Por: Madeleine John
Entrevista[1] a Margarita Ramírez Mazzetti – Centro de Desarrollo Étnico (CEDET). Margarita Ramírez Mazzetti es una afroperuana nacida en Lima, profesora de educación primaria desde 1968 y pedagoga social desde 1994.
¿Cuándo empezaron a llegar hombres y mujeres africanos como esclavos al Perú?
Desde el siglo XVI, con la llegada de los españoles. No está registrado, pero se supone que entre los trece de la Isla de El Gallo (1527) ya había alguno. En 1528, Pizarro llega al Perú, a Tumbes, y con él llegan los primeros esclavos. Por la capitulación de Toledo, en 1529, la corona de España autoriza al conquistador a traer esclavos, de los cuales un tercio debía ser mujeres.
¿De qué lugares procedían?
Al comienzo los traían de la zona africana más cercana a Europa, pero al reducirse estas poblaciones a lo largo de los años, fueron siendo recogidos de toda la costa atlántica de norte a sur; aunque cabe mencionar que muchos de los que llegaron aquí, procedían del centro y del este de África. La costa atlántica es la que más población esclava ha dado. Los europeos traficantes no ingresaban al continente. Internamente se daban las cacerías o las guerras entre grupos rivales. Los cazados eran llevados a lugares donde se concentraban de varias partes y de allí salían los barcos rumbo a América. Pero como siempre morían algunos en la travesía, llenaban las embarcaciones con más personas, de manera que llegue la cantidad convenida en el trato de comercio. Hay varias películas sobre este tema; como “Amistad” (1997), de Steven Spielberg, o “Queimada” (1969), con Marlon Brando.
¿Cómo era la situación en África, que permitía la venta de esclavos?
Había esclavitud en África, pero era diferente a la llevada a cabo por los europeos en el siglo XV. Se esclavizaban a personas, a veces a poblaciones enteras. Había esclavitud por deudas, por necesidad, por encargo, por propia voluntad; pero en muchas ocasiones a lo largo del tiempo, los esclavos se volvían parte de la familia o volvían a una vida autónoma. Según María Rostworowski[2] (1953), en el imperio de los Incas también hubo esclavitud; les llamaban los piñas y los mandaban a lugares inhóspitos en la selva, a los campos de coca. Pero la dimensión de la esclavitud negra, que duró trescientos cincuenta años, fue considerablemente inmensa; fueron trasladados de quince a veinte millones de personas de África a América.
¿En qué periodo llegó el mayor número al Perú?
No hay suficientes estadísticas, pero al parecer llegaron más en el siglo XVIII cuando se requería mano de obra para la producción de algodón y caña en las haciendas. Estudios en Yapatera[3], por ejemplo, indican que en este tiempo aumentó el número de esclavos. Por entonces, las haciendas se habían convertido en instituciones de funcionamiento regular. Los jesuitas tenían gran cantidad de propiedades en haciendas y esclavos, y cuando en 1767 fueron expulsados de España y todas sus provincias, el virreinato tomó esas haciendas y las administró. Al producirse la Independencia, esas haciendas se las repartieron los que participaron en ella. En el valle de Chancay[4], la familia anterior a los Graña recibió tierras y peculios; Sucre también tuvo La Huaca en Huaral, y así muchos otros.
Al llegar al puerto del Callao[5], los esclavos eran trasladados al mercado de esclavos en el Rímac[6], para su venta.
¿Cuáles eran los precios de los esclavos? ¿Cuáles eran los criterios para establecer su valor? ¿La mujer valía igual que el hombre?
Había diferencia en los precios. Hay que tener en cuenta que los traídos eran los más solicitados por el mercado. No traían viejos, pero sí jóvenes y niños.
Humberto Rodríguez dice al respecto:
“… la ruta esclava empezaba en Europa, donde se adquiría armas y chucherías de poco valor; todo esto se llevaba a algún puerto de la costa occidental de África, donde los «cazadores» de esclavos estaban atentos, cambiaban a los africanos cazados por esas armas y esas chucherías. La “cargazón” (palabra usada antes) de esclavos se vendía en algún lugar de América; en el Callao era en las barracas. Con ese dinero de la venta, los traficantes compraban productos americanos, sobre todo azúcar no procesada con la fineza con que ahora consumimos, sino algo así como chancaca o panela (sinónimos), que era apetecida en Europa que recién podían consumir dulces en grande, aún no se producía azúcar de remolacha o beterraga”.
Del Busto[7] (2001) escribe que los esclavos los cambiaban por dos caballos; Aguirre[8] (2012) dice que se pagaba 500 pesos por los hombres y 350 pesos por las mujeres. Se traían jóvenes y a veces niños. Entre las mujeres seguro que alguna venía embarazada. Probablemente sería diferente el precio por la mujer embarazada.
¿Para qué labores se compraba a las esclavas?
Para labores domésticas, para amas de leche, amas secas[9], damas de compañía, asistentes y consejeras. En algunos casos eran alquiladas para realizar trabajos remunerados. Los jornales ganados los recibían los amos.
¿En qué lugares del Perú hubo mayor número?
En Lima sin lugar a dudas. A mitad del siglo XVIII, Lima era negra y blanca. Los originarios peruanos, los que hoy llamamos indígenas, vivían en lugares determinados por ordenanzas virreinales.
¿Cómo era la vida en el campo?
Bastante tranquila porque se cultivaba y cosechaba para el consumo interno. Seguro que era más fácil que después de 1854 (año de la manumisión[10]), cuando los chinos eran los que hacían la labor en el campo y eran exigidos, porque el producto, principalmente el algodón, se exportaba para los requerimientos de la industria internacional (USA, Inglaterra).
