Por Ana Mangas para ESglobal
El atentado en Ankara, que se ha cobrado la vida de casi 100 personas, marca un macabro hito en la historia turca. El país euroasiático se encuentra sumergido en una escalada de violencia y lleva meses de impasse político a la espera de que se celebren nuevas elecciones el 1 noviembre, mientras su economía sufre las consecuencias de la inestabilidad interna y regional. He aquí cinco razones por las que Turquía es una olla a presión.
La polarización de la política. Un país sumido en múltiples dicotomías: secularismo versus islamismo, turcos vs kurdos, suníes vs alevíes, derecha vs izquierda, la elite kemalista de ayer vs la burguesía con raíces en Anatolia de hoy… Las divisiones que alberga la sociedad turca no son nuevas, pero desde las protestas de Gezi Park en 2013, el Gobierno turco inició una clara deriva autoritaria y la polarización ha ido en aumento. Turquía se encuentra hoy en una auténtica crisis política. Los partidos han sido incapaces de formar gobierno tras la elecciones del pasado junio, condenando al país a un limbo político durante meses, mientras que la economía se deteriora y el vecindario se hunde en el caos. El juego de culpas y las retoricas excluyentes y radicales parecen haberse instalado en el escenario político y, especialmente, en la oratoria del Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, cuyo discurso se ha ido impregnado de tintes nacionalistas y, en ocasiones, anti occidentales. Desde el pasado julio no solo la violencia entre el PKK y las fuerzas turcas se ha avivado, sino también los altercados entre grupos nacionalistas turcos y poblaciones kurdas en algunos puntos del país, con el grave peligro que entrañaría un escalada de tensiones étnicas fuera de control. Algunos analistas señalan cómo el Gobierno del AKP, que ha perdido la mayoría absoluta que ostentaba desde 2003 en los comicios de junio, estaría utilizando la carta nacionalista con el fin de lograr votos de cara a las próximas elecciones en noviembre.
¿Adiós al milagro económico? Lejos queda ya el 7% de crecimiento anual que registró la economía de Turquía, la decimo octava del mundo, entre 2002 y 2006, cuando se hablaba del milagro turco. El año pasado el país creció solo un 2,9% y los pronósticos para 2015 no son nada halagüeños: se prevé que rondará el 3%. Y es que la economía turca padece de males que van más allá de un débil y estancado crecimiento −muy por debajo de su potencial− , ya que los analistas hablan de Turquía como una de las economías emergentes más frágiles. ¿Cuáles son los signos de alarma? Un peligroso aumento de la inflación (alrededor del 8% en septiembre), el déficit por cuenta corriente más alto de los países de la OCDE (casi el 6% del PIB), un mercado financiero y una moneda volátiles, así como el deterioro de factores como la independencia judicial, el Estado de derecho o la libertad de expresión, que junto a la inestabilidad política interna y en el vecindario, son observados con gran preocupación por los inversores extranjeros. Las tensiones dentro de las fronteras turcas ya están pasando factura con, por ejemplo, significantes perdidas en el turismo, un sector vital para el país. A estos males se suman el complejo contexto económico global y algunos problemas de índole estructural como la excesiva dependencia de la inversión extranjera, un mercado laboral rígido y con la insuficiente participación de las mujeres, baja productividad y competitividad, entre otros factores. Encaminar la economía pasa, en primer lugar, por terminar con la situación de impasse político y, en segundo, emprender profundas reformas.
La espiral de violencia entre el Estado y los kurdos. Hace un año el gobierno de Ankara y el Partido de los Trabajadores Turcos (PKK) −considerada organización terrorista por Turquía, la UE y Estados Unidos− parecía más cerca que nunca de poner fin a un conflicto que dura décadas y se ha cobrado la vida de más de 40.000 personas. Sin embargo, en los últimos meses el proceso de paz parece haber saltado por los aires. En julio el PKK mataba a dos oficiales turcos en el sureste del país en venganza contra el Gobierno turco. El grupo kurdo culpaba a Ankara de estar detrás (o al menos haber permitido) la masacre de Suruç, un acto terrorista en una ciudad mayoritariamente kurda durante un mitin de estudiantes de izquierdas. El ataque fue supuestamente perpetrado por un terrorista suicida vinculado al Estado Islámico, pero muchos kurdos creen que el Estado turco apoya en la sombra a los yihadistas. Turquía envió tropas a las principales ciudades kurdas y llevo a cabo arrestos masivos, además, bombardeó posiciones del PKK en Siria y en Irak. Por su parte, esta organización ha continuado con sus acciones contra objetivos militares y policiales turcos, aunque tras el reciente atentado en Ankara ha declarado un cese al fuego hasta la celebración de las elecciones en noviembre. ¿Cuáles son los incentivos en ambos bandos para no detener la violencia? Los comicios de junio no solo acabaron con la mayoría absoluta del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Erdogan, sino que un partido prokurdo, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) liderado por Selahattin Demirtaş, obtuvo por primera vez los votos suficientes para entrar en el Parlamento, apoyado no solo por kurdos sino también turcos progresistas. Por ello, el incentivo del Gobierno de Ankara podría hallarse en el uso del conflicto con los kurdos como herramienta para atraer el voto nacionalista y mostrarse ante la opinión pública como la opción que garantiza la estabilidad y el orden en un país acechado por las crisis. Desde el punto de vista kurdo, el PKK también encuentra beneficios en la confrontación al fortalecer los sentimiento de apoyo a su organización, canalizando el discurso imperante entre gran parte de la comunidad kurda de que Ankara apoya al Estado Islámico contra ellos, por los que no hay otro modo que defenderse en Turquía, igual que lo hacen en Siria e Irak. Todo lo que suceda en relación a los próximos comicios marcara las dinámicas de enfrentamiento entre Ankara y el PKK, pero también la guerra en Siria, que inevitablemente está modelando la política doméstica turca.
