Douglas Tompkins, norteamericano avecindado en la Patagonia chilena desde principios de los 90; compró enormes cantidades de tierras en el sur de Chile y Argentina, con el fin de donarlas para Parques Naturales. Doug, como le decían, falleció el martes 8 de diciembre al sufrir un accidente mientras navegaba en kayak junto a un grupo de amigos en el Lago Carrera de Chile. Sus esfuerzos, reconocidos hoy por casi todos, fueron fuente de grandes controversias con gobernantes y empresarios.
La única vez que te escribí -ésta sería la segunda- te di las gracias por ayudar a preservar los maravillosos fiordos del sur. Era una época en que, como muchas veces, eras atacado por quienes te acusaban de diversas faltas no menores: de ser ecologista fanático, o ecologista profundo, como te decían muchos desde la superficialidad de su ignorancia, pensando que eran definiciones sinónimas; de estar en contra del desarrollo; ¡hasta de ser la punta de lanza sionista para apoderarse de la Patagonia, rememorando las alucinaciones de Miguel Serrano te acusan!
Pocas cosas te dije en ese único intercambio epistolar del año 2003. Lo primero fueron los agradecimientos. Las palabras exactas fueron:
“Darte las gracias por tu rol en ayudar a que Chile sobreviva hacia el futuro y expresar mi solidaridad con tu persona en medio del amedrentamiento vergonzoso e ilegal, de parte de algunas personas del gobierno y la prensa. Solo sigue haciendo bien tu trabajo y cuídate”.
“Gracias por las bellas palabras de apoyo”, me respondiste. “Es cierto que siempre hay una tropa de locos en el mundo intentando matar al mensajero y que a fin de cuentas actúan en contra del medio ambiente”.
Te saqué en cara también no haberme respondido personalmente a unas propuestas que había hecho para la campaña Patagonia sin Represas. Mi ego hubiese preferido lo hicieses, así como también hubiese querido conocerte más, o ser invitado a tu maravilloso entorno del sur, privilegio que sí tenían varios de mis amigos y conocidos.
Pero ese era mi ego. Ese algo más, más interesante por cierto que mi ego, hoy te recuerda sin resentimientos. Todo lo contrario. Es más, más gracias te doy.
“Siento no haberte respondido respecto a algunas sugerencias que pudieses haber hecho para la campaña. Se me puede culpar, y con mucha razón, de muchas de esas cosas. Demasiadas cosas por hacer en demasiado poco tiempo… No recuerdo exactamente a qué te refieres. ¡Prueba de lo estresado que estoy!”, me explicabas, y terminabas diciéndome: “La próxima vez intentaré hacerlo mejor.”
Pero, por Dios, ¡qué bien lo hiciste!, y ¡cuánto! durante estos años entre nosotros.
Hoy te repito los agradecimientos, y lo hago de manera doble, o más bien, triplemente.
Primeramente, por ayudar a que sobrevivan hacia el futuro los hermosos rincones que aún quedan de este Chile nuestro.
Pero te doy las gracias también por ayudarnos a aprender que no todos los que han tenido la suerte (o la desgracia, depende como lo miremos) de haber sido o ser millonarios, piensan para siempre solo en sus propios intereses. Que hay ricos – pocos, es verdad- que pasan, con creces, por el ojo de una aguja. Incluso algunos gringos, que es lo otro que te quería agradecer.
El habernos recordado que no todos los gringos están para intervenir indebidamente en nuestros asuntos con el fin de proteger mezquinos intereses ajenos y lejanos.
Juntos aprendimos que, tras la superficie de la nacionalidades y situaciones económicas, estamos los seres humanos que podemos actuar como tales, entre nosotros y también con nuestro maravilloso entorno.
“Espero pronto se crucen nuestros caminos”, me decías Doug al despedirte.
¡Mira de qué manera misteriosa se cruzaron nuevamente!
Sin duda lo seguirán haciendo cuando recorra yo -o mis descendientes- los hermosos fiordos del sur que nos ayudaste a salvar.
Gracias de nuevo, Doug.