¿A qué labores se dedicaban las mujeres en la ciudad?
Al servicio doméstico; tenían que hacer todo lo requerido en una casa para que ésta marche en orden, con bienestar y satisfacción de sus miembros. También se dedicaban a la venta ambulante de comidas y dulces, cuidadoras de enfermos, de ancianos, de niños. Las libertas se prestaban a ser amas de leche, amas secas, trabajaban en talleres de confecciones de ropa, eran lavanderas, cocineras, ayudantes de limpieza y venta en los mercados. Zurcían, tejían, vestían y cuidaban a las personas a las cuales servían. Trabajaban de sol a sol, sin descanso.
¿Cómo podían obtener su libertad?
La podían comprar. Para esto trabajaban por un pequeño jornal que juntaban de centavo en centavo. Con esos ahorros, compraban también la libertad de sus familiares. Otra manera de obtener su libertad era ganándose la simpatía de sus amos, por el afecto, la lealtad, la amistad, y en muchas ocasiones por el intercambio sexual.
¿Las mujeres libres podían estudiar, trabajar y tener propiedades?
No se sabe con certeza. Lo que se puede considerar es que la ley de educación pública recién se dio en el Perú en la segunda mitad del siglo XIX, por lo tanto no era común que las mujeres cursaran estudios, menos aún si eran de procedencia económica humilde. Pero quizás una que otra adulta tendría propiedades, quizás tendría alguna casa recibida como gracia, regalo o por haber sido cedida en el testamento de un amo generoso. Eran de su propiedad también atavíos de vestir delicadamente hechos, joyas, muebles. Pero generalmente la mujer afroperuana carecía de lo elemental para vivir. En muchos casos, sola, enfrentaba a la vida con sus hijos a cuestas y quizás también con otros miembros desamparados o desocupados de su familia más amplia. La mujer afroperuana luchó por la sobrevivencia de los que la rodeaban, no dudó en trabajar en lo que la sociedad le ofrecía: el servicio doméstico.
¿En qué actividades de la vida social y cultural participaban?
En actividades religiosas: arreglos de los altares, adornos de las andas y de las estatuas, limpieza y orden de los locales, elevación de oraciones, quema de incienso y entonación de canciones. También se encargaban de la petición de limosnas para la vida parroquial de curas y monjas. Algunas entraban a servir a las órdenes y congregaciones religiosas por vocación o por buscar alguna forma de libertad individual. Participaban en actividades propias de su vecindad, celebraciones familiares y amicales. Del Busto (2001) cuenta que en Lima durante el Corpus Christi, se realizaba una fiesta africana en las calles, con máscaras, disfraces, banda de música y jolgorio general.
José Ramón Jouve Martín[11] (2005) cuenta que en Lima, en 1631, mulatos representaron la obra El rapto de Helena y la destrucción de Troya, con motivo del nacimiento del primogénito del Rey de España. Esta representación significaba el conocimiento de la mitología e historia de la antigua Grecia, su tradición, su cultura y su posición en la antigua Europa; además que da a conocer la dedicación y el gusto de los afroperuanos por la actuación y el teatro. No dice Jouve Martín si en las representaciones actuaban mujeres.
¿Cuáles fueron los aportes de las mujeres afrodescendientes durante la Colonia y luego en la República?
La vida social en todo el Perú ha sido influenciada por el africano. El estar en contacto con las familias, especialmente con los bebes y niños, ha dejado una huella subjetiva difícil de demostrar visiblemente, pero presente en los afectos, expresiones y experiencias de las personas criadas por estas mujeres. ¿Llegaremos algún día a descubrirla? ¡Quizás! Cuando a mitad del siglo XVIII la población de la ciudad de Lima fue mayoritariamente afro, la ciudad cobró, sin duda, un aspecto y personalidad africanos, que de alguna manera persiste. Eso nadie lo puede negar, y si es que aún el convencimiento consciente no existe, no por eso deja de ser real. Así lo creo.
¿Cuál es la situación de las mujeres afrodescendientes hoy en día?
En muchos casos es diferente a la situación anterior. La mujer afro quiere conocer sus orígenes, y al acercarse a ellos, se siente orgullosa de su pasado. Es fuerte con la fuerza de sus abuelas, quienes no perdieron su dignidad de mujeres pese a tanta humillación y sufrimiento por los que pasaron. La mujer afro es consciente de que tiene que conocer más, sabe que tiene que estudiar para ser mejor, para poder realizarse singularmente y para ser ejemplo para sus hijos y nietos. Quiere permanecer unida a otras mujeres para celebrar juntas lo alcanzado y seguir proyectándose en las oportunidades del día a día. Sabe que su tarea es divulgar lo que sabemos de nosotras mismas porque muchas mujeres afro aún siguen teniendo una vida demasiado dura y ninguna conciencia de su ser afrodescendiente. Esta tendría que ser la misión a ser cumplida.
[1] La entrevistada agradece la información recibida por el antropólogo Humberto Rodríguez Pastor, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima.
[2] Historiadora e investigadora peruana.
[3] Pueblo afroperuano de la provincia de Morropón, en el departamento de Piura, Perú.
[4] Ciudad y puerto del Perú, a 76 km al norte de la ciudad de Lima.
[5] Hoy, Provincia Constitucional del Callao, a 15 km del Centro de Lima.
[6] Hoy, Distrito de Rímac, Lima.
[7] Historiador peruano (1923-2006)
[8] Historiador peruano (1958)
[9] Mujeres a quienes se confiaba el cuidado de los niños en casa.
[10] Liberación de esclavos.
[11] En su libro “Esclavos de la Ciudad Letrada”.