Por Busani Bafana
Grace Ngwenya, una artesana de Zimbabwe de 77 años, emplea hojas de palma ilala para tejer hermosas cestas. Es meticulosa con “los detalles, la pulcritud y la creatividad”. Una vez que decidió la forma y el color del artículo, trabajará durante siete días seguidos para completar la tarea.
Cuando está terminada, inspecciona la calidad de la canasta, la embala con cuidado y la envía al comprador, que podría estar en Alemania, Estados Unidos u otro país. Así gana unos 50 dólares al mes, una pequeña fortuna en un lugar donde antes las mujeres tenían suerte si obtenían unos pocos dólares en el correr de varias semanas.
Ngwenya vive en la aldea de Shabula, en el árido distrito de Lupane, que se encuentra en la provincia de Matabeleland Norte, la región más occidental de Zimbabwe.
Unas 90.000 personas viven en esta zona propensa a las sequías y con antecedentes de hambruna.
Hoy, las mujeres rurales de Lupane dirigen una innovadora empresa de cestería que les genera un ingreso digno, preserva una artesanía local y les permite armarse contra los fenómenos meteorológicos extremos mediante la inversión de sus ganancias en agricultura sostenible.
Mezcla de arte y talento
Todo comenzó en 1997 cuando varias mujeres se reunieron para producir cestas y otras artesanías con productos forestales locales y venderlas en la carretera entre la ciudad de Bulawayo y Victoria Falls, una importante ruta turística.
En 2004, con solo 14 integrantes, instalaron el Centro de Mujeres de Lupane con el fin de agilizar su producción.
Una década después tienen 3.638 integrantes oriundas de todo el distrito. Sus ingresos promedio pasaron de un dólar por mes a 50, y en mayo una de las artesanas llegó a ganar 700 dólares con sus ventas.
Para una comunidad que apenas podía cumplir con sus tres comidas diarias, es un gran paso hacia una vida más sana.
La “cestería me cambió la vida, incluso en la vejez”, aseguró Ngwenya a IPS, mientras señalaba una casa de ladrillo de dos habitaciones a medio construir, no muy lejos de donde estaba sentada, algo que en este pueblo empobrecido es casi una superestructura.
“Si Dios quiere, mi casa estará terminada el próximo año. Ya compré las ventanas y voy a enyesar y pintar yo misma”, explicó.
También compró una cabra y levantó una cerca alrededor de su huerta.
En una competencia de cestería en 2014 ganó un arado tirado por bueyes y recientemente invirtió sus ahorros en la compra de una vaca y algunas herramientas agrícolas.
Teniendo en cuenta que ingresó a la cooperativa durante la sequía de 2008, estará eternamente agradecida por su reciente prosperidad.
Vencer la batalla contra el hambre con las cestas
No es casualidad que estas empresarias hayan surgido de la tierra seca de Lupane. La zona es la pesadilla de todo granjero, ya que solo produce cultivos tolerantes a la sequía, como el sorgo y el mijo, y apenas recibe entre 450 y 600 milímetros anuales de lluvia, insuficiente para plantar maíz.
Las estadísticas del Departamento de Agricultura y Servicios de Extensión indican que Lupane experimenta escasez alimentaria todos los años. Este año decenas de personas correrán riesgo de hambre, ya que la región solo producirá la mitad de las 10.900 toneladas de alimentos necesarios para la población.
Las familias que practican la agricultura de subsistencia tendrán que comprar alimentos para compensar la merma de las cosechas, una situación que podría dejar a muchos sin comida dadas las escasas oportunidades de generación de ingresos.
Zimbabwe importará este año 700.000 toneladas de maíz para cubrir el déficit heredado de la última mala cosecha. El país consume 1,8 millones de toneladas de maíz al año.
El Centro de Mujeres de Lupane ataca estos problemas ayudando a las artesanas a ganar dinero.
“Las mujeres… asumieron las actividades agrícolas y están trabajando junto con los hombres para mantener a sus familias”, señaló Hildegard Mufukare, la administradora del Centro.
