Algunos apuntes a la vuelta de la cobertura de eldiario.es en Hungría sobre la crisis de refugiados.

Análisis de Olga Rodríguez para Desalambre

1.- Desde este martes los refugiados que crucen la frontera se enfrentan a penas de 3 años de cárcel y de 5 años si al cruzarla dañan la valla: con ello se lanza el mensaje de que la valla importa más que las personas. Con la entrada en vigor de esta ley se pasa a una segunda fase, más oscura, más peligrosa.

2.- Hungría no es un actor aislado. Más bien hace parte del trabajo sucio de la Unión Europea: ahora cierra por completo la valla con concertinas -de fabricación española- levantada en la frontera con Serbia, y en las semanas de atrás ha estado controlando los tiempos de los desplazamientos de los refugiados para retrasar su llegada a Austria, reteniéndolos en los campamentos.

3.- La toma de la huella digital causa terror entre los refugiados, y por eso muchos intentan huir del punto de recepción de Roeszke. Temen que ese registro les impida pedir asilo en otro país que no sea Hungría, o que incluso el gobierno húngaro decida deportar a los registrados. De hecho las autoridades ya han advertido de que enviarán de vuelta a Serbia a quienes no reciban el estatus de refugiado.

4.- Las patadas de la periodista Petra Lazslo a los refugiados no son una anécdota aislada, sino más bien un síntoma en un clima de agitación de la xenofobia en Hungría. Es significativo que Petra llevara una mascarilla cuando no iba a estar expuesta a riesgos sanitarios.

Frente a la solidaridad de miles de ciudadanos que llevan mantas y comida a los refugiados -y a la presencia de ong’s como Médicos sin Fronteras- hay un discurso que cala hondo en amplios sectores de la población, con un primer ministro que ha dicho que peligra la condición mayoritaria del cristianismo en Europa y que considera prioritaria la defensa de la etnia magiar que prima en Hungría. En la misma línea,  el obispo húngaro Lazslo Kiss Rigo, contradiciendo al Papa, cree que “no son refugiados, esto es una invasión”.

5.- Ese clima de rechazo a los refugiados es evidente en el área fronteriza con Serbia. En Roezske, a solo tres kilómetros de la frontera, y junto a uno de los campos donde solo se ofrece una comida al día -pan con una loncha de queso-, la mayoría de los vehículos pasan de largo sin detenerse a ayudar a las familias que intentan llegar a Budapest. No faltan escenas de hostilidad: en algunos de los restaurantes situados en la carretera no permiten la entrada de los refugiados.

6.- El primer ministro húngaro Víktor Orbán, a quien ahora se presenta como el malo de la película, es integrante del  Partido Popular Europeo y fue además vicepresidente del mismo. Por lo tanto los miembros del PPE deberían exigirle de inmediato un cambio de actitud o expulsarle.

Orbán es responsable de que los refugiados no tengan ningún tipo de ayuda oficial por parte de las autoridades húngaras: no les ofrece más que vigilancia policial y arrestos. Además está aprovechando este drama humanitario para escenificar una competición pública con Austria, exacerbando el nacionalismo contra el país vecino.

Familias de refugiados en condiciones de insalubridad en Roeszke, de donde algunas intentan escapar para evitar ser registradas / Olga Rodríguez

Familias de refugiados en condiciones de insalubridad en Roeszke, de donde algunas intentan escapar para evitar ser registradas / Olga Rodríguez

7.- Con la entrada en vigor de la ley que prevé encarcelar a todos los que crucen a Hungría sin papeles, ¿cuántos grupos de refugiados habrá retenidos vagando de un campo a otro o de un país a otro, atrapados entre las fronteras de la insolidaridad? ¿Durante cuánto tiempo estarán arrestados? ¿Cómo va a reaccionar la UE ante esta ley?

8.- Angela Merkel se ha erigido como mandataria solidaria que asume la acogida de cientos de miles de refugiados. Más allá de la frialdad de una cifra, que recuerda  ese spot de CEAR en el que las personas no “compradas” en una subasta se ahogarán en el mar, lo cierto es que hay que preguntarse por qué Alemania -y el resto de la UE- no facilitan la petición de asilo en los países de origen -o en Turquía- para evitar así a los refugiados el riesgo de morir en el mar o de terminar atrapados en un campo húngaro.

Es una pregunta que nos hemos encontrado en boca de muchos de los que llegan a Hungría: “Si tan solidarios dicen ser, ¿por qué no tenemos más opción que la de cruzar clandestinamente el Mediterráneo, exponiéndonos a la muerte?”

9.- El pasado lunes un sirio, residente desde hace tres años en Holanda, nos explicaba que estaba buscando a su cuñada y sus tres sobrinos, procedentes de Siria. A las puertas del campo de refugiados de Roeszke, en Hungría, el hombre rogaba a los policías que le dijeran si sus familiares se encontraban dentro. Los agentes le contestaron a gritos y nos exigieron que nos fuéramos.

Horas antes allí mismo cientos de refugiados dormían a la intemperie, pasando frío, sin más ayuda que la de cinco ciudadanos que llegaron cargados de comida y buena voluntad. Ante escenas así es difícil no acordarse de otras oscuras épocas históricas.

10.- Estamos solo ante el primer capítulo del drama de los refugiados en Europa. Hubo otros capítulos anteriores, en Líbano, en Jordania, en Turquía, pero importaron bien poco a nuestros gobiernos, porque los refugiados seguían estando lejos. La segunda fase de esta historia corre el riesgo de convertirse en una distopía mayor.

En el peor de los escenarios el gobierno húngaro seguirá ejerciendo su papel de poli malo, habrá voces que exijan el cierre temporal del espacio de Schengen, es posible que el fascismo agite su bandera aprovechando el paso de los refugiados y muchos gobiernos querrán aprovechar las circunstancias para justificar nuevas medidas de represión alentado el miedo a «la amenaza terrorista». Se insistirá en la diferencia entre refugiados e inmigrantes para despojar a estos últimos de cualquier derecho.

11.- Si los refugiados se llamaran Helen o James ya habría algún guionista en Hollywood preparando una película. Pero las epopeyas que están viviendo sirios, iraquíes o afganos llevan por nombre Mohamed, Leila, Rim o Ahmed, entre tantos otros.

La misma sensación que provocan las guerras se repite ahora en plena Unión Europea: la vida de miles de personas depende de pequeñas decisiones o actos. Tomar un camino u otro puede cambiar su futuro. Sentarse en el punto de retención más o menos lejos de los maizales -única vía de escape- puede condicionar el resto de su vida. Y eso, de por sí, ya produce escalofríos.

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