Un avaro es una persona que busca atesorar riquezas sin límite. La locura es bastante más difícil de definir. Generalmente, se dice de alguien que está loco cuando no sigue los patrones de comportamiento que se esperan en su entorno; cuanto menos los siga, más loco estará. No obstante, este calificativo no siempre es peyorativo. Muchas de las grandes obras artísticas no serían posible sin un cierto grado de locura de sus creadores, y lo mismo se puede decir de algunos descubrimientos científicos o avances sociales. Pero también hay que achacar a la locura ciertos comportamientos que nos provocan horror.
No cabe duda que la matanza acontecida el viernes pasado en París forma parte de estos actos de locura que nos provocan terror, actos que para la mayoría nos resultan absolutamente incomprensibles. En parte, aquí acontece el problema por el cual son difíciles de resolver: no somos capaces de comprender ciertas conductas, y por tanto ni podemos anticiparlas ni mucho menos evitarlas. Hablo de comprensión, no de justificación, que sería otro cantar. Pero si no comprendemos las raíces de los actos de los terroristas, sean del bando que sean, no podremos erradicar esta lacra de la humanidad.
Creo que nunca podremos entender este fenómeno si no lo relacionamos con la avaricia desmedida. La avaricia, a pesar de ser uno de los pecados capitales según la tradición cristiana, es uno de los pilares del sistema político-económico que impera en el Occidente cristiano, y que hoy día esta casi impuesto en todo el mundo. La situación mundial, a nivel social, es de una tremenda injusticia. Quienes poseen mucho, poseen cada vez más, y la brecha entre éstos y el resto de la población se ensancha. La crisis mundial que comenzó en el 2007, y que fue resultado directo de la codicia del sistema bancario, sobre todo norteamericano y europeo, finalmente ha acabado beneficiando justamente a quienes la causaron. Lejos de refundarse el capitalismo, se lo ha fortalecido con políticas económicas que han transferido riqueza desde la mayoría de las poblaciones hacia ese minúsculo porcentaje que maneja los hilos financieros de la globalización.
Esta avaricia sin medida, ejemplificada en el negocio armamentista (pero no sólo), necesita constantemente extraer recursos de donde los haya. Y si cada vez controla más recursos planetarios, más se afana en conseguir el control sobre aquellos pocos que aun se resisten. Es así que se promueven guerras más o menos solapadamente, se apoyan regímenes políticos que traen beneficio, y no se duda en atacar de diversas maneras a los grupos políticos que se oponen al saqueo. En Europa hemos visto en el primer semestre de este año un perfecto ejemplo con el trato dispensado al gobierno griego de Syriza por parte de los organismos europeos. Sin embargo, el resto del mundo lleva décadas, cuando no siglos, padeciendo un comportamiento similar, y en realidad de un alcance mucho mayor.
A pesar de que las antiguas colonias europeas han ido desapareciendo formalmente hacia mediados del siglo XX, el colonialismo económico se ha mantenido donde se ha podido por las empresas de los antiguos países colonizadores, a los cuales se ha sumado con gran potencia el colonialismo de los conglomerados norteamericanos. De entre los recursos que pretenden hegemonizar estos últimos, el petróleo quizás sea la estrella. Y como buena parte del petróleo se encuentra en la misma región del planeta, ya tenemos servido el caos en la región, a menos que se avenga a entregar sus recursos para beneplácito de los consejos de dirección de las grandes petroleras. Por supuesto, el complejo militar-industrial se pone en marcha rápidamente para conseguir ese objetivo, ya que en el nivel superior del poder todos están relacionados con todos, y tanto da una multinacional petrolera como una química o un gran grupo bancario. Todos sus directivos juegan al golf en los mismos clubes y envían a sus hijos a los mismos colegios.
Desde la infame guerra de Irak iniciada hace ya 12 años, la escalada militar en la zona no ha parado de crecer. Ahora mismo, a grandes rasgos, podemos decir que el caos más profundo se extiende desde Libia hasta Afganistán, pasando por Siria, Irak y por supuesto Israel y Palestina. Es en esa región donde ha surgido con fuerza el autodenominado Estado Islámico, un grupo casi desconocido hace un año, pero que hoy aterroriza a todo el planeta. Son los que se autoadjudican la autoría de los atentados en París, además de otras crueles matanzas, filmadas y difundidas por ellos mismos con orgullo.
Por muchas razones políticas que se puedan esgrimir, para asesinar a sangre fría a cualquier persona, indiscriminada y masivamente, hay que estar patéticamente loco. Esa locura puede estar emparentada con la desesperación. En todo caso, si los locos suicidas proceden de una misma región desesperada, es fácil atar esos cabos.
Por lo tanto, si se quiere “de verdad” acabar con el terrorismo de los grupos como ISIS, es necesario comenzar por desmontar el tejido de corrupción y codicia desmedida que se pretende apropiar de los recursos de todo el planeta. Quien diga que acabará con esta barbarie lanzando más bombas y más misiles, o es un cretino absoluto, o está mintiendo descaradamente. Mucho me temo que los actuales líderes políticos europeos forman parte del segundo grupo, a sabiendas de que están en los cargos en que están gracias al apoyo de la minoría avariciosa que se quiere quedar con todo.
Por último, el colmo del cinismo: quienes fabrican y venden las armas con que se cometen los atentados y las atrocidades, ahora pretenden resolverlo fabricando y vendiendo más armas. Ojalá un día una suerte de “rayo luminoso” los toque y les haga comprender el gran daño que están haciendo a la humanidad. Mientras tanto, la inmensa mayoría de la población deberemos ocuparnos de ir desmontando esas bombas, denunciando el cinismo, eligiendo a nuevos líderes que de verdad estén al servicio de la población que los puso allí, y fomentando la paz y la no-violencia allí donde podamos.