Película colombiana supera a la brasilera “Que horas ela volta” (A qué hora vuelve ella) y es la única latina en la disputa por el Oscar al mejor filme extranjero.
por Vanderlei Mastropaulo, de Calle2
Evans, un investigador norteamericano, busca una planta exótica (la yakruna) en la laberíntica floresta amazónica. En su recorrido encuentra al chamán Karamakate quien, después de demostrar poca simpatía por el viajero, decide ayudarlo. Ambos inician una jornada que despierta la memoria difusa de Karamakate, ya anciano. Surgen sus recuerdos de otro viaje ocurrido muchos años antes, en que él fue guía de otro expedicionario, el alemán Theo, enfermo y que necesitaba ayuda. Karamakate, Theo y Manduca (indio que auxiliaba a Theo) salieron en busca de la misma yakruna que Evans busca, cuyos secretos están escondidos en la selva.
Aunque el argumento se aproxime al de un filme brasilero, esta es la historia de El abrazo de la serpiente, coproducción entre Colombia, Argentina y Venezuela dirigida por el colombiano Ciro Guerra y que llevó cinco años concretar debido a los cuidados propios de una filmación en la selva.
Con un guión basado en los diarios de viaje de los exploradores Richard Evans Schultes y Theodor Koch-Grunberg, la película se estrenó en Colombia en el mes de mayo, poco después de su llamativo pasaje por el Festival de Cannes, donde recibió el premio C.I.C.A.E. (Confédération Internationale des Cinémas d’Art et d’Essai), na Quinzena dos Realizadores.
Ahora vuelve al debate al ser el único título latinoamericano presente en la lista del Oscar al mejor filme en lengua extranjera. Es la primer vez que un filme colombiano es propuesto para el premio, que se decidirá el 28 de febrero de 2016.
El abrazo de la serpiente compite con títulos de peso como el húngaro Son of Saul y el francés Cinco Graças. Pero, por otro lado, consiguió destacarse frente a otros candidatos fuertes de América latina como El clan (de Pablo Trapero), sensación argentina que ya llevó más de 2,5 millones de espectadores a los cines, el brasilero Que horas ela volta? (de Anna Muylaert) premiado en los festivales de Sundance y Berlín y el chileno O Clube (de Pablo Larraín).
Hay algo embriagador en El abrazo de la serpiente. Su atmósfera es angustiante, enigmática, y la muerte parece rondar algunos escenarios como una observadora paciente. De comienzo puede ser difícil sumergirse en el gigantesco territorio de la selva, pero al poco tiempo no queda más alternativa que embarcarse en un viaje sensorial. Al final, despertar del transe y salir del cine a la calle, no es tarea sencilla. Esto sucede, en buena medida, por la inmersión que promueve la impecable fotografía en blanco y negro (¡y en 35 mm!), que valoriza los contrastes y los detalles de la selva y de sus ríos y también por el cuidadoso diseño de sonido que amplifica la sensación de desplazarse hacia lo desconocido.
En ese escenario bello y al mismo tiempo inhóspito, Karamakate, Theo y Manduca siguen en busca de una posible cura para la enfermedad del científico alemán (primorosamente interpretado por el belga Jan Bijvoet), pasando por lugares y situaciones que ponen a prueba la racionalidad. El chamán Karamakate, último sobreviviente de su pueblo, es el eje de esta narrativa no lineal. Sus memorias, y en algunos momentos su lucha por rescatarlas, promueven la conexión entre el presente con el explorador Evans y los fragmentos del pasado con Theo, en que chocan tres niveles distintos de suma de conocimiento.
Karamakate tiene la sabiduría ancestral que ya no puede transmitirse a futuro pues su pueblo fue diezmado por el colonizador blanco. Él no deposita confianza ni en Theo, que piensa en el beneficio mutuo, ni en Evans, cuyos objetivos parecen poco nobles. Este conflicto entre saberes sostiene la narrativa del filme.
Algunas escenas son desoladoras y se sitúan en la frontera entre la realidad y el delirio, con personajes perdidos (algo grotescos) como consecuencia de los caprichos de una colonización forzada y problemática.
Otro factor relevante es el desdén con que Karamakate trata a Manduca, tanto por la ayuda prestada a Theo, como por el período en que vivió en la ciudad antes de volver a la selva. El chamán lo descalifica por dejarse usar por el hombre blanco, aunque Manduca esté tratando de reaproximarse a sus raíces.
Este conflicto se explica por la violencia del colonizador al promover el exterminio de las poblaciones indígenas que Karamakate no está dispuesto a perdonar; así, el contacto con el explorador colombiano siempre es sentido como un peligro inminente. Sin embargo, a pesar de presentar esta situación adversa, el filme propone una reflexión sobre el uso correcto de los recursos naturales disponibles. Destaca problemas, cuestiona la colonización irracional que no respeta los límites de la naturaleza pero, sobre todo, aborda la necesidad de una explotación sustentable que las comunidades indígenas hacen de la selva.
Ciro Guerra entiende que este es uno de los aprendizajes del proceso de filmación de El abrazo de la serpiente, como comentó en entrevistas en tiempos del estreno. Es una gran enseñanza de este joven cineasta (nacido en 1981) que ya es un veterano en este momento de ascenso del cine de Colombia. Sus tres largometrajes viajaron por el mundo en festivales y los dos primeros (La sombra del caminante, de 2005 y Los viajes del viento, de 2009), fueron apoyados por importantes fondos internacionales de fomento como el Ibermedia, el Hubert Bals Fund (Festival de Rotterdam) y Cine en Construcción (Festival de San Sebastián).
La buena noticia es que El abrazo de la serpiente tendrá distribución comercial en Brasil en febrero por Esfera Filmes.
Otra película colombiana que también fue premiada es La tierra y la sombra, sobre la historia de un padre que vuelve a un pueblito del interior para retomar contacto con la familia abandonada. Ahí encuentra a su hijo enfermo por el contacto directo con el humo de las quemas de cañaverales, en otro argumento que podría verse en un filme brasilero. Esos dos óptimos títulos testimonian no sólo la creciente calidad del cine colombiano contemporáneo, sino también la inmediata comunicación con la realidad del Brasil y los demás países de América Latina.