Las integrantes del colectivo aportan cinco dólares anuales a los gastos operativos del Centro, lo que representa 31 por ciento del total.
El 69 por ciento restante lo aportan los donantes, entre ellos los Servicios de Desarrollo de Liechtenstein, pero el Centro apuesta a una mayor autosuficiencia mediante la instalación y gestión de un restaurante, un centro de conferencias y una granja que servirá el doble propósito de proporcionar más alimentos y brindar formación a la comunidad.
A medida que capten más mercados extranjeros, no será difícil obtener fondos adicionales. Algunas de las socias ya venden sus productos a clientes en Alemania, Australia, Dinamarca, Estados Unidos y Holanda.
Los ingresos por la venta de artesanías se triplicaron en dos años, de 10.000 dólares en 2012 a 32.000 dólares en 2014. Las socias se distribuyen las ganancias y el Centro se queda con 15 por ciento para cubrir sus gastos administrativos y el pago de impuestos.
Las cestas cumplen varias funciones, ya que pueden emplearse como papeleras o fruteras. Las artesanas también planean hacer ataúdes biodegradables, para garantizar la sostenibilidad, incluso en la muerte.
No están seguras cuál será la reacción de los clientes a la idea, pero la audacia de su propuesta sugiere un compromiso con la creatividad que trasciende la búsqueda de más ingresos o mejor nutrición.
Preparación para el cambio climático
Las iniciativas comunitarias contra las nefastas consecuencias del calentamiento global son absolutamente necesarias en Zimbabwe, un país de 14,5 millones de habitantes que padece varios riesgos climáticos, como las inundaciones y las sequías.
Sin los fondos internacionales necesarios, este año el gobierno redujo el presupuesto del Ministerio de Medio Ambiente a 52 millones de dólares, frente a los 93 millones que tuvo en 2014.
El recorte paralizó la capacidad de respuesta del país a los desastres naturales, ya que el departamento de servicios meteorológicos, encargado de los pronósticos y las alertas correspondientes, también recibió una partida presupuestal menor.
Siduduzile Nyoni, madre de tres hijos que ingresó a la cooperativa en 2008, dice que el simple acto de tejer cestas la ayudó a prepararse para los tiempos de crisis.
Utilizó sus ahorros para comprar una cabra, y también mantiene una granja avícola y una próspera huerta. Cuando el tiempo ayuda, el plantío alimenta a su familia. Si no, recurre a sus ahorros para mantener a los suyos hasta que la tierra vuelva a producir.
“Me uní al centro aunque no sabía tejer”, indicó. Su marido está desempleado, pero los ingresos de ella alcanzan para ambos.
Otras mujeres aprovecharon los cursos de formación del Centro y se dedican al cultivo de papas, la apicultura, la fabricación de velas y la cría de ganado. La cría de pollos también es muy popular porque es fuente adicional de ingresos y de alimentos.
La salvación de los bosques
Las miles de mujeres que integran la cooperativa son cuidadoras naturales de los bosques, ya que practican desde hace años la recolección sostenible de los productos forestales. El arte de la cestería de palma, tanto ilala como sisal, se transmite desde hace generaciones.
Por otra parte, las comunidades locales dependen de los bosques linderos para sus medicinas, madera, combustible y frutas, por lo que tienen gran interés en la protección de estas ricas zonas de biodiversidad.
Zimbabwe perdió unas 327.000 hectáreas de bosques por año entre 1990 y 2010, según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, por lo que es fundamental empoderar a los guardianes de las áreas forestales restantes.
Con más de 66.000 comerciantes de madera, y millones de familias que dependen de los bosques para su combustible, la deforestación será un tema definitorio para este país en la próxima década.
Una vez más, las mujeres de Lupane se preparan para lo peor y cultivan pequeñas plantaciones de palmeras ilala para asegurar la propagación de la especie, incluso ante la rápida destrucción de su hábitat natural.
Este reportaje forma parte de una serie concebida en colaboración con Ecosocialist Horizons.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Álvaro Queiruga