La ensaysta María Pía López reflexionó sobre las primeras medidas tomadas por el gobierno conservador de Mauricio Macri.
Por María Pía López para Agencia Paco Urondo
Una fuerza política gana una elección y se comporta como fuerza golpista. Inventó, para ganar, un espantajo: que el gobierno anterior había constituido una dictadura y ellos venían a arrasar con la herencia recibida. Pero como aquella implicaba un parlamento y un conjunto de leyes, era necesario arrasar con las instituciones legales para fundar la democracia. Al inventar ese pasado se inventan a sí mismos no como una nueva derecha sino como los herederos de la revolución libertadora del 55. Es decir, como golpistas.
El golpismo consiste en declarar un estado de excepción. Se suprimen las leyes, se las sustituye por decretos. Escuchamos: el presidente no debe ver limitada su voluntad por una ley. O sea, autocracia como definición del gobierno por excepción.
Al mismo tiempo, es un gobierno que recauda sus cuadros de gestión entre las tecnocracias empresariales. Y lanza una batería de medidas cuyo carácter clasista es brutal. A ese clasismo le llaman actuar contra el cepo. Porque si el cepo nombraba las regulaciones del mercado cambiario, ahora ya nombra todo: incluso la ley de medios, narrada como cepo a las inversiones en la industria audiovisual. Es decir, todo aquello que limite las libertades empresariales es considerado cepo. Las leyes laborales, por ejemplo. Los impuestos y las regulaciones, también. La devaluación vista como fin del cepo y festejada por los ahorristas, y cuyos efectos aún no se terminan de percibir en la economía de los hogares, es a esta altura una precisa operación publicitaria. Los contentos por sus dólares comprados esperan la alegría del bailando 24 horas.
Una potentísima maquinaria mediática se puso al servicio de ese clasismo y a la vez convirtió a la fuerza política triunfante en su agente servil. El ataque es doble: a la lógica democrática y a la democracia social. Vienen a reponer el mando. Que no haya dudas. Que cada quien esté en su lugar y se conforme con lo que le toca. Prometen, a cambio, que no les hablarán de conflicto. Sólo de equipos y gerencias. Aires golpistas pero con sonrisas de call center o amabilidad de aeropuertos. Separación de las mediaciones sociales pero con premuras de fundación u ONG. Antagonismos sociales reforzados pero supresión de las palabras con las que los antagonismos se ponían en escena.
Un estado de excepción que no viene de un golpe y que está construyendo gobernabilidad a fuerza de ficción mediática. De eso se trata. ¿Con qué fuerzas, excepcionales, se contesta a la excepción? ¿O con qué fuerzas del derecho se pone límite a la excepción?