Por Ángel Bravo

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, publicada por la ONU el 10 de diciembre de 1948, se basa en la concepción de la igualdad y universalidad de los derechos humanos. Esto queda sumamente claro ya desde su Preámbulo: “Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”. Es preciso tener en cuenta que esta Declaración surge justo después de uno de los peores momentos de la historia humana, la Segunda Guerra Mundial, en que los derechos de las personas en todo el Planeta han sido masiva y salvajemente pisoteados. Se trata, por tanto, de un momento donde nada permanece en pie, no sólo estructuras físicas u organizaciones sociales y políticas, sino tampoco creencias y valores. Sin embargo, y gracias a esta destrucción generalizada de objetos y cosmovisiones, la humanidad puede conectar con sus aspiraciones más profundas y plasmarlas en una declaración de intenciones.

Pero la historia continúa y las buenas intenciones se olvidan fácilmente. Durante un corto lapso de tiempo de unos 30 años, en una pequeña parte de la Tierra, Europa –quizá el lugar más golpeado por la guerra-, y tal vez también en la América del “New Deal” (si bien a lo largo de muchos menos años), se constituye el llamado “estado del bienestar”, respetuoso de los derechos fundamentales de la mayoría, aunque muchos estudiosos dicen que esto fue más una concesión a la población, para evitar la extensión del comunismo (el gran enemigo del momento), que un deseo de respetar los derechos de todos. Salvo este breve período histórico y esos lugares concretos, en todos los demás espacios y tiempos los derechos humanos han seguido siendo violados, particularmente a partir del triunfo mundial del neoliberalismo ya desde los años 70 del pasado siglo. Esta “ideología”, si es que se puede llamar así, prioriza descaradamente el beneficio privado de cierta pequeña élite por sobre el bien común y el cumplimiento de los derechos fundamentales de la mayoría. Además, no duda en utilizar otra vez la guerra, la tortura y cualquier medio a su alcance –por monstruoso que sea-, para materializar sus deseos.

Si somos honestos, debemos reconocer que la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge, en uno de sus artículos, una sutil excepción a la igualdad y universalidad de los derechos humanos que la inspira. Se trata del artículo 22, en el que se dice: “Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad”. Ese “habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado” cuestiona el ejercicio efectivo de los derechos en aquellos lugares donde esa “organización y recursos” sean insuficientes y ello nos lleva directamente a la discusión de los modelos económicos. Pero esto nos tomaría mucho tiempo. De lo que hay que ser meridianamente consciente es de que tal como se está planteando la Globalización, y en razón de la interdependencia económica, en todos los países (ricos o pobres), el capital está atentando contra la concepción universal e igualitaria de los derechos humanos.

Ha llegado, por tanto, el momento de que las personas hagamos una elección: si vamos a seguir mirando sólo a nuestros problemas e intereses particulares, y apoyando a gobiernos y políticas que aparentemente nos benefician a la corta, pero que a la larga, sin duda alguna, nos van a perjudicar; o si, por el contrario, inspirados por la Regla de Oro –que afirma que “cuando tratas a los demás como quieres que te traten, te liberas”-, vamos a priorizar el respeto escrupuloso de los derechos fundamentales de todos, porque es la única vía para la mejora de la vida común y, por tanto, también de nuestra vida personal. Y es que hay que saber que sólo habrá progreso si es de todos y para todos.

Para acabar, quiero recordar unas bellas palabras del pensador argentino Silo, quien, en su libro “Humanizar la Tierra”, dice lo siguiente:

Los Derechos Humanos no tienen la vigencia universal que sería deseable porque no dependen del poder universal del ser humano sino del poder de una parte sobre el todo y si los más elementales reclamos sobre el gobierno del propio cuerpo son pisoteados en todas las latitudes, sólo podemos hablar de aspiraciones que tendrán que convertirse en derechos. Los Derechos Humanos no pertenecen al pasado, están allí en el futuro succionando la intencionalidad, alimentando una lucha que se reaviva en cada nueva violación al destino del hombre. Por esto, todo reclamo que se haga a favor de ellos tiene sentido porque muestra a los poderes actuales que no son omnipotentes y que no tienen controlado el futuro”.

 

Ángel Bravo es miembro del colectivo Humanistas por la Renta Básica Universal y del Centro Mundial de Estudios Humanistas