… Y una defensa de la Renta Básica
A través de sinpermiso
Guy Standing es el creador del concepto de precariado, entendido como clase social. Un neologismo que ha adquirido una dramática actualidad. Este profesor de la Universidad de Londres que ha trabajado más de treinta años para la OIT (y que ahora vive en una masía de un antiguo molino en la Toscana) en su último libro, Precariado: una carta de derechos (Capitan Swing Ed.) alerta de que el precariado está engrosando sus filas. Defiende la introducción de una renta básica para reducir desigualdades. Estuvo ayer en Barcelona para el acto de clausura del curso de derechos sociales del Observatori Desc en el CCCB.
¿Precario es alguien que no tiene un trabajo estable?
Los que pertenecen al precariado se resigan a una vida con trabajo inestable, pero hay algo más. Son los que no tienen una ocupación que los defina como identidad, una narrativa propia de su trabajo. Se ven obligados a hacer múltiples cursos de formación, a buscar constantemente ofertas, al networking, a hacer colas interminables y a rellenar formularios para saltar de un empleo a otro, que es temporal. Y esto gasta mucha energía. Es la primera clase de la historia con un nivel educativo superior a las tareas que ejecuta. Y sólo dependen de su salario para sobrevivir: no tienen propiedades, ni fondos de pensiones, ni pólizas de salud, ni bonus. Unos sueldos que además bajan. El precariado vive siempre en el límite de la deuda soportable. Precarios son jóvenes y no tan jóvenes. He recibido miles de correos de gente adulta que me dice: “Yo también ahora formo parte del precariado”.
Pero aquí se habla de recuperación económica.
No hay regeneración de la demanda agregada para estimular consumo e inversión, porque hay un monto de deuda enorme. Las empresas españolas consiguen dinero de las exportaciones y las finanzas y los grandes bancos pueden acudir a los mercados. Es una burbuja financiera insostenible, no una recuperación real.
Pero Portugal e Irlanda también están creciendo después de poner en prácticas medidas de austeridad.
En Irlanda los niveles de vida de los irlandeses están por debajo de los que tenían antes de la crisis. En cuanto a Portugal, centenares de miles de ciudadanos han tenido que emigrar para trabajar. El país sobrevive gracias a las inversiones de su excolonia. Y el partido de la austeridad, en las últimas elecciones, ha perdido. ¿A usted esto le llama éxito? Grecia es un desastre. ¿Y España? Seguís con una tasa de desempleo de más del 20% y un déficit presupuestario que no vais a cumplir.
¿Por qué a los salarios en España les cuesta remontar?
En los últimos veinte años, la demanda de empleo se ha cuadruplicado en el mundo. Tenemos a 2.000 millones de personas que aspiran a un trabajo. Y las empresas se mueven donde pueden pagar menores sueldos. La distribución de la renta del siglo XX se ha acabado. Se creía que cuando había crecimiento económico la parte de riqueza que se destinaba a remunerar al capital y la que correspondía al trabajo era estable. Durante treinta o cuarenta años, fue así. Ahora ya no. El capital acumula cada vez más ingresos a costa del trabajo. Esto ocurre en todos los países. Hay que estudiar formas alternativas de redistribución de la riqueza. Si no se cambia de rumbo, el precariado seguirá aumentando y esto es un cóctel socialmente explosivo. En condiciones similares en los años treinta apareció la extrema derecha. La renta básica como derecho de la ciudadanía es la mejor opción para luchar contra las desigualdades sociales.
¿Y de dónde se saca el dinero para pagarla?
Hay varias vías. Por ejemplo, de los fondos soberanos. Se destina una parte de las ganancias de sus inversiones para pagar algo a la ciudadanía. También se pueden conseguir recursos de la eliminación de las subvenciones a las empresas y de las exenciones fiscales otorgadas a las grandes corporaciones.
Pero la renta básica también, en cierto sentido, es una subvención.
No, es un derecho. Cualquier riqueza es el fruto, en cierta manera, del trabajo de las generaciones anteriores. En lugar de heredar fortunas, algo que ocurre entre ricos, sería más justo que los ciudadanos recibieran un tipo de dividendo social, como remuneración de las
inversiones pasadas. La única condición moral, no legal, que incluiría para aceptar la renta básica sería la de ir a votar y la de participar en la vida política o acudir a una asamblea pública una vez al año. Porque ser ciudadano implica derechos, pero también deberes.
Los detractores sostienen que con una renta garantizada las personas se vuelven más ociosas.
Esto no está demostrado. Se hizo un experimento piloto en la India. Se dieron unos ingresos modestos a los habitantes de un aldea durante 18 meses. Los datos demostraron que la productividad había aumentado en esta comunidad más que en las otras y más que en el pasado. Por otra parte las encuestas demuestran que la gente, por el mero hecho de recibir una renta básica, no deja por eso de trabajar. Sólo el 2 por ciento lo dejaría. Y lo más probable que estos sean los trabajadores menos productivos y que hacen las tareas más ingratas.
Europa, no obstante, ha optado por otro camino: aumentar la liquidez con expansión cuantitativa (QE).
Mario Draghi anunció que concedería a la banca europea el equivalente de 1.000 billones de euros. ¡Esta es una renta básica para los banqueros! Este dinero se dedica a inversiones para hacer subir el precio de las acciones. Esto no hace otra cosa que aumentar las desigualdades. Además, los inversores invierten donde haya rentabilidad. Si se encuentra en Asia, llevarán el capital ahí. Es decir, fuera de Europa. Por eso la recuperación económica no se está notando en la calle. Ahora bien, imagine en cambio si se escogieran las veinte regiones más pobres de Europa y se les diera una renta básica. Digamos una parte pequeña, unos 20.000 millones. ¿Qué pasaría? Además de los beneficios ya mencionados, se frenaría la inmigración, porque los rumanos o los búlgaros se quedarían en su casa. Así se cortarían las alas a los partidos de extrema derecha.
Sin embargo no hay ni un sindicato que apoye la renta básica que usted propone.
Los sindicatos ahora representan a los antiguos empleados que tienen trabajo estable. Defienden el statu quo y no a los nuevos trabajadores. Por ello, son los más vehementes opositores de la renta básica, aunque sea una medida progresista. La ven como algo hostil. Un dirigente una vez me lo explicó: «Es que si hubiera una renta básica, perderíamos el control. Na
die se afiliaría a un sindicato». Lo encuentro algo inmoral. Y es un error, porque la gente, si tuviera unos ingresos estables, tendría menos miedo a participar en la sociedad y a integrarse en ella, incluso en un sindicato.
El modelo de la flexsecurity escandinava se ha puesto de moda. ¿No le convence?
Siempre me he opuesto a este sistema. Porque la seguridad la necesitan todos. En estos países, tenemos flexibilidad laboral, pero la seguridad sólo se concede si el trabajador demuestra que no tiene recursos y que esto no es por su culpa. El resultado es que el país
en Europa donde más han crecido las desigualdades en tiempos recientes es Suecia. Su modelo está muerto. Y Dinamarca es el país con más deuda de los hogares en porcentaje de su PIB.
¿Recoge la formación Podemos las aspiraciones del precariado en España?
Cuando empezó parecía un movimiento que reflejaba el espíritu de los indignados. Ahora tiende a acercarse a la clase media. Creo que es un error y esto explica por qué está cayendo en las últimas encuestas.