Al finalizar el IV Simposio internacional organizado por el Centro Mundial de Estudios Humanistas en Noviembre 2014, se leyó a modo de conclusión la llamada Declaración del Buen Conocimiento. En uno de sus párrafos se manifestaba: “Los avances en el conocimiento son fruto de la acumulación de intenciones humanas. Son propiedad de la especie humana en su conjunto. El acceso a la utilización del conocimiento no puede, por tanto, estar sujeto a ningún condicionamiento. El Buen Conocimiento rechaza todo intento de monopolizar o restringir el aprovechamiento del conocimiento para mejorar la vida humana, declara la nulidad de su apropiación por cualquier sector particular, denunciando con énfasis las intenciones excluyentes de los grupos de poder. Estos grupos no sólo pretenden el dominio sobre el mundo objetal sino que además intentan controlar la subjetividad humana a través de la apropiación de los medios de comunicación, difundiendo modelos y valores violentos, manipulando la información y pretendiendo silenciar todo intento de cambio.”
Evidentemente, los participantes de aquel evento estaban al corriente de lo que se venía.
Ni tratados, ni acuerdos
A comienzos de Octubre 2015, doce países lindantes con el océano Pacífico han firmado el TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica): los norteamericanos EEUU, Canadá, los asiáticos Japón, Malasia, Vietnam, Brunei y Singapur, los oceánicos Australia y Nueva Zelanda y los latinoamericanos México, Perú y Chile.
Este texto debe verse en conjunto con los que negocian EEUU con la Unión Europea (TTIP o Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión) y el TISA (Acuerdo de Comercio en Servicios), negociaciones de las que participan más de cincuenta países. Ninguno de éstos puede ser calificado de “tratado”, ya que las negociaciones transcurren en secreto, sin la posibilidad de ser tratados democráticamente por los pueblos. Tampoco de “acuerdos”, ya que esencialmente son impulsados y dictados por la fusta neoliberal de los Estados Unidos. En ninguno de ellos participa China o los países que constituyen el bloque BRICS, lo cual se explica por sí solo al desandar, en los siguientes párrafos, los contextos de esta suerte de mega constituciones corporativas.
Por ello, previo al análisis de detalle de algunos de sus contenidos, observemos el encuadre mayor.
Cuando el control amenaza con esfumarse
Un cuadro de datos del Banco Mundial sobre el producto bruto interno de diferentes países, nos muestra una tendencia económica innegable: el ascenso de China, el estancamiento japonés, el enlentecimiento europeo y la pérdida de dominio relativo de los Estados Unidos de América. Al mismo tiempo, un fuerte ritmo de crecimiento en otros socios del BRICS.
En el año 2000, EEUU tenía un producto bruto interno (PIB), ocho veces y media mayor al de China. En 2014, esta diferencia se ha reducido a sólo 1.7 veces. Mientras Japón ha permanecido con un PIB similar en este mismo período, China ha multiplicado el suyo, en apenas catorce años, 8.6 veces. Un tipo similar de enlentecimiento relativo respecto al dinamismo chino es observable en las principales potencias económicas europeas, Alemania, Reino Unido y Francia, en las que el PIB se ha duplicado en el período señalado (aumentando un 100, un 90 y un 106 por ciento respectivamente). Para completar esta sintética descripción, señalemos que en el mismo lapso, la economía rusa ha crecido 7 veces, la de India, 5 y la de Brasil, 3.6 veces, mostrando también un intenso avance.
Esto muestra la necesidad de EEUU, Japón y Europa de evitar perder el control hegemónico en términos económicos y a eso apuntan, al menos en parte, estos mal llamados “acuerdos de libre comercio”.
Sin embargo, aún cuando un país u otro detente una mayor porción del comercio mundial, cabe hacerse la pregunta de por qué habría de interesarle a corporaciones transnacionales, activas en casi todo el planeta más allá de fronteras formales, la consecución de este tipo de reglas. A eso intentaremos responder seguidamente.
Economía del Des-Conocimiento
Hoy se habla mucho de una economía del conocimiento, queriendo significar con ello que a futuro llevarán la delantera en la competencia globalizada aquellos países que posean mayor poder científico y tecnológico. Al mismo tiempo suele señalarse que aquellos lugares que queden retrasados en este aspecto, serán sometidos a una renovada dependencia neocolonial. Por esto es que todos los gobiernos, aún de signos políticos relativamente diferentes, se afanan por construir mayores capacidades de investigación y desarrollo.
Esto tiene su lógica, pero no es nada nuevo. Los distintos avances civilizatorios en el transcurso de la historia, llevaron a esos pueblos a tener ventajas comparativas sobre los demás. Cualquier análisis histórico mostrará este hecho con absoluta contundencia.
Lo que puede considerarse “novedoso” es la rasante velocidad en los logros cognoscitivos y acaso el salto cualitativo en las posibilidades humanas de modificar moldes naturales a los que parecía estar confinada la especie.
Las grandes corporaciones, por su parte, cuya especialidad primaria radica en la apropiación y explotación mercantil de toda innovación que pudiera surgir, están urgidas por gobernar esta nueva oleada de conocimiento, des-conociendo los derechos y las necesidades que tienen la mayoría de los seres humanos sobre estos avances. Necesidades que están a las claras y derechos colectivos que pueden ser justificados aún desde las anticuadas concepciones de la propiedad privada, pero que requieren ser esclarecidos para transitar hacia un nuevo esquema de bienes comunes y compartidos.
