiempo prevaleció el mito de un “silencio” y ocultación sobre la Shoa, sin embargo, nada caracteriza mejor la inmediata posguerra como el florecer de testimonios y relatos de todo tipo sobre la persecución”, explica el comisario.
Fuente: Rebelión.org