Hoy llegó a su provisorio final un ciclo virtuoso en la esfera política argentina. Triunfó una oposición que hizo suyo un antiguo lema peronista: “todos unidos triunfaremos”. Repetida hasta el cansancio aunque remozada en versión neoliberal, la muletilla “juntos” simbolizó la estrategia trazada por el grupo multimediático Clarín, la acumulación de la oposición alrededor de un candidato sin partido ni carisma, dependiente del poder económico en un cien por cien.
En esa falsa alianza se juntaron las ansias rancias de un conservadurismo almibarado con las mieles del marketing – pariente inequívoco de la aristocracia de doble apellido – con las ambiciones arribistas de un partido radical que renace de las cenizas de sucesivas derrotas, prestando su arraigo nacional a cambio del aniquilamiento de sus principios. Unidos no por el amor a ideas comunes, sino por el espanto – parafraseando a Borges – reaccionaron también los reaccionarios de toda laya. “No pasarán” dijeron, refiriéndose a la progresión de avances en los derechos humanos y sociales conquistados en la década pasada.
Hubo también socios menores en esa caravana del desaliento. Un sector retrógrado del peronismo quitó apoyo a la facción progresista gobernante para intentar hacerse, luego de la eventual derrota, con el botín de la herencia del movimiento nacional y popular. Otro sector, muy minoritario pero activo, asumió el papel mesiánico de elevarse a la categoría de único redentor, desechando todo compromiso convergente y toda solidaridad con el más necesitado, colaborando así con la entrega a la derecha del espacio político ejecutivo. La clásica estratagema sectaria a la espera de que el caldero social estalle para llevar agua (o sangre) al molino propio.
Como puede verse, todos muy elevados designios.
Pero todo ese rencor misógino hacia una figura femenina fuerte e inteligente, toda la venganza contra los sectores más humildes en busca de protección ante el infortunio de su condición de origen, todo el odio visceral hacia una cultura militante, todo el afrancesamiento diferenciador que aflora en cierta argentinidad cuando avanza el hermanamiento con la cultura regional, todo ello no hubiera dado fruto alguno, si no fuera por un armado mediático despiadado.
No fue magia. Fue bombardeo diario permanente desde las pantallas y los parlantes, fue deconstrucción de lo construido y destrucción subjetiva de lo recuperado objetivamente. Fue, ante todo, la guerra del monopolio de la comunicación para salvaguardar sus propios e injustificados intereses, fue el armamentismo de la opinión torcida para evitar la democratización de la expresión pública, formalizada en la nueva Ley de Servicios Audiovisuales. Fue el crimen de una banda de hombres de negocios que manipula desde las sombras, para continuar acumulando riqueza y poder a costa de la gente sencilla. Fue también la acción siniestra del águila del norte, ensombreciendo con su vuelo toda aspiración de libertad y soberanía.
Quizás la mayoría crea o diga, que este domingo en Argentina, triunfó la democracia. Nada más alejado de la realidad. El proceso electoral que culminó con la segunda vuelta presidencial fue la demostración más elemental de fraude mediático. Es la muestra clara de porqué la democracia representativa ha perdido ya casi todo valor, conminada a depender por completo del poder dictatorial de medios concentrados y de campañas de publicidad milmillonarias, subsidiadas por el afán enfermo de lucro de las corporaciones y los bancos.
Ha ganado una batalla el “plan buitre” – moderno reemplazante del “plan cóndor” – y el poder financiero vendrá ahora a por lo suyo. Prestará primero su dinero sin respaldo para “financiar un país en quiebra”, para “superar el déficit dejado por una administración ineficiente”, para “generar las necesarias obras de infraestructura”, en definitiva, para dotar al maniquí entrante de una abundante cuota de oxígeno financiero que permita mostrar que su “cambio” es consistente. Pero luego, como tantas veces antes, esa banca exigirá su retorno con creces. Los intereses de este nuevo endeudamiento comenzarán entonces a ocupar posiciones de primer rango en el balance de las cuentas públicas. Habrá entonces que restringir los gastos para “equilibrar el presupuesto”. Entonces, lo público volverá a ser inviable y lo privado, alejado por un tiempo de la apropiación del todo social, volverá por su presa.
La crueldad de los años 90’ vuelve a ocupar los primeros planos en este país, encarnada en una dirigencia insensible. La historia no es lineal, sino intrincada y en ocasiones tortuosa. Llevada adelante por generaciones sucesivas y coexistentes a la vez, pero diferentes entre sí en su escenario mental, esa historia recoge las pérdidas y los fracasos de ayer, para incluirlos en su proyecto, sea éste positivo o abyecto.
Pero al tiempo que este panorama se desenvuelve, millones de habitantes de este suelo habrán pasado a la resistencia justa. Saldrán a la calle, en la huella de los grandes movimientos de la historia y en concomitante rebeldía con el clamor de los pueblos que hoy se extiende mundialmente, a exigir que le devuelvan su soberanía arrebatada por la mentira. Esta ciudadanía, más o menos organizada o espontánea, será la simiente de un nuevo capítulo de conquistas humanas. Será, también, la renovación de una democracia caduca hacia un sistema mejor, donde el protagonismo y la decisión lo tenga la gente misma.
Allí estaremos, sin duda alguna, también nosotros.
Javier Tolcachier