Compartimos con los lectores de Pressenza la charla presentada ayer, en el marco del Conversatorio Medios Populares construyendo la Patria Grande, organizado por el Foro Comunicación para la Integración de Nuestra América, realizado el día martes 21 de julio en la sede de CIESPAL en QuitoEcuador, como antesala al congreso Comunicación e Integración Latinoamericana Desde y Hacia el Sur.
Agradecemos la posibilidad de exponer algunas ideas referidas al tema que nos convoca: la necesidad de articular la tarea de la comunicación con el objetivo de afianzar y profundizar la integración de Latinoamérica y el Caribe.
Ante todo, ¿qué significado tiene la integración que se menciona como objetivo del esfuerzo articulado de comunicación que estamos llevando adelante? ¿Cuáles son las partes que allí se integran? ¿Los estados, los pueblos, las naciones? Estas preguntas no son ociosas, ya que hacen al sentido esencial de la unidad deseada.
Es preciso no confundir los términos Estado y Nación, y mucho menos, fundirlos en un mismo concepto. Las naciones existen más allá de una jurisdicción territorial o de gobierno, así como también va creciendo el reconocimiento de que los Estados albergan y están conformados por una pluralidad de nacionalidades. Profundicemos brevemente en las dinámicas históricas: en cuanto al Estado, éste surge en su formato actual como forma superadora del despótico poder monárquico, consolidándose luego sin embargo como un instrumento de la ascendiente burguesía europea. De esta manera, aquellos ideales de libertad, igualdad y fraternidad quedarían eclipsados en la práctica por el derecho a la propiedad individual. Algo similar ocurriría en la América ocupada, donde la descendencia colonial y los criollos acomodados manejarían los nuevos estados emancipados según sus propias apetencias.
Tanto allí como aquí, la iglesia colonialista mantendría gran parte de su influencia, tanto allí como aquí, los esclavos, las mujeres, las naciones originarias, los habitantes del campo y los campesinos ahora devenidos obreros, continuarían siendo vejados y oprimidos. Recién entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, las luchas reivindicativas lograrían abolir la esclavitud, elevar (en algo) la condición femenina y generar cada vez mayores derechos para el ciudadano común. Sin embargo, con el avance del imperialismo voraz, muchas cúpulas se ofrecerían a entregar el esfuerzo común y el avance acumulado a cambio de mantener su mezquina posición dominante. Traición y propaganda convertían así al Estado en un aparato al servicio del negocio de poderes extranjeros, que a su vez mutaban desde sus capacidades industrialistas y comerciales hacia una cruel e improductiva manipulación financiera.
En tiempos recientes, y en la huella de algunos esfuerzos previos – parcialmente barridos entonces por los intereses del gran capital y las lógicas destructivas de un mundo bipolar – emergerían en nuestra región nuevas fuerzas políticas alentando la recuperación del Estado como hogar de derechos humanos. Estas fuerzas encarnarían en gobernantes de reconocida decencia y con una gran capacidad de docencia hacia sus poblaciones. En la vorágine de un mundo cada vez más conectado, ante el embate de una globalización “del más fuerte”, varios pueblos latinoamericanos encontrarían en esos dirigentes los mejores representantes para contraponer un proyecto de Estado a la vez fuerte y compasivo junto a la propuesta de forjar estructuras de cooperación interestatal que pudieran ayudar a promover el interés de los habitantes de estos territorios.
Yendo ahora al concepto de “naciones”, éstas se definen, citando al pensador latinoamericano Silo: “por el reconocimiento mutuo que establecen entre sí las personas que se identifican con similares valores y que aspiran a un futuro común.” “Una nación – continúa el pensador- puede formarse hoy, puede crecer hacia el futuro o fracasar mañana y puede incorporar a otros conjuntos a su proyecto”. He aquí que, en este sentido proyectivo, los pueblos latinoamericanos y caribeños nos vamos encontrando hacia un futuro común. Es decir, la base de nuestra unión no está constituida esencialmente por antiguos legados o quiméricos paisajes pasados, sino por la posibilidad de reconocernos hermanos en un proyecto común hacia el futuro. La integración deviene así en un espacio de convergencia intencional querido.
De este modo no solo pueden confluir tradiciones culturales diversas, distintas lenguas, modos de ver el mundo, distintas espiritualidades y creencias, sino que también, de esta mezcla novedosa pueden emerger creativamente nuevos usos y visiones compartidas.
Así es que nuestro proyecto de integración requiere no sólo de instancias institucionales interestatales que resistan efectivamente el permanente intento de dominación del poder establecido, ya sea vernáculo o foráneo, sino también y sobre todo, de una consciente y activa voluntad de los pueblos para ir al encuentro de otros conjuntos y otras realidades, para ir más allá de sus propias fronteras geográficas, culturales y mentales.
Desde esta perspectiva, es necesario despertar sueños, vocaciones, sentimientos de hermandad, es imprescindible mostrar que los cambios no sólo son deseables y necesarios, sino sobre todo posibles, pero que se requiere sino de todos, al menos de muchos.
Allí surge la imperiosa necesidad de comunicar, apelando a la subjetividad de cada uno para disponerse a dicho cambio y a la articulación organizada de los conjuntos humanos que vehiculizan y mejoran toda capacidad individual.
