Según el Manual de Política Moderna de la Correct University de Tranquilandia esto que voy a hacer no se hace, pero no me importa. En primer lugar, seré autorreferencial y además meteré la cuchara en el trillado y espinoso asunto de que si el pueblo se equivoca o no. Hasta donde sé eso que se conoce como pueblo está compuesto por seres humanos, llamados electores para la ocasión. Entonces, falibles por definición. Y más si se cuentan de a muchos. Pero se lo sacraliza y ya se sabe que lo sagrado y quien escribe no se llevan bien.
Cuentan que mi abuelo Manuel encaneció en una sola noche, la noche en que murió un hijo suyo. Sucedió mucho antes de que yo naciera. Lo conocí así, con su pelo blanco y finito, hilos de nieve en ese hombre robusto y tierno. Anoche cuando me acosté a no dormir me acordé de ese episodio. No fue mi caso, mis hijos y mis nietos están bien, tristes y golpeados por dentro, pero con la rebeldía en pie. Soy yo el que se siente un reverendo tarado. Si no sonara soberbio diría que anoche me licencié en tarado cum laude.
¿Cómo no me di cuenta de que dos satélites celestes y blancos surcando el espacio no cuentan ante la telenovela de las 19? Sólo un tarado mayúsculo al que se le llenan los ojos de agua cada vez que las Abuelas recuperan un nieto puede creer que ese momento vale más que la cotización del dólar blue. Hay que ser un estúpido visceral para ilusionarse con cada universidad pública mientras la señora que almuerza en televisión sigue formateando los comedores argentinos.
¡Cómo no entendí que un viaje a Europa o al Caribe pesa millones de veces más que el reconocimiento a las trabajadoras del servicio doméstico! Este tarado que soy vio crecer la casa propia de mi hija y su familia y a las señoras y señores de la clase media mirar con recelo cómo los ladrillos se elevaban sin su permiso.
Tengo 69 años. 12 de ellos, los últimos, fui cursando la carrera de tarado. Casi el 20% de mi vida, no es poco. Fui un alumno optimista y desprendido. En esos años me jubilé y cobro la mínima. Trabajo en Radio Nacional y de la magra remuneración que recibo dejo casi la mitad en taxis y remises porque mi discapacidad motriz no me deja subir a colectivos. Es decir, soy lo más parecido a lo que mis colegas hegemónicos llaman un periodista militonto. O militaradotonto, si se me permite el trabalenguas.
Ganó el candidato que voté, pero el de los globos amarillos quedó mejor parado. Veremos, pero como soy un tarado coherente volveré a votar igual. Es que ratifico en mi soberbia taradez que no estamos aislados del mundo. Festejaron Merkel, el FMI, Rajoy, Cameron y el amigo Donald Trump. Ayer la preciosa Mar del Plata consagró a un nazi como alcalde. Ayer el ecuatoriano que le da letra a Macri ratificó su admiración por Hitler y le fue bien. Pero este tarado, el que anoche no pudo dormir y envejeció como nunca antes, es además de tarado tozudo.
En el muro de una ciudad, creo que Rosario, alguien pide que lo abracen hasta que vuelva Cristina. Paulina pide que la despierten en 2019. Yo necesito lo mismo que el rosarino, pero despierto. De puro tarado que soy.