Hace poco más de dos semanas se produjo en Argentina un cambio de manos en el poder ejecutivo. Cambio de manos, que evidencia – a juzgar por el modo y el carácter de las medidas tomadas hasta ahora – que el poder real (corporaciones económicas y mediáticas) se ha hecho con el poder formal (eufemísticamente llamado “gobierno”). Todo ello, amparado por otra gran corporación, el aparato judicial, que no estando sujeto a la voluntad popular electiva, es presa fácil para la intervención corruptiva de la intención privada, además de la propia degradación de un estamento estanco.
Que el empresario Macri haya llegado a ocupar la presidencia del país por vía del voto de la mayoría, (mayoría mínima obtenida mediante promesa vana, publicidad omnipresente y propaganda mediática descarnada contra el anterior oficialismo), no le otorga legitimidad democrática suficiente para el abrupto giro ordenado por los poderes ya mencionados.
Mucho menos para producir la dictadura informativa que se está verificando con la toma de los medios públicos por parte de los emisarios de los medios de difusión hegemónicos, la cadena perpetua que constituyen esos mismos medios, la expulsión de periodistas con opiniones políticas contrarias, la eliminación de programas críticos y la cancelación de facto de la ley (de Medios) que favorece la pluralidad de voces, mediante una intervención sin sustento alguno (salvo las intenciones de poder ya comentadas). Esta urgencia por el control total de la información es característica de los regímenes autoritarios que, no sólo provocan una intensa reacción social contra el forzamiento producido, sino que preanuncian así, su propia caída.
Queda a las claras, a muy poco tiempo de haber asumido el mando la maquinaria empresarial, que – tal como ya lo habíamos anticipado – el modelo de gestión apunta a una despiadada desigualdad social (producto de la libertad esclava del mercado) y a someter todo intento de resistencia popular organizada que pretenda hacer frente a dicha crueldad. Por ello es que, cuando la invasiva y persuasiva distorsión de significados y hechos – al mejor estilo de Goebbels – no sea suficiente, se acudirá al garrote y la represión – al mejor estilo de Himmler. Con ello, sin embargo, el gobierno perderá todo resto de legitimación social que hubiera podido construir, allanando el camino a nuevos desafíos por parte del campo popular.
La cumbre del cinismo (y de la manipulación medial), es que el elemento de propaganda central utilizado para lograr el triunfo en las votaciones haya sido el del “diálogo”. Así las cosas, se hace necesario desmontar esa falacia, para permitir una mirada más aguda sobre las maniobras en curso.
Las condiciones del diálogo
En ocasión de recibir el doctorado Honoris Causa de la Academia de Ciencias de Rusia, el pensador humanista Silo, expuso acerca de las imprescindibles condiciones para que un diálogo sea posible y verdadero. “Para que un diálogo sea coherente, es necesario que las partes: 1.- coincidan respecto al tema fijado; 2.- ponderen el tema en un grado de importancia similar y 3.- posean una definición común de los términos decisivos usados.”[1]
A estas definiciones formales, Silo agregaba una dificultad aún mayor, haciendo notar lo decisivo que resultan los elementos que cada interlocutor trae consigo “previo al diálogo”, es decir, las relativas posiciones “pre-dialogales”. En sus palabras: “Ahora bien, cuando se establece un diálogo cada una de las partes puede tener intenciones diferentes y apuntar a objetivos distintos y, por sobre todo, cada cual tendrá sobre el tema mismo una apreciación global en torno a su importancia. Pero esa “importancia” no está puesta por el tema sino por un conjunto de creencias, valoraciones e intereses previos.”
Yendo al caso puntual que nos ocupa, al intentar observar “creencias, valoraciones e intereses” en el pueblo argentino, nos encontramos con un complejo sistema de variables culturales y de época. Sin duda que, como generalidad, destacan tres componentes – expuestos magistralmente por el filósofo cubano H. Gallardo como comunes para la región latinoamericana -, todas ellas provenientes de la colonización española. Éstas son la imposición cristiana, el culto al señorío y una mentalidad sexista patriarcal, por cierto, todas ellas ligadas entre sí. Bajo la superficie este signo cultural violento, hallamos por supuesto la matriz cultural sumergida de los pueblos originarios de la región, con fuertes influencias no sólo en su forma original sino a través del amplio mestizaje en los sectores populares.
A esto habría que agregar la fuerte componente migratoria europea que terminó conformando un importante segmento intermedio, la así llamada “clase media”. En esta capa se hacen visibles elementos valóricos ligados a las tradiciones campesinas italianas y españolas, junto al empuje productivista propio de la inmigración centroeuropea.
Sobre estos trazos esenciales, el cincel del tiempo ha ido modelando paisajes y sobre éstos se asienta la capacidad (o incapacidad) de diálogo. En ese devenir reciente, observamos el paso de un mundo “pesado” (en sus objetos, relaciones y creencias) a uno más “volátil” o “relativo”, el transcurso de una realidad cercana y casi táctil a una virtualidad mediada, no sólo por los propios sentidos, sino por los de otros.
Ya en estos primeros acercamientos descubrimos la dificultad inherente a la comunicación entre distintos segmentos sociales, si no se tiene en cuenta las trayectorias culturales y las pertenencias generacionales que predisponen sensibilidades diferentes.
