Por Javier Zorrilla Eguren – Centro de Estudios Humanistas Nueva Civilización
En la historia del pensamiento humano, la palabra “espíritu” ha sido difícil de apresar en un significado preciso y, más aun, en una experiencia o registro sensorial concreto. No obstante, presenta varias acepciones interesantes. Puede significar “aliento”, “respiración” y “aquello que es capaz de trascender a la muerte”. Se emparenta etimológicamente con “inspiración”. Se acerca a “fuego”, “deidad” y “estado de gracia” en la religión. Evoca a “sustancia”, a lo que permanece detrás de la variabilidad en filosofía. En el lenguaje común significa “unión y mística”, como cuando se apela al “espíritu de equipo” o al “espíritu nacional” aludiendo a aquello que nos une, identifica y motiva, sin perder la riqueza de la diversidad humana.
Una forma conocida, cotidiana y maravillosa en la que el espíritu humanista se manifiesta es la amistad, una experiencia por demás libertaria, no violenta y solidaria. Es así que al amigo no se le obliga, ni se le fuerza, antes bien se le ayuda. Y si se equivoca, se le comprende, no se le condena. Un buen amigo actúa de buena fe, en un contexto de confianza. Los amigos están prestos a reconciliarse. Siguiendo la huella de la amistad podemos elegir entre ser amigo (o enemigo) de uno mismo, de la naturaleza, de otros seres humanos y del mundo en general.
El estado de amistad se quiebra cuando ejercemos violencia. Para recuperarlo es necesario aprender a superar el odio o la ambición propios del ego resentido, vengativo, prepotente y avasallador. En el acto violento – sea físico, económico, político, ideológico, racial, psicológico o sexual- impongo por la fuerza una intención. Miro al otro como un medio para satisfacer mi deseo o alcanzar mi objetivo. Si busco riqueza, exploto; si busco placer sexual, violo; si busco dominar, someto; si busco excluir, discrimino; si busco vengarme, perjudico o aniquilo.
Sabiendo cómo la violencia se genera es posible transformarla por medio de acciones que dejan vivencias de paz y de unidad. El acto de paz reconoce el derecho común a ser libre y feliz, superando las condiciones de violencia que generan sufrimiento. En los actos de paz se dialoga, se comparte, se cumple lo acordado y se abre nuevamente el futuro, superando el conflicto entre personas, grupos o naciones.
El Nuevo Humanismo estudia los procesos de violencia en la conciencia y en el mundo. ¿Para qué? Para entenderlos y poder actuar en una dirección distinta, amigable, evolutiva, humanizadora. Comprender la violencia contra uno mismo, contra otro y contra el medio ambiente lleva a reflexionar sobre la propia vida en relación con la circunstancia y el momento histórico que nos toca vivir. No podría ser de otra manera, porque es del medio social que uno recibe las principales influencias para afirmar un camino de violencia o de paz.
Todos sabemos de la crisis brutal que asola al planeta y de esa pobreza atávica que todavía no logramos superar. Padecemos la pérdida de valores, de orientación y de rumbo. Nos indigna y desafía la enorme concentración de poder del antihumanismo. Nos repugnan los fanatismos de todo tipo, incluido el del dinero. Intentamos superar el estrés, la inseguridad, el consumismo y el sinsentido. Bregamos por salvar esa naturaleza que no puede aguantar mucho más la violencia que se ejerce contra ella, depredando los recursos y contaminando el aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que comemos.
No enturbiaremos esta reflexión señalando a los responsables del desastre. Mucha gente ya los ha identificado y la semilla de una nueva conciencia social emerge en el planeta como hermosa posibilidad. Es una conciencia que valora la diversidad humana. Que siente en la crisis una oportunidad para aprender del fracaso y fijar el nuevo rumbo. En fin, una conciencia que constantemente se supera a sí misma y se abre al espíritu humanista para meditar nuevamente bajo la sombra fresca del árbol de la vida y de la amistad.
Un amigo muy querido y sabio – el mismo que dio nacimiento a la corriente de pensamiento y acción llamada Nuevo Humanismo – dijo premonitoriamente hace ya casi medio siglo, el 4 de mayo de 1969, cerca del Aconcagua: “¡Este mundo está por estallar y no hay forma de acabar con la violencia! No hay política que pueda solucionar este afán de violencia enloquecido. No hay partido ni movimiento en el planeta que pueda acabar con la violencia. No hay falsas salidas para la violencia en el mundo”. Y también propuso la solución cuando dijo: “Únicamente puedes acabar con la violencia en ti, en los demás y en el mundo que te rodea, por la fe interna y la meditación interna”, porque “la real sabiduría está en el fondo de tu conciencia, así como el amor verdadero está en el fondo de tu corazón”.[1]
De ahí el llamado a todos los que sientan la importancia de superar la violencia con la práctica de la meditación profunda, de la reflexión metódica, de la comunicación sincera, de la acción válida, de la no violencia activa, de la recuperación definitiva del espíritu humanista. Para eso nos reunimos, para forjarlo a punta de coherencia. Para aprender a amar en un nuevo estado de conciencia. Para inspirarnos, proyectar y ejecutar esa acción personal y colectiva no violenta que transforma el mundo interno y externo, humanizando el momento histórico que nos toca vivir.
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[1] La curación del sufrimiento, en Habla Silo: Virtual Ediciones, Santiago de Chile, 1996.