por Omar Zanarini*

Estamos en vísperas de la salida de un gobierno popular y la entrada de lo que parece ser otro de claro corte entreguista. Luego de doce años y tras haber logrado construir un espacio cultural relativamente autónomo, desde donde pensar la Argentina, los problemas de los argentinos y su lugar en América Latina y en el mundo; llega al poder un representante de la oligarquía y del imperialismo, que lejos de disimular su cipayismo, lo afirma poniendo al frente de ministerios empleados de empresas multinacionales y asiduos visitantes de la Embajada. Y su propuesta fue: cambiar tu estado de ánimo.

Desde ésta perspectiva, no queda otra que ponernos a pensar que sucederá con las cuestiones pendientes que deja CFK en materia de políticas de Estado. En principio, parece asomarse una matriz revanchista por parte de los sectores dominantes que el 10 de diciembre asumirán el gobierno de un país en marcha, para ponerlo nuevamente de rodillas ante quienes otrora hacían del hambre del pueblo la garantía de sus tasas de ganancia. Si la política que se viene es la entrega, será la suma de causas efectivas las que hará que nuevamente el pueblo retome las calles para evitar otra debacle.

No se parte de la nada. El pueblo argentino tiene un piso desde el cual comenzar a organizarse, aunque más no sea como reflejo espontáneo ante la ausencia de estructuras políticas que lo conduzcan. Sus experiencias históricas, a pesar de las derrotas sufridas, se acumulan como parte del memorial de la patria que se viene sedimentando desde tiempos de la Revolución de Mayo. Pero no vamos hablar del 17 de octubre, ni del Cordobazo, ni del 19 y 20 de diciembre del 2001, o del 27 de octubre del 2010. Aunque todos esos acontecimientos validan la movilización espontánea y reponen una perspectiva de lo argentino que se niega al naufragio, manifestando en esa misma inorganicidad que impulsa a salir a la calle el elemento consciente que refuerza su proceder: la de ser hijos e hijas de una nación que busca dejar de ser colonia y pasar a ser un país soberano integrado, también, en el destino común de nuestra Patria Grande.

Esa misma espontaneidad se vio en la campaña presidencial de Daniel Scioli. No fue La Cámpora, organización que responde a CFK, la que naturalmente asumió el desafío y se puso al frente del proceso para conducir al pueblo argentino a derrotar al candidato del Imperialismo. Lejos de eso, dicha organización abandonó la campaña presidencial y se abocó en primera instancia a militar por su candidato a diputado, el saliente ministro de economía Axel Kiciloff. A pesar de ello, muchas otras agrupaciones políticas y sociales asumieron el rol de convocar a aquellos sectores sociales que el espacio liderado por Máximo Kirchner no quiso interpelar..

Fue en el tercer tramo de la campaña, entre las elecciones generales y el ballotage, que esto se vio con más claridad. Miles de argentinos y argentinas se auto-convocaron para salir a convencer por fuera de las estructuras políticas propias del kirchnerismo. Muchos de estos hijos de la patria salieron de forma espontanea a hacer de una necesidad virtud: la ausencia de una dirigencia coherente y combativa logró volcar a las calles al pueblo argentino en defensa de sus conquistas. Nuevamente el subsuelo de la patria volvía a sublevarse y ésta vez dentro de los marcos que establece la institucionalidad electoral burguesa..

El pueblo hace política a su manera. Fue esa forma de lo popular la que garantizó que Daniel Scioli llegase bien plantado al ballotage. Espontanea, desorganizada, o como se quiera tipificarla, esta campaña tuvo un claro sentido de defensa de la patria. Desde el vecino que deslizaba volantes por debajo de las puertas de su cuadra, o el pequeño empresario que explicaba a sus empleados por qué había que votar a Scioli, hasta el diariero que aprovechaba para volantear en los edificios donde hacía su reparto. Todos asumieron a su modo el compromiso

Asistimos a la primacía de lo político en vastos sectores de la sociedad que rebasaron las estructuras clasicas, se asumieron como pueblo y salieron a la calle con clara conciencia de que lo que se defendía era un programa de gobierno, un proyecto industrial, popular y democrático.

Era la defensa de un programa con una temporalidad clara, la de los doce años de crecimiento con un futuro inclusivo, contra un programa del estado de ánimo, de un puro presente que hablaba de la “crispación”, del humor social como lo necesario a cambiar, encubriendo con esa discusión su propio plan, el del aumento de precios, de la des industrialización y la mano de obra barata.

La famosa grieta que se erigía como la materialización de dos modelos económicos antagónicos y excluyentes, supo ser capitalizada por el candidato de la oligarquía y el imperialismo como un antagonismo de estados de ánimo, modales y cortesías. Su propuesta, entonces, no era explicitar su programa regresivo, sino la promesa de “cambiar” tu humor, de permitirte estar feliz; correr el eje de lo político a lo anímico.

Pero el resultado electoral dio como ganador, aunque con un margen muy estrecho, al candidato de la despolitización. Mauricio Macri llevó a cabo una de las campañas más inteligentes de las que se ha visto desde el retorno de la democracia. Despolitizada, despolitizante, por donde se lo analice, supo poner en la agenda del electorado, no un conjunto de políticas públicas sino una suma de discursos inconexos entre sí, centrados en registros efímeros, memorias de corto plazo y promesas insustanciales, ligadas a un futuro mejor, al que se accedería, misteriosamente, sin confrontar con ninguno de los muchos actores poderosos que habitan el escenario político y económico local.

Como si fuese una paradoja, pero cierta al fin y al cabo, su campaña tuvo como eje politizar despolitizando, sacando provecho de los prejuicios anti peronistas y todos los otros que se le endilgaban a CFK. En la escena política que construyeron los estrategas del PRO con la inestimable ayuda de gran parte de los medios masivos, pusieron en primer plano las cuestiones de la forma, lo estético por sobre lo estrictamente político. Fue una campaña de constante construcción de efectos, de sentimientos, de disgustos, hartazgos o simpatías. Siempre amparándose en sus propias concepciones del “respeto” y las “buenas costumbres” que la gente decente pregona, legítimamente, contra todo lo que tenga un tinte nacional, popular y disruptivo.

A dos días del traspaso presidencial nos encontramos con un escenario donde la idea de “cambio” viene a justificar cualquier política de entrega, porque –repetimos- su campaña tuvo eje no en las acciones de gobierno a realizar – aunque más de un referente del espacio de Mauricio Macri ya pre anunciaban su política de entrega – sino en los estados de ánimo y los humores a cambiar, porque todo lo que se logró en éstos doce años debe ser modificado, cambiado, o eliminado de la escena; porque todo ello significa kirchnerismo, y tiene que desaparecer para terminar con todo aquello que ahonda la tan temida “grieta”.

Del otro lado, sin embargo, se encuentra parte importante de un pueblo movilizado y consciente de sus conquistas. Como decía Evita: “no hay fuerza capaz de doblegar a un pueblo que tiene plena conciencia de sus derechos”. El tiempo lo dirá. Pero, en cualquier caso, los primeros anuncios del gobierno macrista no parecen ser el mejor camino para alcanzar el paraíso ecuménico y feliz prometido en la campaña.

*periodista