Por Leo Retamal.-
Este año 2015, la deuda alcanzó niveles históricos en Chile. También los morosos. Esto tiene efectos personales en las familias afectadas por la incapacidad de compra y luego la incapacidad de pago, así como trastornos sociales. Todos los efectos negativos contribuyen al statu quo y están en contradicción con los vientos de cambio que soplan en Chile. La deuda es reaccionaria y el mercado lo sabe.
Marzo, septiembre y diciembre son los meses en que los chilenos más gastan. El retorno a las clases y el fin de las vacaciones, transforman a marzo en el más desagradable. Septiembre es mes de fiesta y vale la pena excederse en el presupuesto. Y diciembre, es fin de año, nadie se enoja y cualquier gasto extra es para expresar el amor que tenemos por familiares y amistades.
Sin embargo, la resaca, del trago y de las compras, es lo que nadie quiere tener. La resaca del copete se pasa en un día, como máximo. La del consumismo tarda como mínimo un mes y pueden ser años. No se quiere tener, pero una vez que se calientan las billeteras, ya no hay pie atrás. Quizás sí, pero exagero para hacer el parangón.
Lamentablemente, esta que podría ser una caricatura agradable, para el 73% de los hogares chilenos que tiene alguna deuda, es una tragedia. Una pesada carga que muy pocos pueden elegir llevarla. Hay tres dinámicas que se confabulan para ello: estructuras de consumismo, bajos salarios y falta de derechos sociales. Todo eso deriva en abulia social y, en definitiva, mella la democracia ¿Cómo? Veamos.
DEUDA, SOBREENDEUDAMIENTO Y MOROSIDAD
Marx plateó que “el préstamo es la venta de una mercancía que se llama dinero, cuyo precio es su valor que incluye un interés, que es la ganancia. Es una venta temporaria, tiene un plazo, y es condicional ya que lo prestado se debe devolver”. Y es esta condición la que el sistema se asegura de cumplir, porque de ello depende la reproductibilidad del mismo. Nadie se podría escandalizar si al capitalismo financiero se le definiera como la capacidad de préstamo hasta el infinito.
Hay varios índices, encuestas, y estudios que demuestran los altos niveles de deuda de la población chilena. A fines de noviembre, el Presidente del Banco Central (BC), Rodrigo Vergara, presentó los resultados de la Encuesta Financiera de Hogares 2014, que reveló que el 73% de los hogares chilenos tiene alguna deuda y que de ese total, la más común es la deuda de consumo. “Este porcentaje representa un crecimiento respecto de la primera encuesta realizada el año 2007, en el que el endeudamiento alcanzaba a 70% de los hogares y un leve aumento inferior a 1 punto porcentual respecto de la encuesta del año 2011”, indica una de las conclusiones del informe.
De acuerdo a los resultados de la medición, el tipo de deuda más común es la de consumo, con un 63% de los hogares, seguida de la hipotecaria, con 19%; la de educación, con 8%; otras deudas, con 7% y automotriz, con 3%.
El estrato de mayores ingresos concentra la mayor fracción de hogares con deuda, la que alcanza a 82,8% y registra un mayor crecimiento en esta proporción desde 2007, cuando se origina la encuesta.
Solo una parte de estas cifras son explicadas por deuda hipotecaria, señala el informe. “En la población total los hogares con deuda hipotecaria han aumentado de 16% a 19% entre 2007 y 2014 y nuevamente, los hogares del estrato 3 son los que muestran una mayor tenencia de deuda hipotecaria, con 37,4% en 2014. En el estrato 1, un 9% de los hogares tiene deuda hipotecaria y en el 2, un 23%.”
Uno de los investigadores de la Fundación Sol, Alexander Páez, ha señalado en diversas ocasiones el rol que juegan las casas comerciales en potenciar el endeudamiento entre sus usuarios. “Hay nichos dentro del sector financiero que sí presenta riesgos y entre ellos está el retail. La mayoría de las familias de menor renta “llega en números rojos porque bicicletean con las tarjetas de crédito”, agrega. Se han detectado tasas comerciales que superan ampliamente los límites normales. Hay intereses que pueden llegar hasta el 40%.
