Gracias a mi nueva máquina del tiempo, pude invitar a todos los que quería a mi cumpleaños. Nos sentamos en un gran círculo y nos fuimos presentando.
– Mi nombre es Leonardo Da Vinci- dijo uno.
– Yo soy Borges- dijo otro, despegando la vista del libro que llevaba.
– Y yo, Girondo- dijo el que lo miraba con bronca.
Y así, uno a uno, todos se conocieron. Después, se quedaron callados. Algunos no sabían qué más decir, además de su nombre o su país y siglo de nacimiento. Otros se morían de ganas de decir cosas, pero les parecían fuera de lugar, o que iban a ofender a alguien de alguna época. Sin saber qué hacer, fui a la cocina a buscar más bebida.
– ¿Cómo se te ocurre invitar a San Martín y al virrey a la misma fiesta? – me preguntó John Lennon cuando volví.
Es que los invitados poco a poco habían superado su vergüenza, y ahora gritaban y discutían acaloradamente. En algunos sectores de la sala, se presentía la violencia que estaba por desatarse.
Descartes y Sócrates, por ejemplo, habían escrito pancartas que decían “sólo sé que luego existo” y las repartían entre sus adeptos, a los que Einstein quería convencer de que todo eso era relativo. En otro rincón San Martín y Aníbal planeaban cómo cruzar la mesa para atacar a Schwarzenegger, que no había perdido el tiempo y había reclutado a Steven Seagal, Chuck Norris, Jean Claude Van Damme, y Guillermo Francella. Napoleón hacía amistades con Julio César mientras Marco Bruto limpiaba el cuchillo de la torta con una servilleta a sus espaldas. El caos se multiplicaba para donde mirase.
Harto del escándalo, gritando, invité a todos a que se retiraran. Activé la máquina del tiempo, y uno a uno volvieron a su época. Cleopatra se fue insultando a Picasso, que según llegué a escuchar la había retratado muy narigona. Creo que Perón se refería a Marco Polo cuando dijo “parece que había gorilas en el renacimiento”. Y Muhammad Ali lloriqueaba porque no le habían dado torta, pero yo no estaba de humor para quejas.
– El año que viene- me dije- festejo solo con gente de mi época.