Lo primero que me aparece cuando busco la definición de la palabra «vacío» es: «Que no contiene nada». Y no me llena. La definición, digo. Porque si no contiene nada quiere decir que hay un continente sin contenido. Sí, ya sé, parezco Sztajnszraiber, pero sin libreto adecuado. Entonces sigo investigando y el asunto se me complica un poco más. O un mucho. A esta altura ni Darío (ni en curda vuelvo a escribir ese apellido endemoniado) me ayuda. Es que hay tantos vacíos que sus estudios pueden llenar varios estantes de mi biblioteca. El que quiero encontrar, sin embargo, no está. Pero existe, lo intuyo, casi lo sé. Veamos. Busquemos qué nos ofrece el mercado, diría Melconian.
El vacío al que se refiere la definición con que se inicia este textículo necesita un recipiente. Eso que llamé continente, pero no el geográfico. No, no me sirve para satisfacer mi curiosidad.
Si estamos en un lugar, abierto o cerrado, aludimos a la falta de individuos. Pueden ser humanos o animales. Una presentación artística y el teatro sin público. La jaula de los gorilas sin gorilas. Este último ejemplo es también, lo confieso, una expresión de deseos ideológica.
En el plano sentimental a veces se confunde con el desánimo. Cuando la mina te dejó por un rubio camel o, al revés, el vacío que siente ella si el tipo se chifló con las minifaldas de la vecina y las minifaldas ganaron por goleada.
Arrojar o arrojarse al vacío, se suele escuchar. Una piedra, en el mirador del Lago Traful. O el paso en falso ante el precipicio, imagen que me lleva a la pesadilla individual o colectiva.
Alguien filmó una película (digresión: me sublevan las comentaristas e istos que dicen peli, info, promo, pochoclera y demás mutilaciones del lenguaje) que se titula «El nido vacío» (Daniel Burman, 2008). Un matrimonio entra en crisis cuando sus dos hijos crecen y levantan vuelo. Se piantan de su hogar. Dicen que no estuvo mal. La película, claro. No la vi, pero los jóvenes hacen eso y está muy bien. A nosotros, a mi compañera y a este servidor, no les pasó. Es más, nos vino de perlas que desplieguen alas.
A un espacio que no contiene aire, que está hueco, también se lo encasilla como vacío, pobrecito. Él quiere que lo llenen, pero nadie se compadece.
La desesperanza, la depresión y el horizonte en contramano a veces te dejan vacío. Creo que los especialistas en estas situaciones le pusieron el mote de vacío existencial cuando, en realidad, quien lo padece no piensa más que en acabar con el vacío, con la existencia y el oscuro devenir. Pero, en fin, supongamos que después de las pastillas y el masaje al Eros del padeciente el tipo o la tipa salen del encierro tanático y aceptan que un buen asado con los amigos bien valió la pena tanta guita invertida y tantas horas en el diván.
Esa carne de vaca que está entre el costillar y el cuarto trasero, crocante, tierna y sabrosa, como lo preparan algunos expertos, es el mejor vacío que nuestra cultura culinaria le ofrece al mundo. Crepita en la parrilla de Guido, en la de Leandro o en la de Patico y cualquier pesar le da paso al brindis. Alguna vez el gran Juan Sasturain se explayó al respecto cuando le pidieron colaborar para un dossier cuyo tema era la carne. Claro que los solicitantes apuntaban para el lado del sexo y esas linduras, pero el Juan es así. Impredecible, creativo y maravilloso.
La Argentina que, ahora que lo pienso es como Juan, ha aportado a la cultura del mundo mucho más de lo que creemos. Ya se sabe, Borges, Gelman, Cortázar, Quino, el dulce de leche, la birome, el trágico concepto de desaparecidos y las inscripciones al frente y a la cola de camiones y ómnibus, por dar algunos pocos ejemplos. En estos días proselitistas mi país agrega a esa lista una nueva especie de vacío.
El vacío argentino mediático es un aporte de quien asume su condición de clase, pero con nada de clase. Entiéndase a la primera como colectivo social. Y a la segunda como estilo, modo de ser y convivir. Ahora que lo pienso, una y otra son complementarias, funcionales entre sí. Bien, la cuestión es que ese vacío argentino al que aludo nos llena los ojos y los oídos con burbujas de la nada, con frases evanescentes, con discursos retóricos. Que habrá pobreza cero, que juntos podemos, que los sueños, que nos merecemos vivir mejor, que todos somos buenos y tomamos la sopa, que mejor cambiemos, que vamos a hacer un millón de casas porque somos un millón de amigos de Roberto Carlos y de María Eugenia, que nadie nos va a perseguir por pensar, que podremos empapelar nuestro hogar con billetes verdes y colgar globos amarillos en la cuna de los bebés, que van a matar a los malos como en las películas de Hollywood, que la patria es el campo y la empresa privada es un orgasmo económico, que en los países serios la educación es de mejor calidad siempre que sobrevivas a la matanza semanal en sus aulas, que la Justicia debe ser independiente para que no se lleve puesto a los estafadores de lujo, pero no deje en paz al pibe adicto, que la amistad se cotiza en las buenas, aun con errores de carga.
Un vacío raro, con pus.