Por Ismael Cortés*
Nos encontramos en Granada con el cientista político y sociólogo José Heredia, para hablar del itinerario que en los últimos años le ha llevado a investigar el gueto gitano como un espacio de resistencia política. Para explorar y explicar las relaciones que se configuran en este complejo campo social, José Heredia ha utilizado diferentes lenguajes que van desde el ensayo, pasando por el documental, hasta el teatro.
Me gustaría empezar haciéndote una pregunta básica: ¿qué es un gueto?
Cuando hablo de «gueto» me refiero concretamente al proceso de guetización al que ha sido sometido un segmento de la comunidad gitana en España; especialmente a partir de los proyectos tardofranquistas y postfranquistas de modernización y renovación urbanística de las principales capitales españolas. Sin entrar a valorar interpretaciones culturalistas románticas del gueto, para mí el gueto no es tanto un espacio urbano configurado por vínculos culturales, sino más bien un espacio producido políticamente y definido por relaciones de vigilancia y aislamiento. En esta situación, los habitantes del gueto defienden su dignidad y hacen del gueto un espacio de resistencia política frente al estigma social impuesto. En el caso de los guetos gitanos, estos barrios situados en el extrarradio, literalmente situados en los márgenes de las ciudades, traducen geográficamente el miedo colectivo de la sociedad española hacia una comunidad étnica a la que aún sigue mirando como una cultura extraña, a pesar de los más de 600 años de convivencia e intercambios culturales.
A propósito de tus investigaciones sobre el gueto gitano, en la primavera de 2015 salió a la luz tu documental, El Amor y la Ira, en el que registras de un modo visual y testimonial un tema que anteriormente habías presentado al público a través de ensayos y conferencias. ¿Qué aporta el documental respecto a tus trabajos anteriores?
En primer lugar, el formato documental permite dar voz a los propios actores sociales, y permite también mostrar su rostro y el espacio en el que viven; todo esto queda invisible cuando uno escribe un ensayo o da una conferencia. Por otro lado, el lenguaje audiovisual tiene una repercusión social mucho más amplia que el ensayo, especialmente hoy, que los videos se comparten de un modo viral por las redes sociales, por lo que, en términos de pedagogía popular, creo que el documental es un instrumento de concienciación de mayor impacto que el ensayo. Además, en términos metodológicos, el documental aporta una base de evidencia empírica a conceptos muy abstractos con los que yo había definido en mis ensayos la situación de opresión en que viven las comunidades gitanas guetoizadas.
La primera vez que vi el documental, me pareció paradójico que hubieses escogido un título tan poético, El Amor y la Ira, para describir una realidad tan prosaica: persecución policial, racismo estructural, exclusión laboral, discriminación escolar…
Bueno, tengo que decir que el subtítulo del documental es, Cartografía del acoso antigitano, en alusión a los elementos que tú mencionas. Pero el título, que es una sugerencia de mi amigo Helios Fernández Garcés, que es un poeta magnífico, responde a una intención estética y simbólica más profunda, que remite a una relación entre payos y gitanos que más allá de la ira tiene como horizonte el amor. Y este horizonte no es una utopía inalcanzable, de algún modo este amor ya ha estado presente en la historia de convivencia entre payos y gitanos. Junto a los fenómenos de opresión a los que han sido sometidos los gitanos, tanto en el pasado como en el presente, la convivencia entre payos y gitanos ha estado intercalada por relaciones de amistad, e incluso por matrimonios mixtos; yo mismo soy hijo de un matrimonio mixto. A esta posibilidad de mestizaje e intercambio interétnico hace referencia el título, El Amor y la Ira, aludiendo al amor como antídoto frente a la ira.
No sé si ha sido premeditado por tu parte o si ha sido una ironía de la historia, pero así como tu padre, el poeta y dramaturgo Pepe Heredia, llevó a las tablas Camelamos Naquerar en un momento que preludiaba la transición de la dictadura a la democracia, tú has lanzado El Amor y la Ira en un contexto político sobre el que cada vez hay más consenso en calificarlo como «segunda transición a la democracia». ¿Cuál es el tu visión sobre el papel político de la comunidad gitana en ambos momentos de coyuntura?
Sí que soy plenamente consciente del diálogo entre generaciones que existe entre el trabajo de mi padre y el mío. No obstante, hablamos de dos contextos muy distintos, que comparten, eso sí, el deseo por cambiar el régimen político. En el año 76, cuando se estrenó Camelamos Naquerar, el acoso policial institucionalizado hacia los gitanos estaba amparado por la Ley de vagos y maleantes, aplicada a través de los artículos cuarto, quinto y sexto del reglamento de la Guardia Civil. Esta ley ponía en suspenso la presunción de inocencia e implicaba medidas especiales de vigilancia y control. Esta situación marcaba una dirección muy clara a las reivindicaciones políticas de la comunidad gitana: pedir la igualdad de derechos. Con la transición a la democracia, en el 78, estos artículos fueron derogados; y tras esta operación, la sociedad española en general, y la comunidad gitana en particular, entendieron que los gitanos habían alcanzado el estatus de ciudadanos de pleno derecho. Sin embargo, esta operación legal no cambió la brecha de desigualdad económica entre payos y gitanos, ni tampoco transformó el imaginario colectivo de un país que seguía viendo a los gitanos como ciudadanos de segunda. De hecho, los procesos de modernización urbanística que trajeron los tiempos de instauración de la democracia condujeron a la actual situación de guetoización de un segmento importante de la comunidad gitana. Personalmente, creo que la principal reivindicación política de la comunidad gitana hoy en día debería seguir siendo la igualdad de derechos. Con la transición del 78, los gitanos alcanzaron la igualdad de derechos civiles, pero aún queda pendiente alcanzar la igualdad en materia de derechos sociales, económicos y culturales. En este sentido, creo que las nuevas generaciones de jóvenes gitanos y gitanas deben conocer su propia historia para articular mejor sus demandas.
¿Esto es lo que te propones con la actualización de Camelamos Naquerar que estrenaste en diciembre con el grupo de teatro joven Theatre Gypsies?
Este proyecto es muy ilusionante. Actualizar Camelamos Naquerar 40 años después de su estreno, y hacerlo en esta coyuntura política a través de las voces de gitanos y gitanas jóvenes que viven en guetos, significa mandar un mensaje a la sociedad española diciéndole que la transición del 78 inició una tarea inacabada en lo que respecta a la igualdad de derechos entre payos y gitanos. En este sentido, me parece revolucionario que en un escenario de teatro hoy se reciten cosas como la siguiente: ‘que es lo que ha pasao / que es lo que ha pasao / que los gitanitos que se han rebelao / eso no puede ser / que es lo que ellos quieren / que los gitanitos tengan pan y aceite / eso no puede ser/ quieren además / que todos los hombres seamos igual…’
* Investigador, Instituto Interuniversitario de Desarrollo Social y Paz