El proyecto integrador tiene un único sentido posible y es el de la solidaridad, la paz irrestricta y la ampliación de horizontes para cada ser humano habitante de estos suelos. Sin este signo, las alianzas son instrumentos de opresión. ¿Quién querría esos Supraestados monstruosos e insensibles, cada vez más alejados de la gente misma y alejando cada vez más a la gente de las decisiones?
Haciendo uso de conceptos vertidos por los sociólogos brasileños Andrea Bruckmann y Theotonio Dos Santos, es evidente que el proyecto de integración al que aspiramos se incluye en términos más generales “en un movimiento cada vez más amplio a nivel mundial que afirma la necesidad de una alianza estratégica entre los países del Sur para promover nuevas formas de convivencia planetaria, basadas en el respeto mutuo, la tolerancia como principio fundamental, la diversidad cultural y civilizatoria como posibilidad de enriquecimiento y no de exclusión y la cooperación Sur-Sur basada en el principio de los beneficios compartidos”. Representa también una transformación de paradigmas, dejando atrás el choque de civilizaciones para ir a la colaboración de civilizaciones; significa pasar de la violencia de la imposición de un imperialismo globalizador a la no violencia del encuentro fraterno y mundializador entre culturas y pueblos.
El proyecto integrador cobra sentido y permanencia cuando se unen las naciones y cuando los Estados y sus gobiernos son voceros e intérpretes institucionales de esa unidad. El proyecto integrador en Latinoamérica y el Caribe es la respuesta evolutiva a la desintegración insensible de la globalización. Es la señal de vanguardia que, por su lazo fraterno y humano, tiende a proyectarse como faro más allá de la propia región. Es la oportunidad de afirmar un nuevo horizonte valórico digno de los seres humanos, que convoque a transformar el actual atraso en las estructuras sociales y de ideación que ya no se corresponden con las necesidades evolutivas de nuestro especie. El proyecto integrador pone de manifiesto también la responsabilidad de solucionar las rencillas entre pueblos de la región, comprendiendo cómo éstas han sido generadas por poderes extraterritoriales para expoliar y dividir.
Al mismo tiempo, este proyecto integrador tendrá por característica abordar la efectiva superación de conflictos que hoy son deliberadamente escondidos o minimizados por el statu quo, pero que están a la base de la inequidad de oportunidades, como lo son la ilegítima apropiación de la tierra y de los saberes y conocimientos colectivos, la mercantilización de servicios básicos, la situación inaceptable de hambre y miseria que aún padecen millones de seres humanos, la depredación irracional de los recursos medioambientales, la indebida manipulación de la información por parte de las corporaciones mediáticas, el peligro que representan la guerra y la subversión de la democracia fomentada por la injerencia extranjera golpista, pero también las tendencias internas al aumento del armamentismo y la militarización social, las discriminaciones que aún subyacen en nuestra propia conciencia, la vacua propensión al consumo desenfrenado como fuente de sentido vital y tantos otros temas que necesitaremos descubrir como conjunto.
¿Cómo propagar este proyecto? ¿Cómo convocar a cada vez más colectivos y conjuntos a fluir en este cauce transformador? Esa es nuestra tarea.
Así como pensamos la integración en términos de articulación y confluencia, así como añoramos que los pueblos converjan en direcciones comunes, la comunicación del proyecto de integración debe ser también coherente con esos postulados. De este modo, cada organización, cada medio, cada red, cada comunicador podrá colaborar con el proyecto, si va más allá de su interés particular e inmediato, mucho más allá.
No se trata de abandonar identidades, sino de incluirlas en un proyecto mayor. No se trata de uniformar nada, se trata de multiplicar formatos y modos de comunicar, apoyándose en la imagen de esta misión central, convocante y vinculante. No se trata de monopolizar nada, sino de rebatir los monopolios. No se trata de un proyecto chauvinista, resentido, reactivo, sino de construir realidades propias y conjuntas, propositivas y creativas y de amar esas realidades que se construyen junto a otros.
Se trata de compartir con los demás comunicadores, pero también con artistas, deportistas, literatos, músicos, referentes de la ciencia y del espíritu y otros tantos actores sociales para que también sumen a esta tarea. Se trata de convocar a nuestros ciento sesenta millones de jóvenes – que ya cuentan con la ventaja de haber nacido en un paisaje transfronterizo – a desdibujar definitivamente los límites de las viejas pizarras y proponerles convertir la genuina integración latinoamericano-caribeña en parte de su proyecto generacional. Se trata de ofrecer las mejores habilidades de cada quien, sus mejores virtudes al servicio de esta causa noble. Se trata de elaborar estrategias diversas con la participación activa de movimientos, academia, gobiernos para dejar atrás viejos enconos y descubrir nuevos encuentros.
Sobre todo, se trata de dar espacio pleno a la gente misma, para que pueda labrar su propia existencia en base a sus propias necesidades y aspiraciones y no basados en deseos manipulados por otras agendas. Se trata, como decíamos al principio, de buscarnos y encontrarnos para articular la comunicación del gran proyecto de integrarnos como pueblos y personas que aspiran a un futuro pleno de humanidad para todos.