Y los bancos bien bailan la cueca. Según el Banco Central, para 1995 las colocaciones para préstamos de consumo a personas correspondía al 21% del total de colocaciones del sistema bancario, para 2014 ésta era del 38% según la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras (SBIF).
Según el estudio de la Fundación Sol, “Los verdaderos sueldos de Chile 2015”, en la actualidad el 61% de los ingresos de los hogares corresponden a deuda, y el 45% del gasto mensual del quintil de más bajos ingresos corresponde a pagos de servicios de la deuda, intereses, comisiones, etc. Durante el segundo semestre de 2013 y el primero de 2014, el crecimiento del consumo fue más alto que el crecimiento del PIB y la inversión, y el crecimiento de la deuda de los hogares más alto que todos los anteriores, sosteniendo el rendimiento económico del país durante ese tiempo.
“Esos son los mecanismos que hoy están funcionando y está generando que la demanda interna aún siga funcionando pese a la desaceleración que hemos tenido. Es el mecanismo de la deuda”, plantea Marco Kremerman, economista de la Fundación Sol.
Y el tercer componente de esta tríada es la morosidad, cuando alguien se ve sobrepasado de seguir pagando. El último informe de la Universidad San Sebastián, junto a Dicom Equifax, el boletín comercial que informa de los morosos y alerta a las instituciones financieras de sujetos peligrosos de entregar crédito, registró un incremento, en términos anuales, de un 18%, alcanzando los 3.781.846 morosos, es decir, 582.603 adicionales a los de un año atrás. Son los niveles más altos que se han visto hasta el momento de acuerdo a ese sondeo.
La deuda es parte constituyente de las economías mundiales. Los españoles, los griegos, nuestros vecinos argentinos, incluso los estadounidenses se han revelado contra la usura y la utilización de la deuda como mecanismo de control social. Los prestamistas en todo el mundo, tanto a nivel internacional como personal, detentan un gran poder sobre sus deudores. Y lo saben.
Estos datos “dan pistas del rendimiento social de la economía nacional, acercándose a lo que Mauricio Lazzarato ha denominado la “economía de la deuda”. Ésta, en términos simples, indica que los mecanismos de integración y reproducción social, de antaño definidos en relación a la inserción laboral, hoy se definen en relación al consumo y su medio favorito de sujeción, la deuda”, señala el sociólogo Alexander Páez de la Sol.
EL ORIGEN
El sociólogo reconoce que a la gran mayoría de los chilenos no le queda otra que endeudarse. “No todos los hogares se endeudan por sobre consumo” y prosigue, “la expansión del crédito ha ocultado la insuficiencia de ingresos”. La relación deuda-ingresos de Chile es de las más bajas de la OCDE, con un promedio de 61% versus el 113% que presenta la organización.
Esta relación se encuentra en dos estudios de la Fundación Sol, el mencionado
“Los verdaderos sueldos de Chile 2015” de diciembre de 2015 y “Desposesión salarial en Chile: Panorama de los verdaderos sueldos usando la encuesta CASEN”, de septiembre de 2015. “Lo que indican estos estudios es que el modelo chileno se ha basado en pagar salarios bajos, y el salario mínimo no es minoritario, no es solo para un pequeño grupo de la población, sino que estamos hablando de que prácticamente uno de cada cuatro trabajadores del sector privado, trabajadores dependientes, gana el salario mínimo o menos“, explicó Kremerman.
“Bajos salarios con alto endeudamiento es el complemento perfecto para que la economía se siga dinamizando, pero esto no es sustentable ni a mediano ni a largo plazo. No es sustentable que una economía se base en el endeudamiento de los trabajadores porque con sus sueldos no les alcanza para llegar a fin de mes“, concluyó el investigador.