El asunto empeora cuando consideramos que aún más factores inciden en dichas estructuras, las que el lenguaje común suele llamar “mentalidades”.
La realidad mediada
El mundo está hoy al alcance de nuestras manos. Las distancias se han acortado y han aumentado nuestras posibilidades de observar lo que sucede en la lejanía. Hemos conseguido así superar la carencia de nuestras restringidas capacidades de ver u oír más allá de unos pocos metros. Esto ha sido posible –entre otros muchos factores – con la invención y extensión de aquella “prótesis” que comúnmente llamamos medios.
Al descubrir experimentalmente como nuestro propio aparato sensorial con frecuencia nos engaña, es imprescindible entonces observar la posible distorsión que provocan esta suerte de receptores interpuestos que trabajan emitiendo. Es obvio que los medios no son herramientas neutras o “ingenuas”, sino que están manejadas por intenciones, sometidas a su vez a “creencias, valoraciones e intereses”. Por tanto, aquello que vemos u oímos a través de ellos, está filtrado por otros y no es de ningún modo “la realidad misma”.
Estos otros, que manejan la información y el discurso que nos llega, suelen favorecer la opinión del poder establecido, que a su vez los financia. Y esa opinión, desmedida en su repetición, atraviesa los umbrales de la conciencia del a veces desprevenido público para convertirse en verdad indiscutida.
En un párrafo de la ya citada alocución, Silo lo comenta así: “De esta suerte, es patético escuchar en el discurso del ciudadano medio los acordes que antes percibiéramos en los representantes de las minorías dominantes a través de los medios de difusión.”
De este modo, los temas tratados, la ponderación de prioridades (sumatoria que en lenguaje periodístico se conoce como “agenda”) y los términos usados (aplicados o deformados según la línea editorial o hermenéutica política del medio dominante y dominado a la vez), revelan a las claras una transfiguración de la realidad que va asumiendo contornos de absolutismo, reinando sobre toda otra valoración social precedente. Así, paradójicamente y por imperio de la violencia, los elementos constitutivos del diálogo expuestos al principio toman un carácter de unicidad tal que parecerían favorecer efectivamente el diálogo… o al menos, el monólogo.
Pero esa aparente eficiencia del discurso único falla finalmente, ante la esencial característica intencional de la conciencia que no acepta ser simplemente llenada como un cuenco vacío. Sobre todo, la estrategia de dominación falla ante un enemigo universal imperceptible y a la vez invencible: la dirección de la historia humana hacia la superación del dolor y el sufrimiento.
La imposibilidad del diálogo
En el contexto de la descripciones anteriores, es manifiesta la imposibilidad de “diálogo”, entendida como posibilidad de llegar a verdades compartidas, salvo la de aceptar el nihilismo frívolo que hoy difunde e imparte la trituradora mediática.
¿Cómo se saldrá de esto hacia nuevos horizontes donde el cada uno valga dentro de un querido nosotros? ¿Mundo social en el que la propia opinión y experiencia – lejos de ser la vara por la cual se mide al otro y al todo – constituya fuente de enriquecimiento mutuo y punto de partida de nuevos conocimientos personales y sociales?¿Realidad social que no replique la proyección de violencia de una parte sobre el todo?
Bien vale recurrir a las posibilidades que menciona Silo en la última parte de su alocución:
“Y esto seguirá así y no será posible un diálogo profundo ni una acción concertada globalmente hasta que fracasen los intentos puntuales de resolver la crisis progresiva desencadenada en el mundo. En el momento actual se cree que no debe discutirse la globalidad del sistema económico y político vigente, ya que éste es perfectible.
Opuestamente, para nosotros, este sistema no es perfectible ni puede ser gradualmente reformado, ni las soluciones desestructuradas de coyuntura producirán una creciente recomposición. Esas dos posturas enfrentadas podrán establecer su diálogo pero los predialogales que actúan en uno y otro caso son inconciliables como sistemas de creencias y como sensibilidad. Únicamente con un creciente fracaso de las soluciones puntuales se arribará a otro horizonte del preguntar y a una condición adecuada de diálogo. En ese momento, las nuevas ideas comenzarán a ser gradualmente reconocidas y los sectores cada vez más desesperanzados empezarán a movilizarse. Hoy mismo, aun cuando se pretenda que hay que mejorar algunos aspectos del sistema actual, la sensación que se generaliza en las poblaciones es la de que a futuro las cosas habrán de empeorar. Y esa difusa sensación no está revelando un simple apocalipsismo de fin de siglo sino un malestar difuso y generalizado que naciendo de las entrañas de las mayorías sin voz, va llegando a todas las capas sociales. Entre tanto, se sigue afirmando en forma contradictoria que el sistema es coyunturalmente perfectible.
No habrá diálogo cabal sobre las cuestiones de fondo de la civilización actual hasta tanto empiece a descreerse socialmente de tanta ilusión alimentada por los espejuelos del sistema actual. Entre tanto, el diálogo seguirá siendo insustancial y sin conexión con las motivaciones profundas de la sociedad.”
[1] Las condiciones del diálogo, Conferencia de Silo en la Academia de Ciencias de Rusia, Moscú, 6 de Octubre de 1993.