Por Aline Frazão, especial para os Jornalistas Livres
En la Aldea Imbiruçu, a 200 km de Belo Horizonte, indígenas celebran la Fiesta de las aguas y dan un recado: “si el Pataxó deja de existir, el no indígena también”.
“El año pasado la naturaleza no quiso dar carpincho. Este año sí nos dio”, dice pensativo y con la mirada en el horizonte Aricuri Máximo Ribeiro, joven de la etnia Pataxó, sobre la Fiesta de las aguas de 2015. El ritual sucede todos los años en la Aldea Imbiruçu, en Carmésia, a 200 km de Belo Horizonte y celebra la llegada de las lluvias.
Los indios que viven en la Reserva Indígena en el centro-oeste del estado, sólo no plantan el arroz de su alimentación. Hay consumo de mucha papa, mandioca, banana y mucho pollo, crianza que se ve en toda la aldea. Pero también tienen caramelos y gaseosas. Los niños las adoran. Cuando se escucha “gallina gorda”, los chicos corren de inmediato porque eso quiere decir que alguien va a repartir una bolsa de caramelos.
Los indios de la Aldeia Imbiruçu no cazan todos los días para no desequilibrar la naturaleza, y también porque tienen que andar 60 km para pescar o cazar. En su territorio, única área donde hay monte virgen en la región, a veces aparecen quirquinchos. Algunos indígenas tienen auto y por eso no siempre el oficio de cazar y pescar es tan difícil. Imagínese andar cerca de 6 horas para cazar un carpincho, que es un bicho muy astuto…
La reserva indígena tiene casi 4000 hectáreas donde hay tres aldeas. Y como ahí los indios están cercados por estancieros y mineras, aquello que ya es poco, como el agua y el monte, disminuyen con la acción devastadora del no indígena: una cascada está completamente seca. Desde lo alto de los cerros que rodean la reserva, se pueden ver las plantaciones de eucaliptus además del ganado pastando. El Rio do Peixe (Río del pez) donde ellos pescan, disminuye su profundidad cada año.
Para la Fiesta de las aguas, que representa la abundancia, es bueno que haya mucha comida para ofrecer a todos los visitantes. Por eso la caza de carpinchos, además de la pesca, están bien para ese día. Pero si la naturaleza no quiere darlos, no los va a dar; y su voluntad es la más respetada por los indígenas. Antes de entrar al monte para cazar, pescar o raramente cortar un árbol para hacer artesanías, los indios piden permiso al “Padre del monte”. Cuando el alimento es concedido, el agradecimiento se hace de forma festiva, con mucho canto y danza.
Cada año, la preocupación de los Pataxó –que son los hijos del agua– con relación a la preservación de ese recurso natural, aumenta. El ritual pasó a ser abierto a los visitantes para concientizar sobre el problema de la destrucción del medio ambiente. “Si el Pataxó deja de existir, el no indígena también. Buena parte no se dio cuenta de la destrucción del planeta y la sociedad no discute valores, sólo poder”.
Las palabras del cacique Mesaque, de la aldea Sede, vecina a la de Imbiruçu, son pronunciadas en la apertura de la fiesta. Nadie puede hacer agua, nadie tiene el poder de hacer llover. Los indios cantan y bailan para celebrar la llegada de las lluvias. Agradecen y piden, pero el hombre blanco no deja de destruir la naturaleza, y la especie humana corre el riesgo de desaparecer junto con ella.
Aquí en Brasil, el sentido común está en todos lados
Una imagen muy difundida en Internet, representa un cartel como aquellos del lejano oeste, en que se busca un indio para hacer la danza de las lluvias. Eso puede considerarse una broma frente a tantas ofensas y prejuicios. Sin embargo, aun así, demuestra desinformación en relación a esos pueblos. Ellos conocen muy bien la naturaleza, llaman “madre” a la tierra y sin duda alguna son los seres humanos que más preservan el medio ambiente. Pero los indios son expulsados de sus tierras originarias y silenciados, muchas veces con el genocidio ¡vigente en pleno siglo 21!
Mientras muchos empresarios que sólo piensan en el lucro pasan desapercibidos para la mirada del sentido común, los modos de vida del indígena son vinculados con la pereza. Pero al contrario de lo que la mayoría de la gente piensa, en la aldea hay muchos quehaceres: las mujeres se ocupan de la casa, la alimentación de la familia, los niños y también producen artesanías, la mayor fuente de ingresos de los indígenas. Los hombres se ocupan de las tareas del campo, producen mucha harina de mandioca, cazan, pescan, confeccionan armas para la captura de animales. Algunos indígenas también salen de la aldea para trabajar en oficios como albañil o mecánico y claro, además de los trabajadores están los estudiantes.
En la ciudad el indio se siente desubicado. Además de perder el contacto con la tierra, tiene que enfrentar el prejuicio. La sociedad está acostumbrada a creer que el indio verdadero vive en la Amazonia y los demás son simuladores. La gente no sabe que, aun con los millones de indígenas exterminados a lo largo de la historia de formación del país, todavía existen muchos. Están en los lugares donde la naturaleza es más preservada.
