“Ada Colau era hasta ahora un personaje folclórico”. Son las palabras que el presidente del Banc Sabadell Jose Oliu dedicó a la nueva alcaldesa de Barcelona, una vez conocidos los resultados electorales. No son las únicas muestras de inquietud entre el sector empresarial. El mismo Xavier Trias, cuando aún era alcalde en funciones, reconoció que los “poderes económicos” le habían presionado para conseguir un pacto que lo aupara como alcalde.
Para la élite económica catalana, según declararon a algunos medios, “no se trata de interferir, sino de ayudar al entendimiento entre las distintas fuerzas para que se consolide la mejor opción para asegurar la salida de la crisis en la capital catalana”. Aquí reside el quid de la cuestión, pues la salida a la crisis que plantea Barcelona en Comú está en las antípodas de la del establishment, donde se incluye Convergència i Unió. O se da una salida a la crisis favorable a los de abajo o a los de arriba, ambas, como se ha visto, son incompatibles.
Igual patrón se siguió en Madrid con el llamado a realizar pactos “antiPodemos”, a propuesta de Esperanza Aguirre, a quien le ha resultado inconcebible perder la alcaldía de Madrid. Un grito desesperado a formar gobiernos de concentración contra, los que algunos han llamado, “extremistas” y “radicales. Una propuesta con poco recorrido más allá del Partido Popular. Y es que los que siempre ganan no se acaban de creer que han perdido. Del mismo modo, que los que siempre perdemos no estamos acostumbrados a ganar.
Intempestivos
Lo que ha sucedido este sábado, con la constitución pública de los ayuntamientos, ha tenido escenas inimaginables ya no años atrás sino hasta hace pocas semanas. Las lealtades, así como el miedo, han cambiado de bando. “Los jefes son los ciudadanos” en el ayuntamiento de A Coruña, mirada puesta en una auditoria ciudadana en Cádiz, “gobernar escuchando” en Madrid, puertas abiertas en el consistorio de Valencia y “echadnos a la calle si no cumplimos” en Barcelona. Las cosas están cambiando.
La calle, en está ocasión, ha sido también protagonista. No solo las instituciones se han llenado para la celebración de las correspondientes investiduras, sino las plazas, como antaño en 2011, se han convertido en una auténtica fiesta. Lo hemos visto en Zaragoza, Madrid, Valencia, Barcelona, A Coruña, Badalona… donde soplan vientos de ruptura. ¿Quién decía que la política no interesaba? Los “outsiders” de lo institucional han llegado a los ayuntamientos intempestivamente. Ya lo decía el filósofo francés Daniel Bensaïd: “La revolución llega cuando menos se la espera, la puntualidad no es su fuerte”. Tomemos nota.
Apoyo popular
Antes, sin embargo, hemos oído el aullido del miedo. Previamente a la contienda electoral, cuando algunos acusaban a Manuela Carmena de tener “sintonía” con ETA o intentaban incluso vincular, ni que fuese indirectamente, a Ada Colau con Bin Laden. Vivir para ver y escuchar. Si esto sucedía antes del 24 de mayo, me pregunto: ¿Qué va a suceder después? Como ya hemos visto en otras latitudes, los que siempre han mandado no se rinden fácilmente cuando ven cuestionados su poder y sus privilegios.
Voces de alarma se han levantado cuando se ha dicho que se pararían los desahucios, se remunicipializarían los servicios públicos, se auditarían los contratos con las grandes empresas o se han cuestionado subvenciones astronómicas a grandes eventos como la Fórmula1 en Barcelona. De aquí que algunos prefiriesen el recambio, vía Ciudadanos, al cambio. En Barcelona también los principales responsables de la Guardia Urbana, nombrados a dedo en su momento, han amenazado con dimitir. Los intentos de generar “alarma social” por parte del poder de siempre están servidos.
De aquí, el necesario e imprescindible apoyo popular. Ada Colau lo tiene claro, y así lo ha dicho al salir a la plaza Sant Jaume, ante miles de personas, después de ser investida alcadesa: “No nos dejéis solos”. Que así sea.
*Artículo en Público.es, 13/06/2015.