No fui, no soy ni seré peronista. Fui, soy y seré comunista. En mi juventud y un poco más estuve afiliado a la Fede y al PC. Hoy me considero un comunista hormonal, según la definición del gran Saramago. Abrevo en Mariátegui, en Gramsci y en Luxemburgo, pero con los pies, la cabeza y el corazón en este tiempo y en nuestra casa latinoamericana. La diputada nacional oficialista Mara Brawer dice que «El kirchnerismo peroniza». En mi caso eso significa que pasé de gorila de izquierda a enamorado de «la paloma del vuelo popular» (esto se lo afané a Guillén), que empezó su viaje cuando, para mí, Néstor bajó los cuadros genocidas y se confirmó cuando Cristina enfrentó a los buitres, ponele. Dicho lo dicho paso a lo no dicho.
El peornismo (Verbitsky dixit) de las acequias y el malbec lo hizo. Esta derecha implícita le otorgó el voto popular a la derecha explícita del radicalismo pro. ¿Qué cómo lo hizo? Aquí empiezan las preguntas.
¿Cómo llegaron Paco Pérez y Carlos Ciurca a ser gobernador y vice de Mendoza, respectivamente? En un acuerdo de cúpulas encerrados en un hotel concheto, en reuniones en las que, tengo derecho a sospechar, hubo cópulas y zancadillas simbólicas, claro. Pero igual, después de confeccionar las listas fueron agraciados por una boleta electoral que encabezaba Cristina hace miles de años, en octubre de 2011. ¿Qué elector conocía al abogado prominero Pérez como para ungirlo gobernador? Llegaron, ellos y los intendentes, colgados del aluvión Cristina y el 54%. Y se van derrotados y nos arrastran en su derrota por descolgarse de ella. No hay demasiado misterio en el resultado electoral mendocino. Los dirigentes del PJ se comieron el amague del fin de ciclo. Algunos coquetearon con Sergio Massa cuando éste era la gran esperanza blanca del Grupo mafioso. Duró lo que dura un globo cuando mi perro le pone un diente. Después creyeron que Daniel Scioli ocuparía ese sitio y se apuraron en desdoblar las elecciones para conservar su quintita, pero el ubicuo gobernador los dejó en orsai y, más allá de sus especulaciones y las mías, está a un suspiro de ser el sucesor. Cuando Pérez, Ciurca y el candidato Bermejo, el gris, quisieron recular ya tenían las chancletas gastadas y era muy tarde para creerles.
También es justo decirlo. Ellos no son los mariscales de la derrota. El título les queda muy grande. Apenas si llegan a cabos. Pusilánimes, taimados y superficiales los capos del justicialismo local prefirieron las maniobras de Juan Carlos Mazzón, el Rasputín peronista, eyectado de su cargo en la Rosada después de la desobediencia temeraria de las directivas de su superior, precisamente por su actuación por estos pagos. Hicieron ostentación de su mentalidad municipal (esta definición es Mempo puro) y así les fue. Nos fue.
La gestión que se va resulta casi indefendible. En salud, en educación, en cultura se acumulan los papelones. Algunas figuras bordean el protofascismo. Por ejemplo, Antonio Cassia, un Carlos Ruckauf calvo o Guillermo Amstutz, el titular de la empresa estatal del agua, ultracatólico y antediluviano como Adolfo Bermejo, el aspirante a gobernador, que declaró que hoy votaría en contra del memorandum con Irán por el caso AMIA y se jacta de no haber acompañado como diputado nacional la Ley de Matrimonio Igualitario. Estos personajes con menos brillo que una estrella al mediodía deberían proceder a irse a laburar en algún oficio útil y dejar el espacio para la militancia, aquellos que entienden que el perfume de los nuevos vientos es juvenil, alegre y audaz. Para eso hace falta dignidad y el primer gesto no es muy auspicioso que digamos. El gobernador electo, Alfredo Cornejo, invitó al gobernador vigente, Paco Pérez, a desayunar en la casa de aquél. Aceptó sin chistar. La soberbia de uno encaja con la falta de dignidad del otro.
En fin, la sociedad mendocina cambió sí, pero de mediocres.