Bonsoir,
Texto escrito luego de uno de mis viajes a Tilcara en el noroeste argentino. Precisamente en la peña que figura en la foto.
Todos los días, cuando el sol comenzaba a esconderse detrás de las montañas, pasaba el sueñero.
Venía en un carro de madera, tirado por dos caballos blancos. Siempre estaba vestido con una túnica de color violeta, sólo su nariz aguileña asomaba de la capucha.
El sueñero pasaba por las casas, daba tres golpes suaves a la puerta y la gente abría.
No hacía falta preguntar quién era.
Entonces el sueñero sacaba de uno de los bolsillos de su túnica una bolsita de tela, la abría y juntaba un extraño polvo amarillo en la palma de su mano. En sus ojos se encendía un brillo extraño, pronunciaba unas palabras desconocidas y soplaba el polvo en la cara de la gente.
La gente depositaba una moneda de oro en su mano y él se retiraba, dejando que se vayan a soñar.
A menudo la gente se quejaba por los sueños que tenía y él sólo respondía que el contenido del sueño dependía de cada uno. La gente, prefería seguir quejándose.
Los días del sueñero transcurrían en su cueva, ubicada en el centro del bosque.
Nunca lograba descansar. El sueñero no podía soñar. Pasaba largas horas pensando en toda esa gente que tiene la posibilidad de soñar todos los días y aun así siguen miserables, sin hacer nada con sus sueños. Sólo dejarlos pasar y acumular más y más.
Un día decidió salir a caminar por el bosque. A pesar del día soleado, bajo la sombra de los árboles estaba fresco.
Caminó sin rumbo alguno, sólo siguiendo una voz interior, que al principio tartamudeaba, pero a medida que le iba haciendo caso, se fortalecía y le daba ordenes más claras.
Llegó a un claro. En el medio del claro había una casa.
Nunca había estado en ese lugar.
Vaciló un rato, cuando de pronto la puerta de la casa se abrió.
De ella salió un niño. El niño le resultaba familiar. Ya había visto ese rostro sonriente antes. Sí, lo había visto hace muchos años, mucho antes de que se convirtió en sueñero. Mucho antes de haber dejado de soñar…
El niño se le acercó y cuando estaban cara a cara extendió su mano y sopló suavemente. La mano estaba vacía y frente a la mirada sorprendida del sueñero, el niño comenzó a reír.
El sueñero comprendió. En ese mismo instante decidió dejar de provocar los sueños ajenos y una pequeña luz se encendió en el interior de su cuerpo. La luz fue ascendiendo hacia su pecho y esparció color por todo su ser.
Los sueños olvidados, volvieron a brotar como agua fresca de un manantial.
El sueñero regresó corriendo a su cueva, armó un bolso con algo de ropa y de comida, se lo echó al hombro y se largó a caminar por el mundo.
La desaparición del sueñero causó una gran revuelta en el pueblo. Todos desesperaron por miedo a no poder volver a soñar. Algunos se preocuparon por él pero la mayoría se indignó y finalmente la policía publicó un comunicado, pidiendo la ayuda de la gente en la captura de aquel delincuente fugitivo a cambio de una gran recompensa.
El sueñero, por su parte, nunca se enteró de todo esto.