¿Quién es el atrasado y burro de la historia? ¿El hombre blanco que destruye sin pensar en las consecuencias, o los indígenas que quieren salvar la naturaleza para que las futuras generaciones también estén a salvo?
El cacique Mesaque que estudia Derecho en Belo Horizonte fue invitado para actuar en el Departamento de Derechos Humanos del gobierno de Fernando Pimentel (PT). En un evento sobre la cultura indígena, el escuchó de profesores universitarios críticas llenas de prejuicios, que decían que en Minas Gerais no existen aldeas y que él debería conformarse porque, cuando su territorio comenzó a ser demarcado en Brasil, eso determinó que ellos dejaran de ser indígenas.
Es muy enriquecedor para un brasilero viajar hasta Europa o los Estados Unidos, aprender otra cultura, otros modos de vida… Pero más importante sería conocer lo que está cerca nuestro, como los indígenas dispersos por el territorio originalmente ocupado por ellos y hoy llamado Brasil. Sólo en Minas Gerais son 12 etnias viviendo en decenas de aldeas.
La situación de los Pataxó que viven en Carmésia es muy buena comparada con la de indígenas que todavía no consiguieron un pedazo de tierra para vivir. Pero su etnia ya pasó por el proceso de expulsión. Ellos son originarios del extremo sur de Bahía, en Porto Seguro, y después de una masacre al mando de terratenientes en la década del 70, muchos Pataxó se dispersaron. Otras generaciones llegaron y ellos viven bien en el nuevo territorio en Minas Gerais, con características muy diferentes del original, pero por lo menos de ellos. Para volver a ver a sus parientes, todos los Enero los Pataxó se encuentran en Barra Velha, Bahía.
El ritual de las aguas
El día anterior a la Fiesta de las aguas, se realizan los casamientos y bautismos en la aldea. Los rituales indígenas se caracterizan por muchos cantos con danza, a veces en lengua portuguesa, a veces en la lengua de los Pataxó, la Patxoha. Para los bautismos, los indígenas se reúnen a la orilla del lago que hay en la aldea, y los niños pasan por la bendición del cacique o del vice cacique. Después son bañados en el agua.
El casamiento de los indígenas comienza arrojando una piedrita. Cuando un indígena se interesa por una indígena, tira una piedra en su dirección. Si la mujer le devuelve una piedra, es señal de que ella también está interesada y a partir de ahí comienzan un noviazgo. Para pedir a la india en casamiento, el indio le entrega una flor. Si la india le tira la flor de vuelta, ella quiere casarse. En la ceremonia, el novio tiene que cargar una piedra del peso de la novia por cerca de 500 metros. Eso quiere decir que él podrá cargar a la mujer en caso de enfermedad o para dar a luz. En lugar de cambiar alianzas, la pareja intercambia tocados: el hombre usa el de la mujer y la mujer usa el del hombre. Eso quiere decir que no habrá distinción de géneros en la relación. Durante la ceremonia, los novios toman cauim, bebida hecha de mandioca muy consumida en la aldea. Para los indios, ella purifica y trae fertilidad para la mujer. Por último, el novio tiene que luchar, práctica común en forma de juego en las aldeas indígenas. Quien consigue que su adversario derribe el trozo de madera que está en el centro, gana la lucha.
La fiesta de las aguas es el gran ritual de los Pataxó. Los indígenas se preparan para ella con mucha pintura y también mucho ensayo. Las danzas y cantos son armónicos, rítmicos y profundos. Después de bailar y cantar por horas, los indígenas van al monte: es hora de que el Padre del monte participe de la fiesta, “incorporándose” al cacique de la aldea. El ritual celebra la llegada de las lluvias, que va a proporcionar abundancia en la cosecha de la plantación indígena. Al final del ritual, todos los participantes son arrojados al barro y después al agua del lago. El acto es para purificar el cuerpo.
La fiesta demuestra que los indios no perdieron su cultura, por el contrario luchan para que ella esté viva en cada generación. Pero Brasil ya no es lo que era en 1.500 y el indígena actual necesita tener acceso a la ciudad, estudiar y trabajar para garantizar su sobrevivencia.
Es divertido volver a la ciudad y contar que estuviste en una aldea indígena. Las personas se vuelven curiosas por saber si el indio todavía anda desnudo, si usa celular, si tienen redes sociales… Yo les digo: ¡anda a verlos de cerca! Hay muchos más indios de los que podamos imaginar y no muy lejos. En las ciudades hay indígenas, con seguridad carentes de amistades con el hombre blanco. Ir a una aldea, entonces es fantástico, principalmente cuando está de fiesta. Y a los indios les gusta mucho recibir visitas, son simpáticos, cordiales y muy alegres. Como dice el cacique de la Aldea Imbiruçu, Romildo Alves da Conceição, “son todos siempre bienvenidos; si no estuviéramos de fiesta, vamos a nadar, a pescar, a cazar”.