Mauricio Macri, recientemente electo como el próximo Presidente de la Argentina luego del ballotage, se presentó en el escenario de la victoria sin discurso político alguno, incapaz de significar el momento, simplemente limitándose a agradecer a sus colaboradores más directos y, antes de bailar ridículamente, nos presentó a su secretaria Anita, quien según dijo, lo cuida desde los cinco años y fue también la secretaria de su padre. Alabó el esfuerzo, la familia, los amigos y la paz y el amor a los que se refirió su futura Vice-Presidenta.
¿Cómo pueden los argentinos haber optado por similar superficialidad, parecido a la espuma del champagne, a la challa de papeles de colores, haber preferido a un candidato que se muestra farandulero, cadereando y sin propuesta alguna, sin proyecto con el que orientar al país?
En todos estos años nos habíamos acostumbrado al discurso hilvanado, inteligente, sembrador de ideas y desafiante de obstáculos, valiente, cargado de mística social, tan propio de Cristina Fernández.
En el mes de campaña antes del ballotage, admiramos al pueblo argentino que salió a las calles, a las micros, a los barrios, casa a casa, con la fuerza de su militancia para tratar de defender al proyecto del Frente para la Victoria. Sin embargo, tal vez fue un poco tarde porque no se logró remontar suficientemente, volver a cautivar a la base social, ya que hizo falta casi un 3% de diferencia para haber mantenido el proyecto de una sociedad de derechos.
Ahora, con una tremenda sensación de vergüenza ajena, asistimos ante las pantallas de televisión al triunfo de lo irrelevante, de los globos amarillos, de un recién electo que baila más de lo que habla, mientras simultáneamente el locutor que va transmitiendo las noticias anuncia la muy posible alza de la Bolsa del país Latinoamericano y por supuesto todos los negocios que podrán prosperar al alero del nuevo gobierno.
¡Qué pena! Pero lo único que ha logrado comunicarme hoy este señor que ha triunfado, es que el nombre de quien le recibe las llamadas del teléfono, es Anita.