Frente a los hechos de París, creemos que eso es lo único que podemos decir, una vez más. Es lo que habitualmente decimos las personas no violentas y los humanistas del mundo.
Los muertos son muertos, una condición que es común a toda la humanidad. No son más importante los muertos de ayer en París que aquellos muertos en Beirut anteayer, ni aquellos que morirán mañana por el hambre, la enfermedad y el abandono, que aflige a varios miles de niños, y que podríamos evitar fácilmente. Hay muertes absurdas que enfrenta la humanidad y que son producidas por el afán de enriquecimiento individual y egoísta de una pequeña minoría de seres humanos (el famoso 1%).
Si alguien cree que se debe resolver las cosas con violencia, o está loco o actúa de mala fe. La violencia en todas sus formas nunca ha solucionado ningún problema; por el contrario, todo tipo de violencia, física, económica, racial, psicológica, discriminatoria, etc., complica los problemas y aleja de la solución.
Es inútil jugar al «cui bono» (“¿Quién se beneficia?”). Es inútil y no devuelve a ninguno de los seres queridos que han muerto. Quien juega a esto de continuar buscando culpables para vengarse, solo está alimentando intereses ajenos a cualquier intento serio y honesto de resolver los problemas.
Sin embargo, en el mundo avanza inexorablemente la fuerza de aquellos que quieren, en lo profundo del corazón, la paz y la no violencia; una fuerza compuesta por gente buena, lúcida, afectuosa, atenta, humana. Es un pueblo silencioso, diverso, que “no es noticia”: es el pueblo de la gente que ya en este momento se está remangando las mangas, que no acepta el desánimo, que responde a la violencia con la reconciliación, a la marginación con la ayuda solidaria, a la discriminación con la hospitalidad; a ellos les dedicamos el árbol de las manos que construyen, que ilustra este artículo, así como también ha ilustrado aquella excelente editorial sobre la obra común, escrita por Iván Novotny, en Pressenza, hace unos días.
Ya es tiempo de decir “basta de violencia”, y de empezar a recorrer los caminos que llevan al ser humano hacia la evolución y a la liberación del primitivo estado de la violencia.