«Me vienen a convidar a indefinirme,
me vienen a convidar a tanta mierda»
Silvio Rodríguez
Soy inconforme de nacimiento. Tal vez mi malformación articular congénita, más tanto libro leído y por leer, tanta poesía gelmaniana, tanto Saramago, tanto Cortázar, tanto galeanismo, tanto perfume de la revolución cubana, tantas amistades, tanto amor célico, tanto hijo e hija luminosos, tantos nietos al sol, tanto fracaso personal, tanta derrota colectiva y tanto Gramsci me fueron alimentando la insatisfacción optimista. No sé si se entiende. Quiero decir que a medida de que vamos subiendo la cuesta se me aparecen nuevos desafíos. Se nos aparecen, digo. Y así debe ser. Ningún conforme ayudó a cambiar la historia.
A esta altura del partido cuatro años se cotizan alto. Puede ser por un viaje importante o el reencuentro con alguien muy querido, un período presidencial o la partida final de un amigo (aunque tenga razón Marx por aquello de que la muerte es «esa revancha de la especie sobre el individuo»), pero cuatro años se convierten entonces en decisivos.
Y me acordé del cuento «Alí Babá y los 40 ladrones», que forma parte de «Las mil y una noches». Un clásico tan clásico que, adaptado a épocas de nuevas tecnologías, de guerras preventivas y pontífices americanos «de la vereda de acá», parece una alegoría escrita en la mesa de madera de un bar de Buenos Aires. Mientras tanto encuentro el concepto de «bancarrota moral» del que habla Ricardo Piglia en «Los diarios de Emilio Renzi» (Anagrama, 2015) y calza justo en el panorama de opciones para empezar a vivir el cuatrienio futuro.
Me vienen a convidar con las 19 vacunas obligatorias y gratuitas o a la cueva de Alí Babá y los 40 ladrones.
Me vienen a convidar con las 1.900 escuelas públicas nuevas o a la cueva de Alí Babá y los 40 ladrones.
Me vienen a convidar a darle la bienvenida a los científicos argentinos repatriados, ya más de mil, o a la cueva de Alí Babá y los 40 ladrones.
(Pequeña digresión antropohistórica: que uno de los administradores de la guita de Alí Babá, es decir uno de los 40, se apellide Macchiavelli se puede leer como una afrenta al gran Nicolás o como una ironía cósmica. Cósmica dije, no cómica).
Un exhumorista mendocino, un exdirigente peronista con apodo maderil, un actual abogado de asuntos electorales y Alí Babá y los 40 bla bla opinan que hay pueblos enteros que no están en condiciones vitales de saber elegir. Ellos creen, en verdad lo creen, que un bolsón de comida y un par de zapatillas vulneran la soberanía de las personas humildes. Ellos creen que los otros son como ellos, como Alí Babá y los 40 ladrones contratistas del Estado bobo.
Me vinieron a convidar un lugar en la plaza sin rejas, un espacio en los tribunales donde se juzga a los genocidas de uniforme, de sotana o de saco, corbata y guante blanco. Me dejé convidar agua del manantial que brotó del hueco que dejó el cuadro del infame, descolgado por las manos sabias del que nos dejó antes de tiempo.
Me vinieron a convidar 117 veces, por ahora, ciertas abuelas al reencuentro con los pañales blancos, la calesita de la plaza, las muñecas de trapo y la pelota de cuero del potrero. Y acepté ese convite como acepto los abrazos de mis amigos y los postres que preparan mis amigas cada vez que hay fiesta en los patios. A esa fiesta no fueron, no van y no irán jamás Alí Babá y los 40 «espantapájaros del yo».
Me sumo jubiloso y jubilado a las fechas de cobro, a las vacaciones, al trabajo solidario, a las abejas y sus mieles, al roce de las manos callosas de los obreros. Se me instala en la cara la sonrisa de la Tere, nuestra trabajadora doméstica, cuando se entera de que su paritaria la protege por primera vez en la historia argentina. A ella, que es peruana, connacional americana del sur.
Pero, como dije, no me alcanza, no nos alcanza. Todavía hay mujeres que no pueden decidir sobre su cuerpo, hay extorsiones internas, hay mucho garca sentado a la mesa de la fiesta, faltan guardaparques y guardabosques, hay demasiada mugre mineral y sobran terratenientes sojetes. Todavía hay pobres que matan a pobres por defender la sacrosanta propiedad privada de un celular imbécil,. Ayer nomás, en Ugarteche, Luján de Cuyo, Mendoza, la prédica mediática de la «tolerancia cero», de que esto es mío y sólo mío hizo encender el fuego asesino y calcinó la vida de un pibe de 16. Con la impunidad que los caracteriza, los incomunicadores de siempre se regodearon en el morbo de una falsa «justicia por mano propia». Cuando en verdad hubo antes años, decenas de años de tinta roja, micrófonos sucios y cámaras obscenas enseñando que el otro es el enemigo. También allí juega su juego Alí Babá.
Resumo para no aburrirte, resumo para seguir. Cuando me convidan a la vida, celebro y voy. Pero cuando Alí Babá y sus 40 me convidan con el veneno de sus balances mentirosos, con sus cirugías oxidadas, sus cuentas en guaridas externas, con sus joyas truchas y sus ostentaciones de plástico. Cuando de su cueva sale ese olor putrefacto, cuando sus excrementos emergen de los micrófonos, las cámaras y los muros virtuales. En fin, cuando la mierda de clase trabaja su fétida plegaria, ya sé qué hacer en octubre, mes de revoluciones amanecidas.