En el marco de la Feria Internacional del Libro de Santiago, fue lanzado el nuevo libro de Pressenza , presentado por José Gabriel Feres de Virtual Ediciones y con los comentarios de Pía Figueroa -codirectora de la agencia-, María Angélica Beas -periodista- y Tomás Hirsch -ex-candidato presidencial y vocero del Humanismo-, quienes concurrieron al recinto de la Estación Mapocho para presentar esta obra que reúne los trabajos de treinta y tres autores de columnas de opinión y entrevistas, publicadas en Español en el sitio de Pressenza.
«Es una época la nuestra, demasiado crítica como para no darse el trabajo de escrutar a ver cuáles son los indicadores que puedan mostrar las posibilidades de un cambio», señaló Pía Figueroa, alentando a la tarea de «construir horizontes por donde el futuro pueda abrirse paso y pueda acercar a una humanidad nueva también aquella organización social que esté a la altura de la época hacia la que caminamos».
«El cambio que todos queremos, la respuesta lúcida está acá» dijo María Angélica Beas, «porque hay gente que trabaja por una sociedad mejor».
Cabe destacar las palabras con que en la oportunidad se refirió a esta obra el humanista Tomás Hirsch, que publicamos íntegramente:
«El título de este libro sintetiza en forma perfecta la situación mundial actual. Si acudimos a la RAE, leemos que se define a la Crisis como “Situación de un asunto o proceso cuando está en duda su continuación, modificación o cese”. A su vez, se define Global como “Tomado en conjunto. Referente al planeta o globo terráqueo”. Es decir una crisis global es aquella “situación referente al planeta, tomado como conjunto, en la cual está en duda su continuidad.”
Y esa es la situación que vivimos hoy: Nos invade una profunda duda respecto de la continuidad del proceso histórico, al menos como lo conocemos hasta hoy.
Las condiciones sociales han cambiado radicalmente respecto a los siglos anteriores. La globalización ha barrido con los referentes que antes se utilizaban y la sociedad se ha desestructurado. Los países, instituciones y organizaciones, los grupos humanos y hasta los individuos, son arrastrados por un proceso de desestructuración que no controlan.
Esta no es una crisis más, una crisis coyuntural, sino que estamos frente a un cambio civilizatorio. Se requiere un cambio de mirada, producir modificaciones de fondo, no solo en lo institucional, sino que también en el cuerpo social y en nuestra conducta. La crisis es un indicador de la necesidad de cambio, nos muestra el desgaste de las formas actuales y la necesidad de establecer nuevos parámetros en lo social, lo cultural, lo político y lo personal. Por más que se intente echar mano a viejas estructuras y fórmulas, no hay como poner marcha atrás en este proceso que se expresa en todos los campos del quehacer humano. Se trata de un proceso irreversible y que por lo tanto requiere de nuevas respuestas.
La pregunta entonces es ¿Cómo responder a la desestructuración? ¿Cómo responder a la tendencia a la fragmentación social, a la desestructuración de los Estados, de las instituciones, de las organizaciones e incluso de la propia conciencia? Todo se va fragmentando, en todos los ámbitos se van poniendo de relieve las diferencias, pero marcadas como divergencias, como oposiciones, como contrastes y no como diversidades que puedan converger.
Revisemos un solo campo con el que tengo cierta cercanía: La Política y su futuro.
La verdad, el futuro de la política se ve bastante negro. Al menos de la política como la conocemos hasta hoy, ejercida por una élite de supuestos “representantes”. Entonces lo que está en crisis no es la actividad política en sí, sino una particular forma de ejercerla que se llama representatividad.
¿Por qué está en crisis la representatividad? Veamos tres cuestiones.
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La traición de las cúpulas
De que los políticos profesionales, los representantes, están desprestigiados no hay ninguna duda. Ese desprestigio es consecuencia de que entre los representados se ha ido abriendo paso la percepción de que las decisiones que toman, la mayoría de las veces traicionan las promesas que hicieron para salir electos. En general, las cúpulas políticas han sido opacas al escrutinio público, pero las actuales investigaciones tanto en Chile como en otros países han puesto en evidencia el alto grado de corrupción con el que se mueven, favoreciendo sus propios intereses en desmedro del mandato recibido por sus electores. Y ese desprestigio afecta a todos los sectores, ya sean de izquierda o de derecha, lo cual permite afirmar que la pérdida de confianza no es solo hacia determinadas personas sino hacia el sistema en su conjunto.
