Por Annalisa Pensiero
Hay una tendencia bastante marcada y no sólo en Argentina, que muestra la heterogeneidad cultural por medio de diferentes expresiones artísticas o folklóricas. La reflexión sobre el concepto de cultura que propone esta mirada sugiere la idea de poner al mismo nivel lo culto y lo popular, suponiendo instalar una mirada más incluyente y no discriminatoria. Cultura es una ópera, o la música clásica, tanto como una chacarera, una murga o la danza del Tinku del noroeste argentino.
Mi propósito es mostrar otros elementos que hacen a la heterogeneidad cultural, con aportes desconocidos de los pueblos originarios y que superan ampliamente la dicotomía “culto o popular”.
Esto me parece muy importante porque seguir apoyando la heterogeneidad cultural en las diferentes expresiones artísticas es la vieja mirada externa de las culturas, que penosamente aleja del reconocimiento de los aspectos positivos y más significativos para activar un diálogo multicultural con sentido.
La profundidad de la heterogeneidad cultural es ignorada por los no indígenas y por el Estado. Quienes estamos interesados en el diálogo genuino entre las diferentes expresiones de la vida, insistimos en la dirección de saltar sobre los antagonismos para lograr una cultura nueva, humanista, plural y convergente, que incluya en su síntesis la ética indígena.
Pero ¿cuáles son los aspectos positivos de las cosmovisiones indígenas que complementarían el proceso emancipatorio argentino y latinoamericano? Esta nota es un intento de persuadir a acercarse, a conocer y a valorar lo que siempre estuvo al alcance pero que, como decía Rodolfo Kush, la fascinación por lo europeo ha impedido apreciar.
El antropólogo Carlos Martínez Sarasola en su libro “De manera sagrada y en celebración”, realiza una síntesis de los elementos que él reconoce comunes a las cosmovisiones indígenas americanas. Mencionaré algunos de ellos en el desarrollo que sigue.
La formalidad de los estados que se vieron obligados a ratificar convenios y declaraciones internacionales a favor de los indígenas, es algo muy diferente a la sensibilidad indígena del vínculo desde la interioridad con las otras personas, con todas las formas de vida y sus fuentes vitales de energía.
El individualismo y sus fetiches de la externalidad y del consumismo son creaciones culturales muy diferentes al ser en comunidad, en donde el individuo existe pero sabe bien que se constituye como humano gracias a los aportes de sus antepasados, su historia vive en él –es un ser histórico– se hace humano porque vive en relación al otro –es un ser social–, sin el otro pierde su connotación humana.
La experiencia de la totalidad que sintetiza y supera la dualidad existente, colabora perfectamente con el propósito de saltar sobre la división cartesiana entre cuerpo y alma, entre lo ideal y lo material, entre el pensar y el hacer, que tanto ha llevado a deshumanizar la vida.
¿Y la espiritualidad que tanto rechazo genera en los espíritus pragmáticos? ¿Qué es sino el silencio momentáneo de un yo prepotente, lleno de ruidos mentales y tensiones que impiden captar otras señales y expresiones de la vida?
Esas señales, buscadas en el diálogo agradecido con la Tierra y con los elementos de la vida –el río, los árboles, el sol–, despiertan la intuición de que la vida es mucho más que nacer, crecer, reproducirse y morir.
Los que hemos experimentado el cambio en el vínculo con el otro desde la conexión con el espacio interno, el centro de nosotros mismos, podemos dialogar con los indígenas, nos entendemos. Se siente esa energía, por eso no nos asombra en lo más mínimo si un indígena nos explica que va al bosque y se comunica con los árboles.
El cristianismo, con su religión dogmática, nunca ha educado a sus feligreses en el camino de la conexión con los espacios profundos de la mente, es decir con lo sagrado. Y aunque uno se defina ateo, esa forma de estar en el mundo le pertenece porque externo es el dogma cristiano, pero lo es también la visión materialista de la vida que niega toda interioridad al ser humano.
Por eso es incompresible el diálogo con todas las formas de vida, porque no se tiene ni la experiencia, ni la sospecha.
A los estados latinoamericanos que están intentando un cambio les está faltando el diálogo genuino con las raíces autóctonas. El estado-nación no es una creación cultural endógena, sino que ha sido implantada forzosamente y no queda claro todavía cómo y si llegará a convivir con la comunidad, construcción cultural genuinamente latinoamericana. Para los guaraníes, por ejemplo, esa comunidad es el Tekoa, el espacio físico, territorial, espiritual en donde se vive bien, tekopora.
Los indígenas están dando señales importantes. Hay comunidades concretas que están revitalizando los aspectos más progresivos de sus cosmovisiones, hay muchas comunidades que defienden la Tierra para protegerla de la contaminación, para que siga ofreciendo el alimento y evitar seguir entrampados en el perverso mecanismo de la explotación del capitalismo. Las culturas indígenas son el fruto de siglos de intentos y de búsquedas, es ingenuo decretar que no vale la pena incluirlas en el espiral ascendente de la historia.
En efecto la cosmovisión indígena empieza a participar de los conceptos y las teorías en las ciencias sociales y este es un paso importante y esperanzador a la hora de reflexionar sobre el pensamiento latinoamericano.
Este intento, que invita a la convergencia, ayuda a comprender que las culturas no son la simple respuesta refleja frente a los condicionamientos y determinismos externos, sino que son la expresión de la intencionalidad humana, es decir de la libertad de elegir las condiciones de vida y la necesidad de construirlas para lograr una vida coherente, plena y con sentido.
Este impulso vital, que pone a la vida humana y a todas las formas de vida como valores impostergables, es el que sintoniza hacia un futuro común a todas las expresiones de la diversidad.
Es en ese futuro que vive el proyecto común, aunque para los mapuches, por ejemplo, el futuro está en el pasado, en donde están custodiadas las mejores posibilidades de vida. Ese futuro de hecho filtra las mejores energías del pasado y configura la acción necesaria en el presente.
Este es el momento para construir un presente convergente entre todos los aportes culturales presentes en Latinoamérica.