Son todos iguales. Blanquitos, atildados, acaudalados. Todos han sido gobernadores de algún estado provincial y se han graduado en universidades privadas. Parecen salidos de un casting. ¿Parecen?
Son un producto mediático. Una imagen armada por la mercadotecnia mercenaria. Son la ficción televisiva – una suerte de Hollywood latino – presentada a las audiencias sedientas de respirar aires de farándula aristocrática.
Son la inversión publicitaria millonaria de los grandes grupos económicos que esperan suculentos dividendos al lograr su objetivo. Son los defendidos, promovidos y elegidos por los grupos de comunicación dominantes.
Son los que no tienen escrúpulos en mentir. Los des-almados. Los que no tienen voz propia sino que consultan y obedecen el mandato de los poderes financieros. Son los gestores de la crueldad, propagandistas del individualismo, administradores de la destrucción social, propulsores del endeudamiento y ejecutores de la traición. Son los que te entregan. Los que te vuelven colonia a cambio de globos de colores. Los que te empujan al resentimiento y te hacen creer que por ello perteneces a su clase. Son los que envían a la policía y al ejército cuando sales del engaño. Son los subgerentes de la involución histórica.
Son los Peña Nieto, los Capriles, los Macri. Maniquíes llevados a elevados puestos del ranking político por orden, obra y gracia de la dictadura corporativa.
Son el perfil elegido por la reacción conservadora y por los Estados Unidos para frenar la liberación social y personal en América Latina. ¿Triunfo de la democracia? A otro con ese cuento.