¿El enemigo (el Estado Islámico) de mi enemigo (el PKK) ya no es mi amigo? En un vídeo online −muy al estilo de Daesh y su predilección por el uso de las nuevas tecnologías− la organización declaraba la guerra a Turquía llamando a la “conquista de Estambul” , animando a la población a unirse a la yihad y calificando a Erdogan de “Satán”. Todo ello llegaba después de que Ankara diera un giro a su política respecto al EI, uniéndose a la campaña área contra la organización liderada por Estados Unidos. Turquía había recibido muchas críticas por convertirse en la ruta predilecta de los combatientes yihadistas extranjeros hacia Siria, por mostrarse reacio a participar en las acciones contra la organización, además de ser acusado por algunas fuentes de estar armando a Daesh, o grupos afines, con el fin de acabar a toda costa con el régimen sirio de Bachar al Assad. Según el experto turco del Carnegie Endowment fon International Peace Sinan Ulgen, el EI habría jugado el papel de “enemigo útil contra el PKK y Assad” a ojos de Turquía, pero una vez demostrado los efectos contraproducentes de esta política, Ankara habría dado un giro en su estrategia. Los nuevos cálculos obedecen a que la participación turca en la campaña contra Daesh permite a Ankara menguar el papel protagonista de los kurdos en esta lucha e intentar contener en la medida de posible el separatismo kurdo en el norte de Siria. Ante la pregunta de si el Estado Islámico está o no detrás del sangriento atentado en Ankara, o el anterior en Suruç, que siguió un patrón muy similar, la confusión reina: las investigaciones oficiales apuntan a que los autores de las masacres estaban vinculados o simpatizaban con Daesh, pero no faltan teorías, especialmente desde el lado kurdo, que señalan como autor de estos actos al denominado Estado profundo (fuerzas nacionalistas y de ultraderecha confabuladas o apoyadas por los servicios de inteligencia turcos).
Dos millones de refugiados, un vecindario en llamas. Turquía es el país con más refugiados sirios del mundo. La mayoría de ellos se encuentran fuera de los campos de refugiados turcos, ya que en general han optado por buscarse la vida −aunque no suelen tener sin permiso de trabajo, lo que le condena a menudo a la mendicidad− en distintas urbes del país o emprender el viaje a Europa. La llegada masiva de sirios está siendo un gran desafío a todos los niveles, así como el escenario de inestabilidad e inseguridad que tiene Turquía en su frontera sur, que continúa deteriorase de manera inquietante. El país ha gastado 6.000 millones de dólares desde el comienzo del conflicto en Siria, recibiendo solo 300 millones de la comunidad internacional, según fuentes gubernamentales. Las áreas cercanas a la frontera con Siria son las más expuestas al flujo migratorio, el número de refugiados está cerca de alcanzar la cifra de residentes locales en algunas ciudades, siendo también las más vulnerables a las tensiones o desconfianza entre ambas comunidades, donde los refugiados son acusados de quitar empleos al trabajar por menores salarios. Desde la esfera política, Ankara se ha quejado repetidas veces de la falta de apoyo de la Unión Europea en esta crisis. Hace unos días Bruselas ha ofrecido un plan que incluye ayuda financiera, entre otros incentivos, para que Turquía pueda abordar mejor la presión migratoria y combata el tráfico de personas. ¿La situación puede ir a peor? Quizá, si como afirman algunas voces la intervención de Rusia en el conflicto termina traduciéndose en un fuerte incremento del flujo de personas que huyen de la guerra.