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La impotencia del Estado actual
Los políticos son parte constitutiva del Estado. Pero esta institución, tan importante durante el siglo XIX y gran parte del XX, ha sido prácticamente desmantelada en los últimos 30 años, producto de las concepciones neoliberales. Se ha convertido en un Estado impotente, que tiene una capacidad muy limitada para operar. La globalización ha ido desplazando el poder de decisión que antes tenía, hacia un paraestado conformado por el capital financiero internacional. Este fenómeno ha quedado dramáticamente en evidencia, por ejemplo, con el fracaso de la negociación del gobierno griego. Un Estado que no tiene ningún poder de decisión y que debe someterse a los dictados de la Banca internacional.
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La endogamia de las élites
En esta autocomplacencia en que viven las élites políticas, éstas tienden a replicarse. No se abren a nuevas visiones, se dan vuelta siempre los mismos y cuando aparece alguien “nuevo”, lo hace porque es más o menos igual a los que había. Entonces se envejecen las personas y también las ideas, el debate político es incapaz de ir más allá de lo establecido. No hay debate serio, no hay desarrollo de nuevas ideas.
Por todo lo anterior, aunque suene políticamente chocante, no vamos a defender la representatividad. Llegó la hora de encontrar nuevas respuestas, que devuelvan a los pueblos su autonomía sin el paternalismo de una facción. Eso, para nosotros, se llama democracia real o democracia directa. Es necesario abrirse a una institucionalidad que permita la participación efectiva de los pueblos en la toma de decisiones. Iniciativa popular de Ley, revocación de mandato, plebiscito, consulta popular, son todas formas de participación y decisión real de los pueblos, que hoy están ausentes. No está claro si los actuales políticos serán capaces de llevar esto adelante pero es el único camino posible. Dadas las actuales relaciones de poder, ya es evidente que el sistema basado en la representación no está funcionando y debe ser superado. Además, los avances tecnológicos ya permiten implementar procedimientos seguros y confiables de consulta permanente a la ciudadanía.
Es en este punto donde también adquiere capital importancia el factor humano. Si los conjuntos humanos se dejan seducir encandilados por los beneficios inmediatos que les prometen, abrirán la puerta al clientelismo desatado y a la más grosera demagogia por parte de la clase política, como ha sucedido ya tantas veces. Al actuar de ese modo, los pueblos hipotecarán la posibilidad de un progreso real y estable, de un progreso de todos y para todos, que incluya a las generaciones venideras. Si, en cambio, esos pueblos aprenden a cultivar la lucidez, la autodisciplina y consiguen desplegar una mirada procesal, solo entonces sabrán apreciar lo que significa constituirse en protagonistas de un verdadero proyecto colectivo.
Ahora que los vínculos entre el poder y la ciudadanía se han desdibujado a causa de la profunda crisis de confianza ya comentada, solo hay un camino y una tarea posibles: la reconstitución del tejido social. Si hoy el paraestado financiero es capaz de imponer su programa a los países, ello se ha debido en gran medida a la pasividad de los pueblos. La soberanía es patrimonio de esos pueblos y ellos deben saber ejercerla; y si las trampas de la democracia formal han limitado al mínimo ese ejercicio soberano, entonces debemos movilizarnos para profundizar la democracia hasta que sea capaz de recoger en plenitud la voluntad popular.
Un ejemplo local de esto es la demanda por una Asamblea Constituyente. No es por capricho que queremos esa Asamblea Constituyente. Es el único modo de recuperar el protagonismo del pueblo, fundamental para entrar a una nueva etapa del proceso político social.
En fin, estas son unas cuantas reflexiones libres a partir de un libro profundo, completo, que discute los paradigmas sobre los cuales está construido el sistema actual, que entrega una nueva mirada desde una perspectiva que ubica al Ser Humano como valor central, que propone la convergencia de las diversidades como antídoto a la fragmentación y desestructuración, que recoge propuestas concretas que reorienten la globalización antihumana hacia una mundialización convergente. Que propone un cambio mental, un cambio de creencias. Un libro que nos muestra la ayuda que el Humanismo puede dar para salir de esta encrucijada histórica.
No sabemos cuánto puede durar esta crisis, ya que podemos arrastrar esta situación por largo tiempo, con el consiguiente aumento del conflicto y la violencia. Mientras antes tomemos conciencia de la profundidad del cambio que se requiere, más pronto superaremos esta situación y podremos establecer nuevas condiciones sobre las cuales construir este nuevo peldaño en la evolución del ser humano. Hoy el rol del Humanismo es contribuir al cambio de creencias. Ayudar a configurar un nuevo paisaje social frente a un mundo que cambia aceleradamente. Eso es lo que nos propone este excelente compilado de charlas, entrevistas y columnas que Pressenza nos presenta hoy.
Felicito a los autores por el enorme aporte que nos entregan. Sin temor a exagerar digo que en estas páginas están desplegadas las respuestas para salir de la compleja Crisis Global que enfrentamos hoy».