Y Gonzalo Durán agrega que “los niveles salariales que observamos en Chile, en una sociedad que tiene precios bastante elevados, hace que tengas que complementar el salario regular con deudas. Los mismos datos de la OCDE nos dicen que prácticamente el 30% de los chilenos tienen que endeudarse para poder comer. No son productos suntuarios, sino que son de primera necesidad”, alerta Durán.
LA CLASE A MEDIAS
Según el estudio de la Asociación de Investigadores de Mercado, aumentaron de siete a diez los grupos socioeconómicos (GSE) del país medidos en función de sus niveles de ingresos; los estratos medios -correspondientes a los GSE C2 (clase media típica) y C3 (clase media baja)- alcanzaron el 47% de la población. Los hogares clasificados en los GSE C2 y C3 son aquellos con un ingreso promedio mensual de $ 503 mil y $ 810 mil, respectivamente.
“La clase media en Chile no existe”, sentencia Durán, y sigue: “Lo que hay es una clase trabajadora, que vive de su trabajo y que está altamente endeudada. En Chile, no es posible hablar de clase media cuando prácticamente la mitad de los trabajadores gana menos de 300 mil pesos; eso es clase trabajadora muy endeudada, que tiene luchar día a día por sobrevivir”.
Aquí radica una de las claves para entender el actual esquema de las clases sociales en Chile. El sociólogo Pablo Pérez publicó en 2014 el estudio “Class consciousness in a mature neoliberal society: Evidence from Chile”, donde analiza las condiciones estructurales de ingresos según áreas de trabajo y los contrasta con la identificación de clase por tramo. Lo que comprobó es que la diferencia está en que la gran mayoría se considera clase trabajadora.
“La identidad y los intereses de clase de trabajadores no manuales tales como trabajadores del comercio y bancarios –los cuales serían probablemente clasificados como “clase media” bajo el enfoque de la mesocratización- son básicamente los mismos que los intereses e identidades de trabajadores manuales, tales como obreros de la construcción y trabajadores metalúrgicos”, plantea Pérez.
La gran mayoría “centraban su crítica a la sociedad chilena bajo una fuerte valoración de lo que significa “ser trabajador/a”, que a pesar de su esfuerzo no pueden acceder a los beneficios (derechos como salud y educación), destinados sólo a los ricos”.
A fin de cuentas, la clase media es una identidad, de los que están menos mal. “La inmensa mayoría de los trabajadores y trabajadoras se definía como de “clase media” (clase “media-baja” para ser más precisos), a pesar de tener una alta valoración de lo que significa ser un/a “trabajador/a”. Reconocen que, a pesar de vivir enormes precariedades materiales, no son extremadamente pobres al tener un trabajo, un lugar donde dormir, etc”.
En ausencia de una sociedad de derechos, cada uno “se rasca con sus propias uñas”. Pérez agrega de su estudio que, para esta “clase media”, en vista que “el Estado tampoco los reconoce como pobres en la medida en que a pesar de que sus sueldos les impiden “llegar a fin de mes”, su acceso a servicios como educación y salud pública de calidad se les está negado en la práctica por no ser “extremadamente pobres”.
Para Durán, entonces, “la deuda tiene una conexión directa con lo que podríamos llamar la despolitización de la sociedad. La deuda es un mecanismo de disciplinamiento. Una persona, un trabajador endeudado, es muy difícil que pueda trabajar de la vida pública, de la vida ciudadana, del debate público, del debate por mejorar la sociedad, de la batalla de las ideas, de eso estamos hablando”.
Así, “se coloniza el debate, en aquellas personas que tienen una buena salud financiera, que es una minoría. En ese sentido, la democracia se erosiona, porque se excluye a la gran cantidad de chilenos que hoy en día están endeudados y tienen un bajo valor del trabajo y tienen que estar sobre la máquina trabajando muchas horas para pagar las deudas y finalmente ven como espectadores, como en el país se toman las decisiones y no pueden hacer nada para interferir en ello”.
La deuda es, a fin de cuentas, el prestamista de la democracia.