Por Franz Chávez
Las manos de mujeres migrantes de zonas rurales cultivan verduras ecológicas en huertos instalados en los patios de sus humildes viviendas, en los alrededores de Sucre, la capital oficial de Bolivia, en una actividad que mejora la alimentación y los ingresos de sus familias.
“Los hombres se dedicaban a la albañilería y 78 por ciento de las mujeres no tenían empleo, no tenían oficio, lavaban ropa para otros o vendían en el mercado”, relató a IPS la secretaria de Desarrollo Productivo y Economía Plural del gobierno autónomo del departamento suroriental de Chuquisaca, Lucrecia Toloba.
Ataviada con sombrero de fieltro de ala ancha, cabello peinado en dos finas trenzas, pollera (falda étnica) corta y ropa ligera para el clima templado de los valles andinos, la quechua Toloba es una educadora que ahora administra en la región el Programa de Agricultura Urbana y Periurbana.
En su modesta oficina, explica que las mujeres son las protagonistas del programa, que les brinda el reconocimiento de sus familias y su comunidad, diversifica la dieta de sus hogares y les brinda autonomía económica, con la venta de sus hortalizas ecológicas en la ciudad, que se beneficia también de esta saludable y diversificada la oferta.
A cinco kilómetros de allí, en las afueras de la urbe, las mujeres de los barrios de 25 de Mayo y de Litoral, integrantes de la Asociación de Productores Urbanos de Sucre, reciben a IPS con una canasta de alimentos cultivados por ellas, entre los que destacan los colores de los tomates, los rábanos (Raphanus sativus) y las lechugas.
Un total de 83 barrios de la periferia de Sucre participan en el proyecto que tiene el apoyo de los gobiernos nacional y departamental y de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
La iniciativa tiene ya registradas a 680 socias describe el coordinador del Proyecto de Huertos Urbanos, el joven ingeniero agrónomo Guido Zambrana.
Una sopa de verduras cosechadas en sus patios, acompañada de tortillas (tortas chatas) a las que incorporaron a la harina varios vegetales, muestra durante el almuerzo la buena cocina que les proveen las carpas solares (huertos invernadero) distribuidas por la serranía de Sucre, a 2.760 metros sobre el nivel del mar y a 420 kilómetros al sur de La Paz, el centro político del país.
Además de cultivar, ellas aprendieron a mejorar su seguridad alimentaria familiar, refiere Tolaba. “Queremos llegar a la desnutrición cero”, dijo con seguridad.
En Sucre las temperaturas oscilan entre los 12 y 25 grados centígrados, pero bajo las carpas solares, construidas por las familias con apoyo de la gobernación, las temperaturas superan los 30 grados y eso facilita la horticultura.
En ocasiones, el calor golpea los termómetros instalados en cada huerto y obliga a abrir las ventanas de los invernaderos, con techos de una lámina transparente conocida como “agrofil” y paredes de adobe (bloques amasados con barro y paja), construidos con la orientación de la técnica agrónoma Mery Fernández.
Dos de las horticulturas periurbanas de Sucre, la capital oficial de Bolivia, muestran orgullosas una de las carpas solares, los huertos tipo invernadero que familias de 83 barrios de los suburbios de la ciudad han instalado en sus patios, como parte del nacional Programa de Agricultura Urbana y Periurbana. Crédito: Franz Chávez/IPS
Las acelgas y lechugas despliegan libres sus frescas hojas en la carpa solar de Celia Padilla, una mujer que dejó una comunidad indígena en el vecino departamento de Potosí y llegó a Sucre junto a su esposo en el año 2000, para instalarse en Bicentenario, una explanada dentro de la serranía que circunda a la ciudad.
El pasado año, Padilla, también quechua como la mayoría de las productoras de la asociación, se unió al proyecto con un huerto de solo ocho metros cuadrados, y ahora ya piensa en construir un huerto con carpa solar de 500 metros cuadrados.
Su compañero, un albañil con trabajos eventuales en la ciudad, ve con agrado la posibilidad de ampliar el espacio de cultivo, y juntos descubrieron que el huerto hogareño provee alimentos nutritivos al hogar y deja ganancias apreciables con la venta de verduras a los vecinos o en un mercado urbano.
Con el resultado de las ventas “compro leche y carne para los niños”, relató ella a Tierramérica mientras sostenía en sus manos unas acelgas de verde intenso.
El agua para el riego escasea, pero un programa de la gobernación ha donado tanques de recolección con 2.000 litros de capacidad, en los que se almacena el recurso recolectado durante la época de lluvia para distribuirse luego por goteo a los cultivos.
La oportunidad de una mejora alimentaria generó una amable disputa entre Alberta Limachi y su esposo, ambos migrantes del caserío de Puca Puca, a 64 kilómetros de Sucre.
Dueños de un terreno periurbano de 150 metros cuadrados, debían decidir entre instalar allí un huerto familiar o usarlo como garaje. Ganó Limachi, una de las lideresas de las productoras periurbanas, que desborda un entusiasmo que contagia a sus compañeras productoras.
“Nos organizamos como mujeres y ahora comemos con tranquilidad porque producimos sin químicos”, explicó a Tierramérica, después de convidar orgullosa un refresco de vainitas y una ensalada de hortalizas.
“Además, ya no pido plata (dinero) a mi esposo y no gastamos en verduras”, explicó satisfecha de ayudar al sustento económico de la familia. Su huerto es conocido en el barrio porque ofrece lechugas, acelgas, apio (Apium graveolens), cilantro y tomates, y sus vecinos tocan su puerta a diario para comprar sus productos.
Un comité conformado por asociaciones de agricultores y consumidores vigila la calidad ecológica de la producción y otorga la certificación de la calidad de los alimentos, explicó a Tierramérica el coordinador nacional del Programa de Agricultura Urbana y Periurbana, José Zuleta.
“Las señoras se encargan de sembrar sin fertilizantes, usan materias orgánicas que pueden volver a la tierra y hacen sostenible la producción, y ello fortalece su actividad”, dijo a Tierramérica el ingeniero agrónomo de la oficina de FAO en Sucre, Yusuke Kanae.
Oriundo de Japón, Kanae ha transmitido a las productoras conocimientos técnicos y prácticas simples como la conversión en improvisadas macetas de hortalizas de envases variopintos, que van desde un balón de fútbol hasta el embalaje plástico de un televisor.
“Aunque sean 20 bolivianos (algo menos de tres dólares), ayudan para comprar cuadernos y zapatos”, relató como ejemplo de la importancia del aporte de la mujer al hogar, en un proceso de ruptura de una dependencia que califica de “machista” y que además reencuentra a las productoras con su cultura originaria.
Kanae apoya también la introducción de las hortalizas orgánicas en la ciudad y ya motivó a los propietarios de Cóndor Café, un restaurante vegetariano, a comprar la producción con sello femenino. Allí, los comensales disfrutan de sustanciosos platos con las verduras de los huertos periurbanos, que combinan cocina japonesa y boliviana y cuestan solo tres dólares.
El responsable del restaurante, Roger Sotomayor, reafirmó a Tierramérica el interés de apoyar la iniciativa de los huertos familiares. “Queremos ir a favor del ambiente e incentivar la producción de verduras”, expresó, mientras destacó que la oferta es de alta calidad y su precio es 20 por ciento inferior a la de los cultivos convencionales.
Publicado originalmente por la red de diarios latinoamericanos de Tierramérica.