Por La Garganta Poderosa
Solemnes diarios de tirada nacional informaron que abandonó la Capital Federal sin atender al “periodismo independiente” y sin dar ningún extenso reportaje, pero se olvidaron de cierta gente sin traje que no andaba buscando entrevistas para roscas electoralistas, sino apenas otro encuentro, para seguir conversando puertas adentro sobre el futuro de los villeros, a salvo de los noticieros y abajo del atril, frente a los ojos obreros del Brasil. ¿Qué mirada tendrán? “Sigan resistiendo como lo están haciendo, porque estoy seguro de que vencerán”.
A espaldas de esa prensa amarilla que inventa, Lula festejó con la villa su cumpleaños 70, celebrando que «los goles de Diego y Messi no suman los de Pelé” y devorando una torta que estaba “más buena que el Che”. Pero viejo, ¿el Diez no ha sido un artista? “Mejor que eso, Maradona es un anarquista».
Sin ningún protocolo grandilocuente, así nomás, como si realmente fuera uno más, no hizo falta romper ninguna formalidad, para interpelar a las Fuerzas de Seguridad, porque ayer, como mañana y como ahora, no existe, ni existirá ninguna Policía Pacificadora: “Esa facilidad que tienen para golpear a los pobres sin frenos, no parecieran tenerla cuando los ricos invaden terrenos”.
A las sombras de majestuosos rascacielos elitistas, costosos suelos paulistas también fueron ilegalmente alterados para la construcción de barrios privados, donde perfectamente cabe la hipocresía, “pero todavía no entra la Policía”. Y entonces hay que poner el pecho, sin grises, ni matices: “Para conquistar el pleno derecho, debemos respetar a los pobres de nuestros países”. Pues crecimos así, desenmascarando pergaminos falsos y desandando caminos descalzos, al igual que los desandaba él. “No por nada coincidimos en el amor a Fidel”, tal como coincidimos en tantos otros gritos y en seguir bancando a Carlitos, como jugador, como ser humano y “especialmente, como goleador corinthiano”…
Cuando sólo faltaba la foto para terminar, salió el sol por completo, pero el tipo no quiso gritar hasta que cantamos un gol de Bebeto, para quebrar el silencio y borrar las fronteras del mapa: “Yo soy de San Lorenzo, porque es el equipo del Papa”. Ni el ex presidente, ni el gran dirigente, ni el santo del calendario litúrgico: grita el operario metalúrgico, que nunca lee Clarín, porque prefiere otra cosa. ¿Qué cosa? “¡La Garganta Poderosa!”.