Desde la noche del pasado viernes 13 de noviembre, el conflicto armado contra DAESH y sus sombras, en el que está involucrado Francia, tomó otra dimensión. Por primera vez, los atentados simultáneos organizados y guiados por kamikazes (terroristas suicidas) sembraron terror y miedo en París.
Ante esta tragedia, nos compadecemos por las personas que perdieron sus vidas y queremos acompañar en el dolor a sus familiares, parientes y amigos. Igualmente, queremos recordar a los asesinados en Siria, Irak, Afganistán, Pakistán, Nigeria, Camerún, y en todos los demás países del mundo, en los últimos años; a los niños, hombres y mujeres, víctimas de la furia de los extremistas. Pensamos también en la inmensa multitud que huye de sus países y que no encuentra asilo en Europa tan fácilmente…
La barbaridad de estos actos cometidos a sangre fría hace que emerjan diversas emociones, entre las cuales están:
- La impresionante cara del horror y el miedo, sentimientos legítimos y útiles al momento de protegerse, pero que si se vuelven irracionales, pueden llevar a las personas, individual o colectivamente, a replegarse y desconfiar constantemente unos de otros, especialmente si existen diferencias.
- La ira que, si no encuentra la manera de expresarse en palabras y acciones, puede convertirse en odio. Estos sentimientos pueden incitar a pedir más represión, e incluso a promover a líderes cuyas políticas continuarán el círculo vicioso de la violencia.
- La inevitable tristeza, pero que podría llevar a la resignación.
Sin duda alguna, la estrategia seguida por los patrocinadores de estos actos es llevarnos a ese repliegue; a esa resignación, sinónimo de rendición; y al odio, cuyo resultado podría terminar en un desgarramiento de nuestro tejido social, que ya está bastante dañado. Estos patrocinadores dependen de las debilidades de nuestra sociedad, y logran convencer a los jóvenes franceses de dar la vida por ellos – esos jóvenes, a los cuales nosotros no hemos sido capaces de, como consecuencia de nuestra política educativa, política civil, nuestras decisiones económicas y nuestras políticas de seguridad, darles suficientes razones para que vivan libres, iguales y como hermanos.
En un mundo complejo, todo lo hecho por nuestros líderes políticos, uno tras otro, a lo largo de varias décadas, debería llevarnos a hacernos las siguientes preguntas:
- ¿Deberíamos continuar favoreciendo una economía que beneficia primero a los ricos en nuestros países y en el resto del mundo, sin importar el futuro de la vida de los pobres, tanto de aquí como de otros lados?
- ¿Deberíamos seguir una política de defensa que se base en costosas e ineficaces armas nucleares, y cerrar los ojos frente a la venta de armas a otros países sin tomar en cuenta los derechos de los pueblos, a costa de una política que contribuya a la mejora de la calidad de vida de todos los ciudadanos en los campos de la salud y la educación?
- ¿Deberíamos continuar considerando a la mayoría de los países de África y Asia como tierras pobladas de hombres y mujeres menos dignos de vivir decentemente; como tierras cuyos subsuelos nos sentimos autorizados a explotar, desafiando tanto la vida como el desarrollo de esos pueblos, o el futuro ecológico de nuestro planeta?
- ¿Deberíamos seguir una política que dé prioridad a la “seguridad total” a costa del desarrollo de una política a favor de la construcción del “hagámoslo juntos”?
- ¿Deberíamos…? ¿Deberíamos…? Tantas preguntas pueden, sin duda, seguir planteándose…
Ante lo ocurrido en París – como también lo que sucede en otras ciudades del mundo – debemos, después de reflexionar, tomarnos el tiempo para examinar estas preguntas y aportar respuestas apropiadas y razonables. En efecto, es conveniente convencer a nuestros dirigentes políticos, nacionales y europeos, de la necesidad de escuchar las voces de aquellos que, en la sociedad civil, aquí y en todo el mundo, proponen y ofrecen la implementación de soluciones para la construcción de un mundo más respetuoso con los seres humanos y con el medio ambiente.
Patrick HUBERT
Portavoz de MAN
Traducido al español por: Melanie Iturralde