Los “tratados” que comentamos aquí, representan el intento corporativo de renovar su dominio absoluto sobre todo este nuevo arsenal del saber y la tecnología, básicamente a través de la extensión “universal” de los mecanismos de patentes, más allá de países o áreas específicas. Así, lejos de toda propaganda liberal o desregulador, se devela el altísimo componente “proteccionista” que contienen, “protegiendo” los intereses de estas empresas e inhibiendo la competencia con otros que pueden ofrecer productos similares a mejor precio. Un ejemplo tremendo son los medicamentos genéricos, cuya producción se pretende demorar o sepultar con estas reglamentaciones, condenando a millones de personas sin poder adquisitivo a morir.
De esta manera, se comprende cómo las corporaciones quieren en este caso servirse del aparato estatal solamente para resguardar sus propios privilegios y penar a quien ose transgredirlos.
Globalización, multipolaridad y regionalismos insurgentes
Al igual que otros tratados “libremercadistas” anteriores, TTP, TTIP y TISA apuntan directamente a evadir toda regulación estatal que limite las actividades corporativas. Disposiciones aduaneras que controlen o graven mercadería serán abolidas entre los países miembros. No habrá barrera alguna referente a libre movimiento de capitales – para inversión o desinversión según sea el caso que favorezca a las transnacionales. No podrá priorizarse a la empresa local o nacional en la contratación pública, aplicándose solamente el principio de eficiencia, poniendo a pequeñas o medianas empresas de los países en competencia de escala sumamente desleal.
Un apartado increíble indica que los Estados miembros deberán informar con suficiente anticipación a las empresas extranjeras de planes legislativos que las afecten, para evitar las posibles mermas de rentabilidad que dichas medidas públicas pudieran acarrearles.
El objetivo central de estos ordenamientos es afianzar una dictadura corporativa, diluyendo por completo toda soberanía política y autonomía democráticamente regida. Esto queda de manifiesto a través del tratamiento de posibles diferendos o conflictos entre un Estado y un inversor privado, en los que se explicita la evasión de la órbita nacional trasladando la jurisdicción fuera de sus fronteras a tribunales internacionales – por supuesto controlados por el poder transnacional (tal como ya es el caso del CIADI, que funciona bajo la égida del Banco Mundial).
Esta ingeniería, que garantizaría el continuado funcionamiento desregulado del poder financiero, se corresponde con la situación de globalización que se viene impulsando desde hace varias décadas bajo las banderas neoliberales. Estos tratados resultan, desde esta óptica, una suerte de “constituciones transnacionales corporativas” que permitirían regular toda la economía en beneficio de las grandes empresas sin control democrático alguno.
Por otra parte, habida cuenta del crecimiento que han experimentado economías no alineadas con el eje norteamericano-europeo, mirando la expansiva cooperación Sur-Sur y la insurgencia regional que proponen en Latinoamérica bloques solidarios como el Alba, la Unasur o Petrocaribe, se hace claro que los lineamientos que expresan estos tratados son un claro intento de forzar el realineamiento político por vía economicista. El control que no se logre por vía armada, habrá que lograrlo mediante estándares que inhiban la autonomía de los pueblos para alcanzar sus propias metas de desarrollo.
En América Latina, el TPP, en conjunto con la llamada “Alianza del Pacífico” (en la que también participa Colombia, que por ahora “aún” no ha firmado el TPP), representan la intención de fracturar la arquitectura de independencia latinoamericano caribeña. Es como si México, Chile y Perú, mirando hacia el Oriente global (su propio y lejano Oeste), dieran la espalda a sus propios vecinos – en términos geográficos – y hermanos – en términos culturales e históricos-.
En Europa, el TTIP, junto a la extensión de la OTAN y la gobernanza filofinanciera de las instituciones centralistas europeas, pretenden completar lo iniciado durante la Guerra Fría: aislar a Rusia y sacar de su órbita a cualquier país europeo que pretenda beneficiarse de intercambios con ese país.
Como señalamos al comienzo, en términos mundiales, la idea es frenar la ampliación de la influencia comercial y de inversiones china, que tanto en África, como en América, Asia o Europa, amenaza con desplazar definitivamente la primacía económica de Estados Unidos y algunos países europeos.
La suerte aún no está echada
La buena noticia es que estas reglas, para entrar en vigencia, deben aún atravesar el filtro de su ratificación por parte de las asambleas legislativas en cada uno de los estados participantes. Y aún cuando se diga que, en general, muchas de ellas pudieran estar cooptadas por el mismo poder corporativo – lo cual es cierto – , esto supone una instancia en la que se tendrán que exponer los contenidos. Éste es ciertamente el momento de la resistencia justa de los movimientos populares y la ciudadanía para presionar en sentido contrario. Tal como en su momento, diez años atrás, los gobiernos de Argentina, Brasil y Venezuela fueron claves para derrotar al neocolonialismo del proyectado ALCA, hoy son los ciudadanos de los doce países involucrados (con la solidaridad de todos los demás que terminarán sufriendo la presión por contigüidad), los convocados a dar por tierra estos planes que nada tienen que ver con el bienestar de la gente ni con su evolución solidaria.
El futuro del Conocimiento
El párrafo de la Declaración del Buen Conocimiento citado al comienzo, culmina de la siguiente manera:
“El Buen conocimiento proclama la propiedad común y abierta sobre Ciencia, Tecnología y Saber, impulsa la colaboración y el trabajo conjunto para el bienestar de toda la Humanidad”.
Evidentemente, los impulsores del Centro Mundial de Estudios Humanistas, que militan junto a cientos de miles en todo el mundo contra esta agresión corporativa, saben de lo que hablan: de un futuro por el que hay que luchar, para que todos estemos mejor.
Para acceder a la declaración completa del Buen Conocimiento, cliquea aquí
Más sobre el TPP, en particular el capítulo sobre Propiedad Intelectual (en inglés), filtrado por Wikileaks, cliquea aquí