Por Mariano Díaz
“¡Soy Milagro Sala, todos somos Milagro Sala!” le gritó “Pajarito”, una de los tres cooperativistas, a una multitud que le respondió con aplausos. Llegados hoy a la tarde desde San Salvador y luego de 35 días de acampe en Plaza Belgrano, los trabajadores vestidos de fajina marrón transmitían en su acento norteño una sencillez y una determinación muy contagiosas. “No voy a bajar la cabeza, Morales: Soy jujeña, soy argentina y me tenés que escuchar”.
Foto Facción Buenos Aires
En el centro del escenario esta obrera cuenta orgullosa cómo levantó paredes con las manos y le dá a esta plaza variopinta dos cosas que no habían terminado de consolidarse en las anteriores: una legitimidad popular incuestionable y un objetivo común.
La convocatoria contra la criminalización de la protesta es tan plural que excede por mucho a la misma Milagro Sala. Porque aquí marchan tanto sus defensores más fanáticos como también quienes la cuestionan duramente. Y el camión que oficia de tablado es un buen reflejo. Lo ocupan dirigentes, legisladores, artistas, defensores de Derechos Humanos, fotógrafos, periodistas y militantes.
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El ánimo de la gente en la plaza es festivo pero sin llegar una exaltación desbordante. Cantan: “Che gorila, che gorila/ no te lo decimos más/ si la tocan a Milagro/ qué quilombo se va armar”. Comparten mates, bailotean al ritmo de la percusión, ríen y discuten. Discuten sin pelearse, sin chicanas, sin gritos.
“¿Incitación a la violencia? La Flaca nos estaba enseñando cómo armar la carpa.” cuenta risueño otro de los compañeros desde el micrófono. “De los cuatro imputados por tumulto, sólo ella sigue detenida. ¿Por qué? Por que es la primera presa política del gobierno de Mauricio Macri. Ella nos dio voz cuando nadie nos escuchaba, ella nos dio trabajo cuando teníamos hambre, nos dio una casa, nos devolvió la dignidad. Nunca la vamos a dejar, nunca la vamos a olvidar”.
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La pasión se transmite, se va condensando en la pieles transpiradas. Estela de Carlotto cierra con un discurso inusitadamente encendido : “Las Abuelas de Plaza de Mayo usamos bastón para no ponernos de rodillas ¡Vamos argentinos! ¡Todos de pie!”.
La periodista Cynthia García invita a entonar el himno nacional a capella. Entonces las voces se alzan desparejas, orgullosamente desafinadas. Los bombos confunden los ritmos, algunos saltan, otras gritan, otros se miran desconcertados o cómplices. Blanden banderas, revolean remeras. Todos cantan.
Aplausos. Abrazos.
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Los medios independientes y no tanto se abalanzan sobre las “figuras”. Los militantes también. Catarata de selfies.
Mientras algunos se van desconcentrando en el corralito se arma un baile frenético. Una mayoría de mujeres de la Tupac toca, canta, danza y goza sonriente. La palabra emponderada queda pequeñita ante la imagen tan luminosa. Empapadas, se saben capaces de todo. Los que las miramos también.
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Se hace de noche y el juez que entiende en la causa desecha el Hábeas Corpus presentado a favor de la diputada electa del Parlasur. Y en la agrupación saben que la respuesta al pedido de excarcelación va a ser demorado todo lo posible. “Son capaces de tardar 3 o 4 días. Y si apelamos vamos a Casación. Y si apelamos vamos a una Corte Suprema armada para condenar la protesta social”.
La multitud se enterará en los noticieros, en la redes y en algunas radios que Sala no fue liberada. Pero ya sabe algo más importante que será visceral para la constitución de un movimiento popular realmente unificado: sabe que puede tener un objetivo común, y eso la hace imparable.
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