Para enfocar el problema de la delincuencia desatada, no basta con grititos histéricos, ni cacerolas, tampoco declaraciones vacuas y vagas por parte del Ministro del Interior. Menos aún basta con la cínica y por cierto “seria opinión”, de esos personeros de la derecha radical, que piden mano dura.
Se trata de los mismos que ejercitaron a discreción y exceso la violencia sin freno, para apropiarse de todo lo que pudieron, en uno de los más colosales robos a mano armada de los que tiene memoria nuestro país. Así construyeron ellos un sistema que cabalga sobre las espaldas de una crueldad abismal y que mantiene en una marginalidad inaceptable a grandes poblaciones en todo nuestro país.
Tanto la Nueva Mayoría como la derecha son culpables de esta violencia sin freno, porque en los jóvenes que delinquen, vemos día a día, una síntesis de lo que ellos mismos han producido. Esos jóvenes que vemos en TV, esposados y degradados en su condición humana, hasta considerarlos “animales”, son hijos de la injusticia, del abandono y de la violencia institucional que se mantiene a través de una Constitución indigna, porque está hecha para el goce y mantención de un poder político y financiero, grotesco en su evidencia y desvergonzado en su propósito, muy alejado de devolver a Chile lo que se robaron, sino de conservarlo a como dé lugar.
La televisión muestra poblaciones humildes y hacinadas hasta el extremo. Desde allí vienen niños de 14 años en un Mazda a 200 km. por hora en una persecución policial, guerras de pandillas, de narcos o de pasiones familiares que terminan en balaceras. Todo esto mostrado hasta el cansancio en noticieros y programas prime como motivo de temor y de entretención. Así, con un vaso de pisco sour en la mano, se comenta lo “peligroso que se ha vuelto el país” al tiempo que se pide mayor protección y más represión.
Tal vez cuando exista un poco de honestidad, podríamos terminar con la delincuencia de arriba y la delincuencia de abajo. Pero no harán nada de eso, porque el signo que marca nuestra institucionalidad, nuestras leyes, nuestra convivencia, es justamente el mantenimiento de este estado de cosas, para conveniencia de los mismos que se escandalizan de lo que sucede.
Desde esas poblaciones, parten las mujeres a las 5 de la mañana, para atender en casas de otros, a los que les sobra todo aquello que a su misma familia le falta. Las hijas y los hijos, quedan librados a nada, porque también la educación la convirtieron en un negocio arrancando a lo público su razón más necesaria. Es el territorio de los embarazos no previstos, el campo fértil para para la drogadicción y el alcoholismo, porque representan una salida, una momentánea fuga, ante tanta postergación. Allí, gota a gota de amargura, de nadidad, de ausencia de futuro, se asienta la base de la delincuencia dura.
En su versión opuesta otros jóvenes, con educación personalizada, no están parados en una oscura esquina. Son los hijos de la gente bien, de los hombres probos y de los hombres poderosos, que entre cócteles conversan y calculan las leyes laborales, a fin de evitar por ejemplo, que los trabajadores se unan para reclamar lo que les pertenece. Desde allí surgen artificiosas estructuras para pagar lo menos que se pueda y organizarse para que ello sea posible. La reciprocidad en la organización, no existe porque ellos son los dueños.
En este otro mundo, de calles amplias y parques, se conversa sobre la generación de créditos bien respaldados por las AFPs con el dinero de todos, para prestárselos a los mismos trabajadores que lo han generado, en cómodas cuotas mensuales a muy buenos intereses. Así, la ley del más fuerte muta desde la violencia económica de los sectores que detentan el poder, hacia la violencia física por parte de aquéllos que con lo único que cuentan es con lo que puedan sustraer desde la carencia absoluta de derechos y de equilibrio social. Al fin, se trata de los que sobran, de los condenados cuyo único destino es ser esclavos o ir la cárcel.
En medio de todo esto, de los hechos conocidos, hay una rabia sorda que se ha incubado lentamente en el corazón de nuestro país y que terminó por desbordar todo límite. Tal cosa, no la podrán detener con más cárceles ni más vigilancia, el problema es otro. La lógica es descarnada y tan dura como un acero: “¿Si no ha hay respeto por nuestra vida, por qué habríamos de tenerla con la de ellos?”, para mayor desfortunio este raciocinio se trata de una ecuación malvada porque va y viene desde arriba y desde abajo.
En este extraño y feroz paisaje en que nos encontramos atrapados, la corrupción política y financiera se muestra en los noticiarios como si se tratara de “cosas que les pasan a ellos”, omitiendo de paso que la delincuencia de tales actos, son violentamente masivos, porque asfixian a las poblaciones y amplía aún más lo que posterga, lo que separa, lo que excluye. Así el sistema no está en condiciones de resolver la cuestión, porque ese error es intrínseco a su naturaleza. Su misma forma, no puede conducir a una convivencia socialmente equilibrada, porque el desequilibrio estructural es lo que lo sustenta.
La derecha dura instaló condiciones nefastas para nuestra convivencia que luego fueron mantenidas y avaladas por la Concertación (hoy Nueva Mayoría). Ellos son los responsables, su ineptitud para ver lo humano por sobre el poder y el dinero nos ha traído hasta aquí.
Tal vez cuando exista un poco de honestidad, podríamos terminar con la delincuencia de arriba y la delincuencia de abajo. Pero no harán nada de eso, porque el signo que marca nuestra institucionalidad, nuestras leyes, nuestra convivencia, es justamente el mantenimiento de este estado de cosas, para conveniencia de los mismos que se escandalizan de lo que sucede. No se está en situación de comprender que las convicciones, lo político y lo moral colapsaron y no podrán tener solución hasta que no se entienda que todo está falseado
La nuestra es una época cruel y sin bondad. Se ha posado en nuestras ciudades una sombra de dolor y sufrimiento, de vacío y sin sentido. Mientras no vayamos a la raíz del problema, todo es y seguirá siendo una colosal mentira.