Por Ana María López
Hace unos días encontré en las redes sociales el siguiente titular “EL BLANCO ES TENDENCIA… EN LA PIEL”, al abrirlo observé varias mujeres que se destacan en el mundo del espectáculo por muchas cosas, entre ellas su piel blanca y algunos adjetivos que la acompañan como impoluta, perfecta, el mejor lienzo, piel de porcelana, etc. El siguiente comentario logró captar mi atención:
“Si recordamos los años más activos de la actriz en el cine español tenemos la imagen de una Paz Vega morena con pelo largo y alborotado.
Quiso dar un giro de imagen y actitud hace algunos años y éste es el resultado”.
El texto, está acompañado de una imagen donde aparece una mujer blanca, de pelo negro y labios rojos, que en otra reseña es descrito como la combinación perfecta en los últimos años. Me fue muy difícil entender que existan notas tan escuetas propagando su contenido por ahí, asociar que este pensamiento algo retrógrado siga vigente y que existan culturas en la actualidad que idolatran el ideal de tener la piel blanca.
Decidí leer los comentarios de algunos lectores, y encontré opiniones divididas. Algunos afirman que se trata de racismo y otros simplemente lo consideran una tendencia, que dista de tener un sentido negativo en otro tipo de poblaciones, donde el color de la piel está muy lejos de ser blanca.
De igual forma, la página PLAYGROUND, publicó un video que expone de forma rápida algunas personas que han logrado cambios bastante abrumadores en su tono de piel y afirma que lograr esta “máxima estética” se ha convertido en un negocio multimillonario para la industria cosmética, que a través de innumerables productos, precios elevados y un costo inminente para la salud de los consumidores, prometen lograr el nuevo sueño europeo: blanquearse la piel.
Pero… ¿Qué significa tener la piel más clara?
Es imposible responder algo que parece tan sencillo sin devolvernos siglos y siglos en el tiempo. Desde la época de la colonización, el blanco ha sido asociado con el poder, el estatus y la belleza, imponiéndose como el único prototipo estético socialmente aceptado en el mundo. Con el pasar de los años, se constituyeron organizaciones y movimientos que luchaban en sus consignas por el reconocimiento del otro, de un otro diverso, física y culturalmente diferente pero en igualdad de capacidades y habilidades para hacer frente a las oportunidades de un mundo sesgado por una estética emblanquecida y superficial.
A pesar de los cambios logrados en los últimos años, el discurso de la piel blanca y sus vastos atributos culturalmente construidos a través de la historia, estos siguen vigentes como un demonio capitalizador que amenaza con el rechazo, la discriminación y el olvido. Estos discursos y prácticas sociales no solo repercuten en la salud de las mujeres y hombres que se juegan a diario la vida por deslumbrar paradigmas escuetos carentes de valor y razón, sino que conforman nuevos territorios permeados por la violencia simbólica y las relaciones de poder, que logran reproducir y masificar paradigmas estéticos inmaculados, que se naturalizan y se convierten en reglas visuales en medio de una sociedad de consumo.
El color de piel no es una opción, sino un atributo que conforma procesos identitarios individuales y colectivos y que se refuerza con otras características visuales que logran lo que conocemos como plurietnicidad. El color de la piel no es una tendencia ni una moda pasajera que puede modificarse al antojo de algunas industrias, que ven en esto un negocio y se lucran con la ignorancia y la fácil manipulación de los consumidores de medios, moda, glamour, tendencias, belleza… y una cantidad asombrosa de productos envasados contra la identidad.